27 de diciembre de 2016

Mirar la realidad

En el lugar pido al barman un Martini Vesper; en la barra hay soledad, la mía y más allá dos amigas que se hablan de su pasado; el tipo de la pajarita revuelve, no agita el combinado, como debe ser. La realidad no es siempre como la tele pronostica, ahora que acaba el año: la realidad es una mezcla insulsa de amores y desamores, viajes y rutinas, gente que fue y gente que vino, mensajes sin contestar y gente que te escribió con amor, cariño o amistad o a desgana, qué sabemos; jugaste a la lotería y no te tocó, lo más normal del mundo también. Lo único extraordinario quizás sea la poesía, la sonrisa de los adolescentes en los pasillos, la mirada hermosa e inocente de alguna persona interesante, los cafés con la sonrisa dibujada en la espuma, la risa de alguien del curro... Cuando salgo a la calle, bajo cero y ajusto la solapa del abrigo a mi cuello, se me cruza una pareja adolescente que se besa, también lo habitual a su edad; camino unos pasos y caigo en la cuenta de que hay gente que no llega a fin de mes, niños en riesgo de exclusión, políticos inoperante, desamores, parejas que se rompen, letras impagadas, planes que se cambian... o se rompen. Y, claro está, alguna sonrisa, un abrazo gordo, gente que sonríe como norma, trabajadores que cobran poco por hacer muy bien su trabajo y la tierra que gira, il mondo, con o sin Jimmy Fontana, el pobre, que nos dijo que esto es estar vivo y salir en la foto. Me paro en un escaparate, la chica rubia de al lado se mira lo guapa que va (a una fiesta, a una cita o de regreso a casa); la miro, sonríe y contemplo mis canas; en definitiva, pienso que me hacen bien: ahora le echaré la culpa a la edad. ¡¡¡Taxi!!!

19 de diciembre de 2016

Encuentros

Las casualidades, aunque no existan, se producen. Cualquier día toma uno un tren para dar una conferencia en una pequeña ciudad del interior, por ejemplo, o se va de compras a una gran superficie... a veces, incluso, tomas unas vacaciones no precisamente en un lugar cercano y es entonces cuando se produce: el encuentro, la vuelta a verse. Todos pensamos que cuando rompemos con alguien (sea amiga, amante, compañera de estudios, de trabajo o de pandilla, qué más da) difícilmente volveremos a verla, porque se pone todo el empeño en la ruptura, hasta que... un día uno va a entrar en el AVE y allí está, por ejemplo. ¿Un beso, la mano, un hola, nada, una mirada, me espero a que me diga algo, me hago el indiferente, o el distraído, muestro frialdad? Lo digo así como si me pasara todos los días, pero no, realmente le ocurre a todo el mundo todos los días, realmente es algo propio del ser humano... dejo la cajetilla del tabaco, cojo una pluma, apunto, borro, pienso en la mayoría de los que me han contado algo y, de pronto me digo: "y si va con otro, ¿me hago el europeo o sigo siendo español?

11 de diciembre de 2016

Desafíos

Ayer, un desalmado propinó una patada a una muchacha en el metro de Berlín, sin motivo ni razón; la joven cayó varios peldaños frontalmente y el delincuente aún es buscado por la policía. Viendo eso, que hiere la razón, recuerdo que el continente europeo ha vivido en cien años dos guerras mundiales, la segunda tan atroz que uno de los bandos alentó hasta el exterminio; nuestra Europa ha padecido varias dictaduras -dos de ellas, largas, en los países de la Península Ibérica-; además, el continente de la actual UE ha sufrido varios golpes de Estado, atentados terroristas y recesiones económicas... Tras el Brexit, el auge del populismo -de derechas y de izquiedas- y los discursos extremistas creo llegado el momento de aminorar el discurso económico de las élites que han (mal)gestionado la crisis y se debe afrontar un discurso de covivencia, sin miedo ni esperanza quizás -como decía el viejo presidente italiano Sandro Pertini-, pero humano, para reconfigurar el espacio en que queremos vivir. Europa ha sido modelo de civilización, en cuanto a convivencia, desarrollo humano -aquí se dieron las primeras universidades, por ejemplo- y lucha contra el atraso y la opresión. Ahora, cuando se oyen y son seguidos discursos excluyentes -hasta a hablar con otros se niegan quienes capitalizan esos votos-, debemos defender nuestro espacio, el lugar en donde queremos vivir y recibir a quienes nos visiten. Este es el mismo espacio que con "sangre, sudor y lágrimas" (Winston Churchill) barrió al fascismo... y al comunismo; el mismo espacio que, de la mano de Adolfo Suárez en España y de la Revolución de los Claveles en Portugal, demostró que se puede pasar de la dictadura a la democracia sin derramar sangre. No podemos ni debemos resignarnos a los discursos mercantilistas que no ponen cuerpos ni almas a los habitantes del continente, pero tampoco la solución son los populistas que regalan palabras, escatiman hechos y reducen la realidad al 'conmigo o contra mí'. Bien es cierto que los desafíos son muchos, pero quizás la solución pase, de nuevo, por la libertad que proporciona la Universidad; por el diálogo; por nuevos dirigentes políticos nacidos en los setenta y los ochenta y, para ello, además de votar opciones coherentes, hay que hablar, alto y claro. Yo no pienso tolerar ni creo que debamos tolerar que una chica que va a su casa, o a reunirse con las amigas, o con su novio deba sufrir una agresión tan atroz como la del metro de Berlín y que todo quede en olvido, mientras el telediario nos brinda una guerra de cifras que ya produce hartazgo.

