La verdad es que no sé por dónde empezar. Estaba pensando en lo felices que deben ser todas las chonis poligoneras (cierto es que el ‘motete’ se lo ponemos los demás, que tenemos adscrita alguna otra tribu, desde pijos a gárrulos, y que no nos salvamos de nada puesto que nadie es perfecto y quien así lo piense o así lo diga, miente) sin necesidad de formarse ni sufrir por aquello que decía Sócrates acerca de que “sólo sé que no sé nada” o hasta tener que guardar cola en el INEM, sufrir el retraso del transporte público hasta el trabajo y mil y una zarandajas más que no vienen al caso. Y, encima, más de una choni da morbo por guapa, por cómo va vestida o por el dineral que posee.
Bien, sí, estoy empezando a cansarme de cierta gente (no mucha, la verdad, y por tranquilidad mía); a ver: impuntuales, mentirosas, mujeres fatales, falsos al estilo Judas Iscariote, informales, iletrados y fiplados (o ‘flipers’, como dicen ahora los alumnos de los institutos). Sí, que ya está bien de ser formalitos, cumplir las normas, estar ahí cuando a uno lo necesitan y que los demás vayan a su bola pensando para sí que son el ombligo del mundo. Y el ombligo del mundo no es mas que una obra literaria de Ramón Pérez de Ayala.
Pues sigo. Las poligoneras son unas “diosas” que habitan los polígonos industriales de los extrarradios de las grandes ciudades, poblados de pubs, discos y afters abiertos hasta el amanecer. Suelen ser rimbombantes, estridentes, chonis y se aderezan de piercings; y, sin embargo, tienen su aquel que no podría explicar, del mismo modo que nos atrae la azarosa vida de Lope de Vega. Me gustaría conocer personalmente a alguna, puesto que pienso que ello no trae complicación ni quebradero de cabeza, y por un momento me dejo de gente sofisticada que enerva mis nervios.
Igual estoy raro hoy, no sé.