17 de febrero de 2019

Antes del Whatsapp

En un momento de la cena alguien afirma, con rotundidad, que los ochenta fueron, quizás, la mejor década para la música y, entre bromas y veras, una melómana empedernida deja la caña en la mesa y busca en su móvil tres o cuatro datos, como que Sabrina y su Boys, boys surgieron en 1987, lo que nos lleva a reírnos. Ahora, ha caído la tarde cuando, recordando algo que no deja buen poso, me ha venido a la mente que en los noventa aún usaba yo el boli para retroceder la cassette hasta la canción (de Mike Oldfield o Jarabe de Palo, por ejemplo) que me gustaba; a veces le daba con tal ímpetu, que me iba a otra, así que ración doble. En esas estaba, medio intentando recordar en qué lugar están ahora las cintas y las cartas que escribía a las amigas, no necesariamente de amor, cuando ha aparecido uno de mis primeros cedés, de Alizée (L'Alizée), que debí coger por la sonrisa de la carátula. Aquella música, caigo ahora, acompañó de fondo algunos ratos de lectura. Busco algo en la red y se ve a la cantante cambiada, como los tiempos, quizás porque nuestros ojos ya no son los de aquella gente empezando algo que ahora continuamos; terminamos con las cassettes, las cartas a mano y los teléfonos ladrillo... pero yo, puestos a pedir, aún me quedo con el pop aquel y no con algunos nuevos derroteros musicales...

5 de febrero de 2019

Silencios

Es noche cerrada en una estación diminuta de provincias; se ha venido encima la oscuridad y, al final, creo que el mejor sistema para llegar a la capital es el tren. Saco el ticket junto a una pareja de adolescentes que no se despegan, despidiéndose así como eternamente, con esa pasión primera que ya se les irá con el devenir de los silencios... El amable jefe de estación me indica cómo llegar hasta mi andén, debe pensar el hombre que soy alguien importante, con un maletín lleno de papeles, un periódico hecho mil arrugas y un libro manoseado durante años... Al fondo, en un banco sentada hay una mujer, no sabría echarle ahora los años, como las ancianas a sus coetáneas. Intento acercarme, ya que, al fin y al cabo, faltan cuarenta minutos para partir y estamos casi a cero grados y no es cosa de pasear de punta a punta. Así, al principio, como que no; más tarde, me fijé que era ella, una conocida, conocida a secas, la misma que no respondió la última vez que le pregunté cómo le iba el curro, la misma que no respondió el día que la felicité por su cumpleaños, la misma que no saludó cuando coincidimos en aquella fiesta de no sé quién, ella, tan diva... He querido pensar que me miraba, que al fin y al cabo esta no es nuestra provincia y estamos los dos en un andén del mil novecientos, solitario, frío y ajado; quizás no le vaya mal un poco de conversación tampoco... Es el momento en que me giro en dirección contraria y paso de ella; al fin y al cabo, todos tenemos un día en que nos apetece ser un algo bordes...