25 de noviembre de 2016

Hablar con comida



Lo cierto es que la lengua española tiene una especial querencia por utilizar la comida con intención expresiva, quizás mucho más intensamente que otras lenguas. Así, ese sentido metonímico vale como referente para hablar del físico, por ejemplo: las expresiones “tienes la piel de naranja” o “tienes la cara como una paella” sirven para hablar de ‘celulitis’ y ‘acné’ e, incluso, cuando una gripe nos acomete tener “la nariz como un tomate” habla de moqueo superlativo. Análogamente, para quitarse a alguien de encima o mandarlo lejos, según sea el caso, podemos oír “que te den morcilla” o “una porra” (dícese esto último como sinónimo de ‘churro’), también se oye negar exclamando “¡y un huevo!” Añadamos que un bebé “hace pucheros” cuando llora. Pero para dejar las cosas claras hablamos de que “al pan, pan y al vino, vino” o que algunos asuntos son “como las lentejas, si quieres las tomas y si no, las dejas”; aunque también loamos a nuestros amigos diciendo “eres la pera”. En el mundo de la política se puede ser “chorizo” o se puede “dar la vuelta a la tortilla”, siendo poco aceptado por el pueblo lo primero. Eso sí, a nuestro jóvenes les gusta más usar ciertos alimentos (“peras”, “manzanas”, “melones”, “cocos” o “plátano”) con connotación físico-erótica. Así es el español.

18 de noviembre de 2016

Ruinas del pasado

Desde la carretera, cuando aminoro la velocidad, se divisan casas que llevan ahí cientos de años, algunas en ruinas, como ecos de un pasado que se resiste a convertirse en olvido. El trazado sinuoso de algunos tramos me permite divisar con cierta destreza la presencia de antaño, casas que en su día estaban en mitad del campo, habitadas por familias numerosas; a veces caseríos o alguna aldea ya sin habitantes. Habitáculos en cuyo interior el polvo y las arañas sólo dicen algo para el recuerdo de quien ya no está; lugares en que un día hubo amor y sexo, niños y animales, varias generaciones a un mismo tiempo; pero también peleas de maridos y mujeres, llanto y alegría, frío y carlor en extremo, sin término medio; vidas cotidianas del campo, en mitad de la España profunda que algunas señales cifran a un kilómetro. Casas apenas sin muebles, con camas y animales domésticos aportando calores en invierno y en verano, sin luz, sin agua, todo surtido de velas y candiles o cubos de un pozo, a lo más calentados en el amor de la lumbre. La despoblación, la guerra, el desarrollismo lo arrasó todo y llevó las vidas de esa gente a las ciudades, a buscar la vida en el sudor de las fábricas y ahí quedaron los muros encalados, al borde de carreteras del Estado que pisamos los de ahora, pasando ligeros, de tiempo y equipaje.

13 de noviembre de 2016

Un café en soledad

Lo mejor que tiene tomar un café en soledad, o en la soledad de una cafetería que no recoge a nadie a primera hora de la mañana, es que puedes pensar o recordar cosas que, en caso de estar acompañado (de ese noventa por ciento de gente que no tiene tiempo para un café), no pensarías. Mientras el café humeante pierde un poco de su hervor, tú puedes mirar despacio el periódico, con toda esa suerte de desgracias que amargan el mundo; o quizás te venga a la mente un nombre, sea de quien sea, que hace semanas o meses o años que no recordabas. El silencio de la soledad, una mañana rural, te permite evocar palabras del pasado, miradas, gestos o, incluso, gritos, como una especie de terapia que se desarrolla los minutos que dura el café en la taza. La gente se empeña en no recordar, cuando estamos todos construidos de recuerdos y experiencias, pero ya se sabe que la gente va a lo fácil, lo bonito, lo superfluo... que pensar es de listos. Últimamente el narrador no evoca abrazos, por ejemplo, o momentos clave, sino ausencias y las ausencias no son sólo de personas, sino ausencia de sabores u olores del pasado, ausencia de conversaciones, ausencia de lecturas que evadieron al lector, ausencias de querencias que han desaparecido... y es que dicen que el café mueve la mente y quizás sea verdad.

