28 de mayo de 2015

Querer dos veces

Para desentumecer la mente salgo hacia un café; allí hay dos chicas rabiosamente jóvenes que están hablando de que una de ellas está 'pillada' por dos personas y disertan sobre si se puede o no se puede querer a dos personas al mismo tiempo. Mi propia forma de ser, la saturación de garcilasos y boscanes, aderezados de genialidades lopescas o lorquianas, me hacen concentrarme en el café: aviso que me he divorciado del café solo, bien cargado, para unirme sentimentalmente al café con leche, que me fastidia menos los nervios. Cuando las chicas pagan reparan en mí -porque me conocen-, se acercan, saludan con solvencia y me dejan caer, a modo de bombazo, la pregunta de si yo soy capaz de estar enamorado de dos personas a la vez. Así, de pronto, me entran los siete males: soy de esos tipos a los que se les nota y bastante tiene uno con concentrarse en la dificultad de una única querencia -con sus días y sus noches, previa conquista, que, según el caso, será como el desembarco en Normandía-. No sé si lo que esperan es una lección, un consejo o qué... Esperan y para no defraudar, decido ser radicalmente sincero: "con lo que cuesta conquistar a una auténtica persona, el día que comparta con ella lo que nos toque compartir, no tendré más sentidos que gastar en aventuras". Ponen cara de póquer, me miran raro y decido que deben saber que uno es de los de antes y de letras y que la poesía es íntima, personal y subjetiva, como el querer.

20 de mayo de 2015

Esa muchacha joven...

Así, de repente, como cuando los rayos del sol te ciegan; fue así, recuerdo, cómo la muchacha apareció... posiblemente -eso no lo recuerdo, o no quiero- debió ser en un momento de incertidumbre, de zozobra afectiva, cuando empezó a contar cómo era ella. Y, entonces, me vi a mis veinte, como ella; devorando libros, como ella; sacando a las letras el jugo que llevan dentro, como ella; la pasión por los libros, como ella. Después vinieron otros temas, pero como si fuesen el mismo: es mi yo algo menos de diez años después. Hasta su sonrisa -la de las fotos- contagia la inercia de una alegría filológica que viene del pasado, o que ella me recuerda de aquellos días del vagón del tren que muchas mañanas compartía con un candidato socialista, hoy, a la Comunidad de Madrid. Ella dice que no, pero da bien a la cámara y reconozco que ha mejorado la generación: sus lecturas son metódicas, sus planteamientos inteligentes, sus palabras precisas... y hay algo de ella que, muchos días, no hallo en mujeres en los treinta: los segundos que saca para preguntar cómo ha ido mi día y si he estudiado. Es como si fuésemos juntos a clase en aquel cercanías a Cantoblanco; es como si el destino -o la fortuna, o los hados, o lo que sea- hubiese puesto a mi lado a una filóloga a la que con sólo mirarla supiésemos si son endecasílabos u octosílabos; si García Márquez o Vargas Llosa; si Complemento Directo o Complemento Indirecto... Es como si un día la realidad me hubiera dicho que no todo es deseo, que a veces la verosimilitud existe. Y es ella...

12 de mayo de 2015

Retornos inesperados

A veces se producen los retornos de personas que se fueron. Dicen por ahí que la vida da muchas vueltas y en uno de esos giros gente que estuvo cerca de ti desaparece: dejó de llamar, cortó unión, rompió hilos; se agobió, se aisló, dejó de comunicarse... todas esas cosas que se dicen y que nos pasan a todos, sea del amor o de la guerra. Primero está el flash de conocer a alguien, la cotidianidad del roce: ahí estás tú con una palabra de aliento, de ánimo, con la lealtad de la amistad, la entrega sin pedir nada que no sea correlación de fuerzas, los minutos que sacas para llevar la cercanía del ser humano a otro; esos momentos en que la otra persona nunca te pregunta a ti, algo así como que su yo está por encima de la suma de los demás yos del mundo -y de la parte de Marte explorada-. De repente, la guerra fría del silencio, de la distancia, del pensar qué hago yo haciendo aquí el gilipollas haciéndome de menos: pero aún antepones los sentimientos a cualquier motivo social, se llame examen, estrés, novio o novia, lo que sea; hasta que decides cortar hilos, esa tarea que nos resulta tan compleja a todos y tardamos tanto tiempo en realizar y no siempre de una manera definitiva, o psicológicamente aceptable. Pasa el tiempo y como dicen por ahí que la vida da muchas vueltas, un buen día suena el teléfono vía whatsapp -por ejemplo- o entra un nuevo mail en tu buzón del correo: se trata de la primera señal de humo de esa persona que se largó a través del silencio y que ahora ya ve en ti lo que jamás dejaste de ser... solo que la poesía ha enseñado que cuando eso se produzca ya no estaremos... y que hasta el teléfono estará apagado o fuera de cobertura en ese justo momento.

