31 de marzo de 2019

"Monoblock", de Karina Sacerdote


La narrativa que se adentraba en lo más profundo de la sociedad había quedado difuminada, en mi opinión, a partir de los años setenta para dar paso a temáticas más actuales, pero también más personales. Ahora, Karina Sacerdote (Buenos Aires, 1971) nos brinda la posibilidad de introducirnos, de nuevo, en los entresijos de aquella otra parte de la sociedad que no necesariamente aparece en la novela actual. Monoblock (2018) es su primera novela, después de haber tomado contacto con la narrativa a través de varios relatos hasta ahora aparecidos en antologías. Esta escritora argentina, que se inició como poeta (Terapia intensiva, 2009), hace comparecer sus personajes en el Edificio 69, una suerte de microcosmos en donde existen un mundo y unas vidas incompletas. Así, la trama es sencilla y atractiva: Germán debe volver tras sus pasos, o su hacia su pasado, hallando el lugar que habitó más sórdido que en el pasado. Ese submundo, insisto, en donde se dan cita el alcohol, el sexo, la mala suerte, los tipos mal encarados, la mujer que sobrevive apegándose a un hombre que acaba de conocer… La autora nos brinda, con ese presupuesto, una novela social entroncada con los efectos secundarios de la crisis o de la globalización. La estructura americana de Monoblock (capítulos cortos, flashes de la realidad, diálogos ágiles…) atrapa al lector que busca alejarse del best seller para acercarse a alguna apuesta personal, como la de Karina Sacerdote: si algo le falta es preguntarse ¿cuándo se jodió la Argentina?, como hizo para el Perú Mario Vargas Llosa. La autora se apoya en varios puntos fuertes en esta novela corta (poco más de cien páginas): el reflejo social-retrato de un lado sórdido de la realidad; elementos de la memoria (“El primer beso”, p. 29); el sexo (p. 49); un héroe y un antihéroe (Germán vs. El polaco) y, en general, el fracaso vital de un grupo de protagonistas bastante bien retratados, incluidas las fórmulas de habla de Argentina. En definitiva, con Monoblock asistimos al renacer de la perspectiva social en la novela.

3 de marzo de 2019

Recuérdalo a otros


Recuerdo de pronto cómo me fijo en su forma de mirar; a veces, incluso, sigo sus manos mientras escribe algo y me pregunto, literariamente, cómo sería ese mismo instante sin ella ahí, sin nuestra acción de mirar... Dejo ese flash para más adelante y extraigo de un estante un tomo concreto; en él aparece el nombre una mujer de letras, con una mirada y un ritmo escritor probablemente parecido a esta del siglo XXI. Cierro los ojos y parece que escucho la voz victoriosa de Fernández de Córdoba, leyendo un último parte de guerra y cómo aquella mujer, inteligente, joven y hermosa cierra su maleta, entorna la puerta de una casa que nunca más habitará y sube al Packard Eigth Sedán, que la dejará en Portbou para pasar a pie al sur de Francia. Son otros tiempos, dirá usted, claro; pero qué sería de nosotros si ocurriera algo similar, algo así como si de repente entro yo y no está esa mirada, así porque la política, la guerra, el encabronamiento nacional, o todo junto, se confabulara para que seamos solamente buenos o malos, o blancos o negros, sin opción a gris... Qué harían nuestros pasos en otra tierra, o nuestra mirada puesta en otros ojos que no serán tan poéticos como los suyos... Así, mientras escribo algo en un cuaderno para evitar el olvido, me repito como aquel historiador recuérdalo tú y recuérdalo a otros