29 de octubre de 2016

Intemperie

Existen miradas que, puestas a decir, no dicen nada; en cambio, hay pequeñas cosas que lo dicen todo: unos pasos, unos vaqueros bien puestos, una sonrisa a destiempo, una foto en blanco y negro, un mimo a destiempo o una caligrafía perfecta... Todo eso que ha desaparecido detrás del pensamiento único de la televisión, la tablet o del creernos que lo sabemos de todo porque nos documentamos malamente en Internet. Acabó lo hermoso de la emoción, la sonrisa de los niños abriendo regalos, el truco y trato de Halloween, quedar para hablar, decirnos por carta, amar sin poder decirlo, llamar y colgar si no era la persona deseada quien descolgaba. Ahora se sabe todo, todos opinan, dicen, creen, saben y son infalibles, pero hay menos empatía y más faltas de ortografía, de tacto y hasta de besos con lengua que nunca antes, según las últimas estadísticas. Cuanto más se publica, menos se lee y hay hasta quien presume de que su lectura favorita son los mensajes del whatsapp, como si su indigencia vital en el páramo fuera la medida de todas las cosas y no el platino-iridio de París. La mujer perfecta es la modelo de la televisión, así como si las miradas o pantorrillas de las calles, del tren o del centro comercial no fuera lo más hermoso del mundo; el modelo triunfador es el millonario deportista que no sabe poner tildes en 'camión', pero que calza un BMW por mucho menos mérito que un cirujano cardiovascular en un mundo que no entiende ni Perris. Incluso está la guapa que se ríe de la poesía, porque eso no vale para nada, mientras la enamora su cani que no sabe que la letra de cuanto se canta, se dice o se ama es pura poesía. Esa calle a la intemperie da miedo, siempre da miedo, hasta que ves que algún adolescente esconde entre sus manos un manual de instrucciones emocionales que lleva por título Rimas y que firma aquel ingeniero guaperas del siglo XIX que respondía por Gustavo Adolfo Bécquer.

24 de octubre de 2016

Individuos de la individualidad individualista

Necesito estar solo, aclararme quizás en este día gris y entro en un café del centro de la ciudad, en donde hay poca gente; un lugar acogedor en el que tienen prioridad los celíacos, menos mal. Llueve y el mundo se debate entre varios clubes que compiten por ser primeros en la Liga y en elegir políticos más vistos que el tebeo, no en solucionar problemas, así como si lo preocupante ahora fuera el fútbol o se hubieran acabado los contratos de mierda, las hipotecas abusivas, los recortes, los abusos y cosas por el estilo... La chica de al lado es una modelo muy hermosa, que reconozco de esos suplementos del sábado que me dan con la prensa, pero supongo que hago mal si la miro (porque siempre habrá quien piense que el hecho de mirar, como miro el café para no echar el azúcar fuera, es un delito) o digo que es una mujer muy guapa... Mientras se enfría un poco mi café, husmeo estados de whatsapp de gente que hace meses que no veo; en el Congreso en que he participado se ha dicho eso de la soledad del whatsapp (muy positiva es la nueva tecnología y todo lo que tú quieras, pero ha puesto de moda no quedar face to face con el encanto de escuchar mientras miras al otro). Individuos de la individualidad individualista, que todo lo reducen a ciento cuarenta palabras, lo mismo para hundir a un inocente que para defender causas justas, es igual. La chica paga y se va, con ese misterio que dejan las mujeres fatales de la moda y yo pienso en alguien, miro una foto en que sale realmente hermosa... yo es que tengo Musa, que también lo afearán, supongo, porque hay que escribir de forma impersonal, de lo contrario no eres un tipo políticamente correcto, como tampoco lo eres si te cagas en la madre que trajo a todos los corruptos, sin atenuar a los que tú votes, faltaría más, así como si mangar y mangonear no tocara las narices a todo hijo de vecino. Empiezo a pensar que los que hay detrás de tantos caracteres y demás zarandajas tienen una medida de las cosas que no valen ni al que asó la manteca, porque digo yo que si en una sociedad no hablas, ni miras, ni tocas, ni besas en plena calle, ni gritas a los corruptos, ni lees novelas, ni compras periódicos, ni sonríes a la gente de tu barrio, ¿esto qué cojones es?