8 de mayo de 2015

Recuerdos

Dicen que es ahora, en primavera, cuando azota la añoranza. Miro por la ventana mientras sostengo en mis manos un café colombiano, que deja un aroma embriagador en mi casa y un recuerdo imborrable de otros tiempos. No, yo no soy como Manrique: cualquier tiempo pasado no fue necesariamente mejor, pero fue y de ese pasado nos llegan recuerdos, sean de ayer o de hace mil años. Te preguntas qué fue de aquella persona, esa que de repente te ha venido como un flash; o te alegra haber soñado con su sonrisa: ella reía como creías que no puede reír frente a ti, echas de menos que te hable, o mirar sus manos; echas de menos disfrutar un minuto de su compañía -que, a veces, es un acción más universal que otras-. Son las pequeñas cosas que van cambiando tu día a día, a golpe de rutina, como si la realidad te fuese trazando los pasos que debes dar... Así, en la lejanía, con un café en la mano, idealizas los recuerdos y a las personas que salen en ellos: sencillamente los defectos también son parte de ellas y eso es, a veces, lo que echas de menos. Un resorte íntimo ha destapado la caja de la añoranza y es entonces cuando necesitas reponerte, o ponerlo por escrito, para que cada recuerdo deje en ti -y en la recordada- una esencia eterna, quizás para que quienes lean esto dentro de años se pregunten quién es ella, quién fuiste tú, por qué razón se te metió tan dentro o, literariamente, por qué la convertiste en tu musa. Termino el café, me siento en el ordenador, imprimo una foto suya y la pego en el diario: dentro de un tiempo tendrán su rostro, sonriente: sabrán quién fue.

6 de mayo de 2015

La verdad de las musas

"Hay días en que no entiendo la realidad, sólo que la realidad sí me entiende a mí", sobre todo en días como hoy, cuando el ánimo escasea y me replanteo dejarlo todo, salvo que... Es posible que empezase a escribir por culpa -o a causa, no sé ahora- de una mujer, como les pasó a muchos otros antes: la cosa es que la mujer se fue y la necesidad de representar la verdad de las mentiras se quedó. La imperturbable necesidad de contar historias con mujeres protagonistas; de amores frustrados, que es el silencio sordo de los sensibles; o sencillamente pintar la realidad del momento: los que no pueden hablar por sí mismos necesitan una voz. La diferencia entre los periodistas y escritores es que aquellos cuentan la realidad, los juntadores de letras construimos la verosimilitud porque no tenemos línea editorial. Al principio fueron hojas rotas: uno no dio en el clavo, cuando la Universidad; luego fue poner voz a la libertad, contar que millones de judíos fueron aniquilados; o las horribles dictaduras que me turbaron, sobre todo la de Videla; cómo perecieron muchos ante un pelotón de fusilamiento sólo por querer un mundo mejor; cómo queremos hoy otra democracia y otros dirigentes... Ser social en medio de esas otras historias en que una musa sonríe o mira o pone sus manos sobre sus piernas... suponiendo que la musa me lea. Nadie que use la palabra como medio de trabajo puede permanecer callado ante la realidad, porque ya nos enseñó Galdós -escritor y periodista- que history y story deben ser todo uno, por verosimilitud... Vaya, que en días como hoy, con el alma bajo la lluvia -o en la ducha- puede uno pensar que las carencias afectivas lo atenazan, pero que la voz, por mucho que apriete la primavera, debe seguir teniendo un valor: el de hablar por todos los demás.

3 de mayo de 2015

Una historia de pasiones

Siempre que pienso en Lauren me viene a la mente Gabriel García Márquez: los dos son colombianos y escritores, aunque ella habite en Lisboa. Hoy algún resorte interno me ha llevado hacia El amor en tiempos del cólera; ocurre que uno se levanta en días como hoy y al observar sus manos se da cuenta de que el tiempo pasa y que ciertas rutinas nos atenazan: es el momento de cambiar o de sucumbir al tedio. A veces, te das cuenta de que viejas pasiones se diluyen, de que has perdido el interés o la intensidad; buscas, en definitiva, otras miradas que te rejuvenezcan el cariño. Acepto que hay alguien que cuando cruza su mirada con la tuya te hace poner nervioso, pero es quizás porque crees que ella es diferente y cuidas que su diferencia no se aleje mucho de ti: fue Paula quien te lo descubrió. También es natural que la irresistible juventud de Alicia te ponga las pilas, sobre todo cuando te habla de lo que ha leído, con esa naturalidad de su pasión por los libros, la que se siente a los veinte. En esta etapa de la vida, para Paula y para mí los libros son el suplicio de una oposición que nos corta el sueño y provoca pesadillas... Cuando pienso en viejas pasiones que se alejan -o que debo alejar- recuerdo El amor en tiempo del cólera como hoy: con veinte años uno piensa en ser como el protagonista, por la espera; ahora uno siente que ya no esperaría una vida entera, en ningún sentido: uno se levanta una mañana soleada y radiante como la de hoy y descubre lo hermoso en lo que antes no lo era y cierta imperfección en lo que antes creía que lo era. Y no es un estado carencial: simplemente que, a veces, uno debe hacer borrón y cuenta nueva, o de lo contrario la rutina y sus impurezas te convertirán en lo que jamás quisiste ser.