29 de junio de 2014

Decir adiós


No, no nos han enseñado a decir adiós o a entender el adiós. Nos han acostumbrado a los finales felices, a que todo salga bien; incluso hay cosas que la prensa no saca, para que todo parezca idílico y perfecto a nuestro alrededor. Pero no, todo no es lo deseado y deseable: quizás Paul Auster o Philip Roth me entiendan mejor; quizás ellos sepan que no siempre el chico se liga a la chica ni la chica acierta con el chico; que no siempre la entrevista de trabajo termina en un contrato; que no siempre tu voto sirve para construir el futuro; que no todas las veces el hotel de las vacaciones es perfecto ni apruebas el carné de conducir a la primera ni te pilla la lluvia con un paraguas en la mano... Eso es; decir adiós a veces es lo que acontece, que se va esa persona, que quizás no la vuelvas a ver o que regrese de su viaje cambiada o, sencillamente, que tú conozcas a otra gente en el mientras tanto. Eso es; lo que no nos han dicho es que el adiós es parte de nuestra vida, dejar detrás parte de nosotros, cambiar una cosa por la otra; en definitiva, que mil veces las pelis no terminan bien o ni siquiera tienen final. Que no siempre sabemos decir -o asumir, que es peor- el adiós. Goodbye.

26 de junio de 2014

"En la lejanía de tus pasos"


La lluvia resbala en mi rostro mientras te veo desaparecer en la lejanía, sobre tus pasos; esta vez, además, no hay despedida. Hay días que sentimos en soledad: como en esas fotografías en que las chicas corren bajo la lluvia; como los pasos que define un escritor, mientras tú te marchas; como la mitad de las historias, que se quedan en nada; como casi todos los silencios de la gente, que dicen sin gritar; como las promesas que siempre hemos cumplido... Lo peor de ser escritor y ponerte aquí y ahora es no ver tu rostro mientras escribo, por mucho que te imagine y te dibuje y te ponga epítetos si se trata de un poema... En mi maleta voy poniendo algunos recuerdos tuyos, junto con mis notas: quizás cuando, cada mañana, desayune en un Starbucks y mire hacia la calle, te vea caminar, a ti en otras o simplemente a ti en ti... seguiré tus pasos en la literatura. Pero se nos presenta un grave contratiempo, porque hace tiempo que decidí no despedirme jamás de cierta gente, así que no dejes de mirar a tu alrededor porque quizás me veas sentado al fondo, sonriéndote, con un whisky en la mano; al fin y al cabo, la culpa es tuya por haberte puesto en mi camino.

24 de junio de 2014

"Imposible entre nosotros"


A ratos, flashes entrecortados: lo imposible entre los dos. Que tus labios y mis labios se unan, por ejemplo; que tus ojos y los míos se crucen ante el mismo horizonte; que tu sonrisa sea eterna en mi memoria... El final de ciertas historias acaba un día definitivo, cuando el protagonista llama a la puerta de una casa abandonada, la cámara se aleja y entonces suena una canción de Bob Dylan... de repente, el plano se va alejando y, al fondo, sobre la carretera, un Studebaker se aleja. Pero es hermoso que seas mi protagonista de novela; es bonito verte caminar y que lo hagas hacia donde te encamino... Imposible entre nosotros que dejemos a medio las frases; que los pronombres sean en singular; que no seamos del mismo signo zodiacal o que yo sea adicto al café y tú me digas que yo no lo tome con cafeína... No todos los finales de novela son lo que uno espera y, mucho más, cuando los que escriben son mis dedos. Me gustaría bailar bajo la lluvia, contigo, en la plaza de Colón de Madrid. Eres tan grande que me desbordas y no sé qué hacer contigo... lo mismo, como el final no pinta bien, el día menos pensado me instalo en tu casa y cocinamos juntos, mientras yo te hablo. Sólo hay que entender que imposible siempre termina en lo posible, pese al secreto de tu nombre.

15 de junio de 2014

"Lo que queda por bailar"


Estás sentado sobre una maleta, mientras esperas al tren; en una mano el periódico, en la otra un teléfono móvil... De repente, con la inercia de la improvisación, empiezas a pasar fotografías y allí aparece tu rostro, junto al rostro de otras personas... entonces surgen los ecos de las noches de tertulia; las carreras para que no se te fuera el tren de cercanías hasta la Universidad; las cartas que escribías cuando no existían las redes, no hace tanto; los planes para ligarte a alguien que ahora ya no sabes ni quién era ni dónde estará; las novelas que leías en lugar de estudiar; la última copa con el dinero del taxi y luego la vuelta a casa caminando; tu primera clase; tus pasos sobre la nieve; las arrugas de tu abuela; el primer mail de tu poeta favorita; la vez que te colaste en preferente y te dieron un café y El País, totalmente gratis; la primera vez que alguien te dijo algo bonito; lo mal que llevas que te recuerden tus errores; el flash en que surgió para ti la Musa; viajar... y la necesidad de pedir algo fuerte antes de subir al avión; el día que alguien de la Academia escuchaba tus lecturas; cuando salisteis sin cadenas, por encima del hielo, el coche y tú; cómo miras sus manos, porque te hablan de ella; la primera vez que fuiste al teatro o aquella otra en que Buero Vallejo salió a saludaros, tras su Tragaluz; las ganas de ver a ciertas personas y los deseos de no ver nunca a otras; la vez aquella que pusiste las pilas a un funcionario de Hacienda y el público de la cola te aplaudió; la timidez frente al sexo opuesto y la libertad de opinar en voz alta; mirar al móvil y que no llegue el whatsapp que esperas o la otra cara, cuando sí llega el que tú quieres; unas piernas bonitas y el mejor poema del mundo... No, después de todo, hasta ahora no ha ido todo-todo tan mal. "Y que nos quiten lo bailao", dice el hombre del andén, como si adivinara lo que piensas. "Amigo, a mí aún me queda mucho por bailar...", le dices sonriente, mientras subes al tren.