9 de octubre de 2016

Una imagen con palabras

Confieso que a mí aún me conmueve, me estremece, ver algunas fotos... No me refiero a las que nos ponen en el periódico: esas me indignan, ya que mil desgracias ajenas se pueden evitar con compromiso. No. Me refiero a alguna fotografía que me inspira o me fascina, porque en ella aparece alguien que me dice o, sencillamente, aparece alguien que me inspira. Unas veces las hago yo, otras las veo por casualidad en mil lugares insopechados; pero no será la primera vez que he escrito a partir de una foto, como esas en que ella sale. Hace poco, mirando una de esas imágenes en que dices 'madre mía', con acento de flipar, me dije que era un poema: la chica, sus ojos, sus manos, la mirada, el fondo, la luz... todo en aquella instantánea me llevó a coger el boli y a reflejar en el diario todo cuanto una vez aprendí de ella, simplemente mirando. Claro que, también hay quien critica que cada pieza con afán literario la acompañe con una imagen de mujer y hasta hace poco sentía una necesidad de justificarme que voy a dejar de lado, porque yo mismo si me miro en el espejo no me digo nada y sin embargo una Musa lo dice todo sin palabras, sin estar. Aún recuerdo cuándo la vi por vez primera y la sensación que me anudó el estómago; aún lo recuerdo, sólo que yo no soy ni seré políticamente correcto, porque si poesía ya no es que nos inspiremos en otra persona -del sexo opuesto o del idéntico- es que se pone política por delante de la poesía, de la creación, de lo humano, de la calle, del beso, del guiño, de la mirada, de la sonrisa, del abrazo, de la cerveza o del café, del flechazo... el ser humano y sus pasiones son el motor del mundo y de la inspiración y lo demás, en fin lo demás gente que se aburre demasiado.

26 de septiembre de 2016

La muchacha del Circo

Cuando era niño, a la ciudad venía muy de vez en cuando el Circo, que yo pensaba que era diferente cada año. Lo cierto es que un una ciudad pequeña de provincias, con dos canales de televisión en blanco y negro, la diversión infantil era escasa más allá de los juegos callejeros. No sé bien qué año llegó uno de esos circos, diferente a los de la televisión; los niños lo cogíamos con gusto, aunque a mí no me pagaron nunca la entrada y debí conformarme en aquella ocasión con verlo todo desde fuera, sin el estrépito de voces y de risas, sin trapecistas, sin payasos, sin nada. En aquel circo vivía una chica rubia de mi edad, de la edad que contábamos todos los niños que formábamos mi pandilla; una chica que nos resultó divina, heróica, con su halo de misterio; quizás la hija del fakir o la del trapecista, o incluso la hija de la taquillera, no sé. Una tarde entera jugó con nosotros y creo que nos enamoramos de ella -yo, muy posiblemente- y, además, intentamos jugar con ella las dos o tres siguientes tardes que duró la tournée rural. Se decía que se había hecho novia de alguien, mas no de mí y aquello supongo que pudo ser mi primera frustración... El caso es que la muchacha jamás volvió por la localidad y ahora, años después, cuando se anuncia un circo en el mismo lugar, pienso en si quizás la trapecista será ella, o tuvo hijos y se retiró, o estudió algo, o se fue a vivir al extranjero... Ella desapareció, pero el circo sigue aquí.

11 de septiembre de 2016

Compromiso político

Es cierto -como dice Mario Vargas Llosa- que, con la que está cayendo a nivel nacional e internacional, el escritor -generador de Cultura y de libertad de expresión y de creación- no puede permanecer impasible; no puede esconderse, en mi opinión, tras el parapeto de no ser un político o bajo el miedo a perder lectores. Comprendo, hasta cierto punto, que el periodista se debe, además, a la línea editorial que tiene la empresa que pone el dinero encima de la mesa; comprendo, incluso, que alguien no quiera significar y sacrificar su obra, pero el escritor no; el escritor, como en 1898, tiene además de crear, la responsabilidad de decir, de expresar el momento, de ser exigente con la realidad: la intelectualidad, tan plural como el lector mismo, debe enriquecer la libertad de la sociedad en la que vive con su voz crítica, exigir del poder político el cumplimiento de las reglas del juego y que haga que todos los demás las cumplamos. La independencia debe estar siempre por encima de cualquier motivo que lleve a esconderse detrás del biombo del miedo. Los problemas de Europa, de América Latina o de Oriente Medio, así como el problema económico de España y de la formación -o no- de un gobierno estable deben ser motivo de reflexión y de debate y el intelectual tiene la obligación de participar en él, de recoger el testigo de una sociedad que tiene en la Literatura su voz, la portavocía de lo que significa pluralismo, libertad y Cultura. No podemos, ni debemos, dejar en manos de la televisión y de algunos de sus programas de masas la voz adormecedora que facilita evadirse de la realidad; no podemos, como en tiempos de la dictadura, dejar en manos de la minoría los asuntos de la mayoría y el intelectual, además, es el primer representante de la esencia de la Cultura, en toda su magnitud. No son tiempos para observar, son tiempos para hablar, son tiempos de exigir.

