La primera gran civilización de la Península Ibérica fue la fenicia. Es cierto que existió Tartessos antes, pero no nos quedan vestigios de ella como la Gádir o Cádiz fenicia. Los que provenimos (voluntariamente) de la Escuela Historicista de Menéndez Pelayo y, por extensión, de Menéndez Pidal, defendemos -como hice en mis clases de Historia- que el poblamiento de España se remonta al año un millón antes de Jesús, pero ello no es Historia sino Prehistoria porque no hay vestigios de escritura, que es la esencia de la datación sin necesidad de hipótesis ni horquillas temporales. Los revisionistas -por ejemplo, Vidal y Jiménez Losantos (“Historia de España”, 2009)-, sitúan el hito el año 14.000 antes de Jesucristo. El caso, al margen de las teorías que establezcamos profesores e historiadores, es que los fenicios anduvieron por España alrededor de mil años. La civilización fenicia era de origen semítico (judío) y originaria del actual Líbano, pero su intención de asentarse en nuestro actual país no era la de conquistar, sino la de establecerse. No venían con los mismos propósitos mercantiles que los griegos. Como eran eminentemente comerciales venían tras las materias primas que había y aún hay en el Sur de España y con ellos se establecieron los primeros judíos que a la generación siguiente ya eran eminentemente hispanos (antecesores de los que el emperador Tiberio expulsó hacia Argelia). La primera gran ciudad europea, por consiguiente, fue Cádiz y no Roma ni Atenas, que vinieron después. Entre otras cosas a los fenicios, a nuestros fenicios, les debemos: 1) el alfabeto y su común uso cotidiano, 2) la ganadería, singularmente lo que denominamos pastoreo, 3) la agricultura, esencialmente el cultivo, el riego y la elaboración del aceite de oliva, 4) la metalurgia, con el ‘singular’ desarrollo que tenía el siglo XIII antes de Jesucristo, 5) el comercio y su desarrollo en contacto con otras civilizaciones y 6) la navegación. Se establecieron en Levante (originaron Alicante, Elche y Ampurias), en Baleares y en el Sur de la Península -por cierto, que alguno se acercó a Albacete a comerciar con los iberos-. Lo que también nos legaron nuestros primitivos judíos fue el nombre de Iberia, con la consiguiente denominación de nuestra Península como Ibérica, compartiendo con Portugal, como compartimos entonces, al pueblo fenicio que, durante mil años, estuvo pululando por aquí y dando origen a las riquezas que hubo en nuestro Sur: plata, cobre, oro, estaño y las salazones -esto último lo remarco porque hay vascos que dicen que introdujeron ellos la técnica de conservación de la salazón al entrar en contacto con los indios canadienses establecidos en Groenlandia, en donde pescaban bacalao-.
2 comentarios:
Casi perfecto. Ahora bien, si ignoro y paso por alto al Vidal y a ese Losantos, perfecto (sin el casi).
Estoy de acuerdo. Los he puesto como ejemplo de que la Historia también se revisa, con método, aunque no siempre el análisis lleva a nuevas conclusiones, con lo cual se hace mucho ruido y se dan pocas nueces. Un abrazo, amigo Swami.
Publicar un comentario