11 de junio de 2014

Una sorprendente coincidencia


Siempre he pensado y defendido que las casualidades, así como la justicia poética, no existen. La suerte, igual que el futuro, hay que buscarla: echarle el guante en el instante en que se presente ante ti. In motion. De un tiempo a esta parte he empezado a replantearme esa teoría, con amplias reservas. Madrid, una mañana de soleada primavera. Suena mi móvil mientras espero para desayunar (quedar para desayunar es una buena ocasión para la palabra dicha); al otro lado de la línea alguien me dice que cree estar viéndome y cuando voy a decirle a esa alguien que no es factible, porque estoy a trescientos kilómetros de casa, ambos descubrimos que estamos enfrente de verdad y a la distancia de la Historia: yo en VIPS y ella en la terraza de Viena Capellanes, la tahona que fundó la familia de don Pío Baroja y en la que el escritor trabajó algún tiempo. Reflexiono ahora que mientras esperas, la realidad te sale por otro lado; aquella mañana la realidad se impuso a la agenda de las cosas planificadas, como siempre, con la sorpresa de la casualidad. Todos vivimos de la inercia en que se cumpla todo cuanto queremos y pensamos y, por qué no, de lo que deseamos. Y un día, mientras lo que pasa es simplemente la vida, lo más interesante es lo improvisado, la compañía del alguien inesperado; una conversación que no esperabas; una llamada a deshoras; un whatsapp intempestivo; el buen rollo que transmite una sonrisa de mujer, de niño o de anciano; tomar notas porque unos ojos te miran fijamente mientras hablas de poesía, del Ateneo Anarquista, o de la -t eufónica del francés... da igual. Y es que, en el fondo, nos perdemos en las pequeñas cosas tóxicas y dejamos de lado el sin motivo ni razón: todo lo que nos acompaña, en lo pequeño. Como aquel primer día que vi a la musa y desde entonces camina junto a mis letras, entre silencios y palabras que la hacen protagonista de esas letras.

5 de junio de 2014

Cuestión de edad


Fue ayer, justo antes de un examen de francés, cuando surgió la cuestión. Alguien dijo que la chical tal, que tú no conoces ni has visto jamás, sale con el chico cual, algo mayor que ella. Y-eso-no-puede-ser, parece ser que era la moraleja. Realmente, no siendo tú mismo, el tema sería vanal, salvo que como la edad del susodicho coincide con la tuya, pones cara de póquer o de que te jode algo; esa cara con la que los escritores tomáis nota de todo lo que se ve y se palpa alrededor. No se trata del ego herido, quizás; se trata de que cuando se alcanza cierta serenidad, que otros llaman madurez y que no es más que pisar el freno, porque ya toca, los estereotipos desaparecen, además de todas esas batallas mediáticas sobre el cuerpo perfecto y demás zarandajas. Quizás en los tiempos del Instituto quedaba muy bien mirar solo a la chica más mona y demás inmadureces adolescentes, pero lo que el tiempo (ese justiciero implacable) te hace ver es que tú ya no le das importancia a la 'operación bikini' que dicen algunas mujeres que hacen, sencillamente porque tú ves cosas hermosas en los cuerpos de esas mujeres que contemplas o te rodean y cada cosa que ves en ellas es mucho más hermosa que lo que lanzan por la tele: tú ves a una mujer, en su esencia, no el producto comercial que hay que vender... Es publicidad engañosa, como esa vez que viste en un evento a Nicolás Sarkozy y su estatura no era, precisamente, la que dejaban ver de él los telediarios. Lo hermoso es siempre lo normal y la suerte de que el tiempo pase, como decía Rocío ayer, es que cuando te invade la sensatez buscas un alma (textualmente es su palabra), tenga el cuerpo que tenga ese alma; cuando tienes veinte años buscas un cuerpo, sin alma ni cabeza. También es verdad que mirar a tus veinte, ahora, te hace pensar en todo lo que te has perdido y, no obstante, ahora es cuando esas mujeres, en cuyo aspecto físico ves lo hermoso del ser humano, son conscientes de que sabes escuchar y adaptarte a sus problemas y a sus gustos... Claro que también hay gente que no tiene (o no quiere tener) nunca ni 30 segundos para responder un whatsapp, pero ese no es tu caso ni el de la gente normal.