4 de septiembre de 2016

Cruella

A veces creo que es algo demasiado común que exista gente así, aunque viniendo de su conversación me queda más claro que es un mal extendido. Sí, ese tipo de gente que pasa por un lugar -o por una vida- arrasando; esa gente que roba información en la empresa para venderla al mejor postor, la persona que trabaja al mismo tiempo para intereses contrarios o tu ex que se lleva el coche, la casa, la cartilla de ahorros y hasta el perro. El caso es que a la vuelta del verano fui a la oficina, tras de dejar abajo el insulso verano; al entrar, la secretaria me avisó que la tipa en cuestión se había ido a otro empleo ("le hicieron una buena oferta en otra Ltd. y se marchó", añadió Larissa) y me dije que septiembre empezaba bien. Llevo años como detective y en los últimos tenemos mucho trabajo: seguros, cuernos, espionaje industrial, alguna desaparición voluntaria... No era una buena compañera, mucho más cuando en este curro trabajar en equipo es cuestión de vida o muerte. Lo vi claro cuando noté que me habían cambiado las claves del ordenador y, tras un buen rato, el informático dijo que no quedaba nada útil del disco duro: los archivos en papel del "Caso Mathews" tampoco estaban y los diez mil dólares de la caja fuerte habían tomado mejores derroteros. Puse el grito en el cielo; ella, la tipa, Cruella, se había largado con todo lo que necesitábamos los demás. "¿Mejor oferta?, esta tía se ha ido jodiendo al personal", dije en la reunión de urgencia. "No te preocupes -habló Mike, con su sempiterno cigarrillo-, a este tipo de gente siempre le llega su hora: ya le pondrá los puntos sobre las íes alguien más cabrón que ella". Me calé el sombrero, salí dando un portazo y fui a comprar una silla, para esperar en la puerta.

15 de agosto de 2016

Cruzarse

Es inevitable que estas cosas ocurran, porque el azar o la fortuna o la suerte o lo que sea que crea cada uno es así. Estar en un lugar y cruzarse con alguien que no te apetece ver: es ley de vida, la probabilidad que se cumple. Un rostro conocido, unos ojos que has visto antes -mejor o peor, de cerca o de lejos-; conversaciones del pasado, menos o más insulsas; cosas compartidas, o no. En definitiva, cuestiones que le pasan a todo el mundo: vidas que cambian, cuestiones cotidianas que se olvidan, cosas que tienen un nuevo sentido... la vida pasa y cada día supone un cambio nuevo y, del mismo modo que te cruzas con gente que se va, te cruzas con gente que viene. Supongo que es lo normal, la vida, el azar.

9 de agosto de 2016

Yo te conozco...

Una mañana de bochorno veraniego, en un supermercado de una pequeña ciudad de provincias que ni siquiera es el lugar en donde vives... Al entrar en el sitio te sonríe una hermosa chica joven, cuya rostro te suena de algo, pero en ese momento el flash de la visión te impide recordar exactamente de dónde y de qué. Llevas en mente, eso sí, recuerdos de idas y venidas, de ausencias... y la lista de la compra, breve, ligero de equipaje, que no se trata de cargar como si fueses a casa. Estantería por estantería: tomate, aceite, conservas, mil y una clases de chocolate y de salsas... La joven se acerca a coger algo que parece un dulce, te mira, sonríe: "Yo me acuerdo de ti, fuiste mi profe de Lengua en primero de Bachillerato". Sí, algún resorte interno me dice que sí, que efectivamente fui su profe aquel año y en aquella clase de un Instituto más o menos nuevo de un pueblo de provincias, sí. Al llegar a casa, con ese regusto positivo que deja que se acuerden de uno, me voy a la agenda de aquel tiempo y allí está ella, en aquella foto dni que nos daban, sonriente, con los ojos vivos e inteligentes de la mañana del supermercado; ha cambiado, obviamente, para mejor, sin duda. Miro sus calificaciones y aprobó, lo cual aumenta mi recuerdo. Un 'yo te conozco' que nunca viene mal para no olvidar quién eres.

4 de agosto de 2016

Pasiones de letras

Lo peor de la poesía o del teatro es no saber cuándo nace la idea y lo demás. Recorrer un país en verano implica observar a mucha gente y, de tanto mirar, creo que el arte lo crean con más intensidad -o un toque especial- las mujeres, a veces con sus geniales locuras... En cada paso, en cada vestimenta, en cada grito, en cada gafa de espejo, en cada esparteña de colorines, en cada voz cantando o anotando un verso -que será algo más- en un cuaderno. Confieso que el ego se me sube cuando alguna de ellas se me acerca y me pregunta, porque me conoce o simplemente la otra -la tímida del café con nata- le ha dicho que me conoce de alguna publicación, o del Facebook, vete tú a saber. Reconozco que admiro la profusión de sus lecturas, con apenas veinte años, del mismo modo que escribo sobre ellas en mi diario, que me dejan huella en el cuerpo y en el alma, como decía el gran Bécquer. La chica morena que propuso el botellón en mi habitación y que se presentó con Espadas como labios de Aleixandre me preguntó si me inspiraba en alguna mujer; cuando llevaba dos gin-tonics me lo dijo: "Anda, joder, qué más da que me lo digas a mí, pero fijo que alguna tía tienes detrás de tanta historia de mujeres". Claro que, la diferencia viene en que uno ha aprendido a no decir más de lo que toca, por mucho que el whisky siente bien con hielo: "pues claro, desde hace tiempo hay alguien detrás de cada historia, alguien que pienso o que recuerdo". Y no dije más, no vaya a ser que se produzcan justas poéticas, o amores arreabatados, o reencuentros, o tengamos que dormir juntos, porque a veces el cuerpo y el alma no se sabe dónde empiezan o terminan, como las jóvenes poetas o el poema mismo, en toda su pasión literaria.

29 de julio de 2016

La era de la deconstrucción

Te levantas y estás frente a la era de la deconstrucción, delante de gente que piensa más en sí misma que en la generación a la que pertenece, ante el momentazo ego, como si un único ego fuera la medida de todas las cosas. El no como terapia: "no, contigo no"; "no al café"; "no al otro"; "no, sin mí no"; "no, por norma no". A algunos nos hierve la sangre, ¿sabes? "No, yo no voto"; "no, no me cobres el IVA", "no, yo no declaro". El país del no, de la incertidumbre y del bloqueo: que me levanto por la derecha: no a la Educación, no a la Sanidad, no a la dependencia; que me toca sacar el pie por la izquierda: no, sin mí no que molo más; no a fulanito ni a zutanito. Aquí el sí se lo lleva Pokemon, a ese sí. Abro la maleta y, doblados, siguen los problemas: paro, déficit, blindaje de la Educación y la Sanidad, de las pensiones, un plan de Turismo como alternativa económica, reforma industrial, inversión en infraestructuras; pendientes siguen el no a la corrupción y el no al fraude... ¿¡Quién nos iba a decir que en la era de la deconstrucción daríamos un paso atrás respecto de nuestros padres!? Nadie se quiere parecer a estadistas de antes, porque perdían elecciones, o la vida o la memoria después de grandes gestas y hasta leían y escribían y pensaban. Yo, , me... las únicas palabras latinas que se pronuncian con pasión; la negación absoluta de sociedad; la unanimidad del ombligo de uno. No quiero pensar en que si un alumno supende debe recuperar, pero si uno de los del yo o del no fracasa, ¿qué debemos pedirle? Es como que a un alumno le exigimos el inglés y al número dos le reímos los chistes sin gracia. Lo que digo, la era de la deconstrucción y cuando se destruye, madre mía cuando se destruye...

24 de julio de 2016

Una cara bonita

Encendió el pitillo, se caló el sombrero y salió a la calle. Lo sabía desde el principio, aunque quiso creer que ella no era la culpable; intentó sin éxito reunir pruebas para convencerse de que el delito no lo había cometido la cara hermosa que tenía enfrente, pero hacía tiempo que decidió pensar con la cabeza y no con la bragueta, en estos casos. Así, recordó, no corrían peligro ni su vida ni su trabajo. Alguien lo contrató, pensando que era un detective de pacotilla: el típico que no se entera o no saca nada en claro si dos tipos listos le ponen delante pistas falsas, porque la gente aún no comprende que una cosa es parecer tonto, hacerse el tonto -que es un seguro de vida- y otra, radicalmente distinta, es serlo. Cuando acudió la policía ella lo miro con sus ojos penetrantes, como diciendo "no me delates"; él se giró y le dijo al inspector "la mujer, ha sido la mujer". Salió a la calle, pensó que el mundo era una puta mierda, pero mejor aún de la mierda completa que podía ser: la diferencia está en que hacer lo correcto evita que vivamos en el infierno.

20 de julio de 2016

Fatum nos iungebit

Echo de menos su olor, sus besos, sus abrazos, sus palabras... todo, lo echo de menos todo, terriblemente en los momentos de mayor soledad. Alguna gente cree que detrás de la poesía, de las palabras, únicamente hay un creador que de vez en cuando levanta el whisky, nada más; creen que las musas son gilipolleces que te inventas... y, oye, no puedes escribir un poema de amor, una historia de celos, o de odio, sin tomar referencias. Algunos días mientras escucho música parece que la veo sonreír, así como si estuviésemos uno frente al otro, como entonces... la recuerdo incluso cuando alguien pone en Internet esa frase que dice que "si un escritor se enamora de ti, nunca morirás". Los caminos a veces son pedregosos, se bifurcan, pero sólo la poesía, el telón de acero de las letras, la pasión reúne cada sueño... y es que uno -como dijo el poeta- puede cambiar de casa, de ciudad, de voto, de televisión, de dieta, de libro, de creencia, de móvil, pero de lo único que no se cambia es de pasión y ella y su rostro y sus besos y su sonrisa son las que marcan la palabras que escribo, los días que me inspiro y hasta los pasos que doy detrás de una historia, de la vida... Fatum nos iungebit

11 de julio de 2016

This is the life

Mientras arreglo una vieja de letra de canción, o la reescribo; mientras dedico a mi musa la inmortalidad de un poema suena de fondo una bella melodía de Amy McDonald, This is the life. Dejo la pluma, cierro el cuaderno, recuerdo aquel tiempo en que soñaba con ser, en que quise ser, en que intenté que todo esto cambiara: los bucles de crisis, discursos que nos rodean. Perdí el tiempo asumiendo discursos cruciales de líderes ya desaparecidos que pensaban en las siguientes generaciones, no en las próximas elecciones. Aquellas épocas en que el futuro era la sonrisa de un niño y el respeto al pasado lo marcaban las arrugas del abuelo sentado en un banco de plaza. Parece lejano cuando los pensadores reivindicaban cosas, con la idependencia de que ningún partido les iba a la medida; aquel momento en que luchar contra la corrupción nos era una tarea común. Cuando la gente bailaba al ritmo de la música, cuando los chicos perseguíamos a las chicas de pelo rizado y las canciones sonaban unas más fuertes que otras... que no hace tanto, joder, que no hace tanto. Cuando una melodía me resuena en el oído y me falta la guitarra; cuando el rostro de la chica que se va a llevar la canción no me deja ni a sol ni a sombra en mi mente, empieza a subirme el cosquilleo de cuando aquello y me digo que sí, que la vida es esto, salvo que nos pongamos a cambiar lo que nos nos gusta: como toda la vida, joder, como toda la vida.

1 de julio de 2016

Un día de cabreo

La verdad es que hoy es uno de esos días en que uno se levanta de mala leche; quizás el único del año, pero el índice de estar hasta las narices lo componen las noticias de política, el índice de paro, la gente que no tiene tiempo -salvo para andar pegada al móvil incluso al volante- y esas otras personas de egos subiditos. Vamos, que quien me lea dirá que es lo más normal del mundo, así en plan la gente es individualista, exclusivista y va a su bola. "Una mierda", pienso yo; porque eso es lo contrario de una sociedad. No hace falta que sea de tu agenda de contactos -que, sinceramente, muchos nos sobran y habría que borrarlos y la vida seguiría su curso con absoluta normalidad-, basta con la cola del pan, o la de la cita del médico, o Atocha para coger una tren: resulta gracioso colarse y encima te montan el pollo; si dices algo te gritan aunque, puestos a ello, mejor llamarles la atención. Esa otra gente que no se acuerda de ti -o de mí- para nada y cuando digo 'nada' es hasta rallar la mala educación, salvo que... te necesiten, les dices 'no' y encima se enfadan. Que digo yo que una cosas es que los egos subiditos se crean que somos tontos y otra bien distinta que realmente lo seamos, que hay que tener meninges para pensar que ciertas entendederas tienen en su poder la verdad absoluta. Lo más gracioso es cuando aparecen por ahí las palabras 'individualismo', 'egocentrismo', 'exclusivismo' -repito- para decirnos que todo en la sociedad cambia. ¡Y una mierda! Esos comportamientos son antisociales y poco o nada de ciudadanos -no el partido, los otros, los de a pie- ni de ser social tiene el que cree que el de enfrente puede ser o no descartado por nimiedades, porque normalmente en España se pone a mirar por encima del hombro el que menos que destacar tiene. 

27 de junio de 2016

El Shock

Se supone que la ficción la pongo yo, pero la realidad estos días tiene tintes de novela negra; y no, no es que me haya encontrado a mi novia en la cama con la muerte, como dice el poeta; digamos que empiezo a perder facultades, o la noción de enterarme bien de las cosas: del tiempo que hace, de si una tía quiere que me declare o no, de si una certificación es gratuita o debo pagar cinco con veinte... o de si debo cruzar España para dar un beso, yo qué sé. Una vez en clase jugábamos a encontrar las diferencias entre el inicio de curso y el final: una mano se levantó tímidamente y entonces dijo: "ahora tienes canas, profe". Soy viejo o lo normal es salir a la calle a celebrar a la roja --no, por favor, no pronunciar E-s-p-a-ñ-a, que es perjudicial para la salud-- pero pasar de todo si se trata de votar sí, a eso es mejor no ir. Pero bueno, tal día como hoy, España, nueve de la mañana, veinte grados, verano, ausencias de personas que hasta hace poco veías cada día o con las que hablabas cada día, un café medio caliente o medio frío --o sea, na--, un libro con el que no puedo, una nota que no sale, un beso que me falta y otro abrazo que yo debo, la radio que se queda sin pilas, el agua caliente ahora molesta y el viaje al Nueva York de Paul Auster en el aire. Por la ventana, además del aire, asoman las quejas y dudas de la gente, los whatsapp que entran, las sonrisas que ya no te pierdes... pones música y te miras las manos, las que usas para coger la prensa. Y vas y dices... "¿A que vuelvo? A la mínima vuelvo y se acabó tanta mandanga". Y es que siento todo lo que escribo y escribo todo lo que siento.

25 de junio de 2016

Ausencia

Ayer, al despertar; fue entonces, al despertar. La ausencia de su cuerpo cerca; su olor apenas queda en mis sábanas, poco más; ella no está cerca y hay cosas que el whatsapp no solventa, como su mirada pícara, como su forma de decirme las cosas, así. Recuerdo el primer instante, con timidez, tanteando, como todo el mundo, el primer beso. A veces, cuando las etapas se abren o se cierran o, simplemente, cuando llega el verano las cosas cambian, pero a mí los instantes me resultan eternidades. Las conversaciones, los paseos, nuestras comidas juntos... ese tipo de momentos que vivimos y que a veces un viaje, un cambio de destino, unas vacaciones cortan abriendo un paréntesis. Todos, todos hemos sentido ese vacío innegable, esa sensación extraña de faltarte algo. Y mucho más, sinceramente, cuando despiertas una mañana y su cuerpo no está ahí -no es necesario decirle 'duerme un rato más'-. Intentas hacerte el fuerte, pero te das cuenta de que el día va a ser largo y duro cuando encuentras su cepillo de dientes en el baño y recuerdas lo que te dijo aquel día: "todo empieza cuando traes el cepillo de dientes".

16 de junio de 2016

La costumbre de votar



Es complicado entender los colores estos días en que parece que todo va a cambiar, pero nada se mueve. Subo al bus, o al metro; allí la gente lleva cara de cansancio, detrás de El País o El Mundo, parapetados quizás tras un libro. No voy a negar que me fijo en la juventud de la chica de leggins que pasea a su perro, como tampoco la de la señora que, sentada en un banco, da de comer a las palomas trozos de pan. Otra joven hace footing por el parque y una chica de allí intenta enseñar a su hijo a subir en bicicleta: es el país, antes llamado España, porque ahora ni la Selección tiene país, únicamente color. La gente normal y común de la calle, la que necesita médicos, profesores, policías, barrenderos, panaderos, vendedores de periódicos, periodistas, dependientes, cajeras, conductores del bus, camareros… personas, en definitiva, que viven, comen, ríen, lloran, gimen, besan, sonríen, necesitan dinero y un libro y una copa de vez en cuando y pasear y dormir y un café bien cargado o descafeinado ─según la tensión─ y una buena peli en el cine. Pero no, el Telediario pronostica calor o frío, el mismo frío de los debates, tan irreales, tan insulsos, tan llenos de lugares comunes que uno piensa en si merece la pena realmente tanto silencio; uno, insisto, cree que a veces es mejor un buen grito, millones de gritos de hastío que digan ¡No me jodáis otra vez! Al final Churchill tenía razón y un buen estadista es el que piensa en las próximas generaciones, porque estaría bonico tener que pensar en otras próximas elecciones.

10 de junio de 2016

Paredes de papel

En ese momento me acuerdo del boom inmobiliario y no puedo ni respirar... y es que además del sobreprecio, las cláusulas suelo, la hipoteca, el seguro de vida, la visita de la amante o de la amiga del pueblo, la vecina pone plantas en tu trozo de rellano. Pero no, eso no es lo malo porque existe algo que se convierte en una pesadilla las noches de insomnio: las paredes de papel. Cuando te metes en la cama y oyes al otro lado del cabecero al vecino de juerga con su novia -el lector permitirá omitir las risas, el chín-chín de las copas y demás pormenores-, te das cuenta de que no vas a dormir en toda la noche. El de arriba, que debe frisar los setenta, se tira pedos y ronca para todo el edificio; otro del piso de arriba, pero más allá, se ducha a las doce y media y se levanta a las cinco y cuarto, pues uno, que tiene el sueño ligero como el lector sabe ya, lo oye todo, despertador incluido. A la vecinita wallapoop del otro extremo del segundo, en el propio rellano, la deja el novio en el portal sobre las doce y media, pero tiene otro con el que habla a esa hora mientras sube en el ascensor y antes de entrar en casa, pues vive con sus señores progenitores que, al contrario que yo, descansan muy ricamente a esa misma hora; o igual es el mismo que, sin hartura alguna, aún quiere más. Podría seguir, así como quien no quiere la cosa, mientras uno ve la peli de La2 (El Crack 2, de Garci) el vecino del otro lado del salón ve 13Tv a piñón fijo: dale que dale al debate. A mí esto como que me pone de muy mal humor, pues puestos a llevarse la pasta, bien podía haber puesto aislante del malo el señor constructor; malo, insisto, pero aislante. 

5 de junio de 2016

Conversaciones de andén



Tampoco es para tanto ir de Núñez de Balboa a Avenida de América siendo el segundo metro más largo del mundo; ahora en verano, quizás lo más interesante para un escritor es observar: las caras de cansancio del que va a trabajar o viene; las pantorrillas perfectas de la chica que necesita unos días de playa; el apego al móvil de la mayoría… En el andén de la 9, frente al narrador, una pareja discute sobre sus mutuos cuernos: “me arrepiento de haberte amado”, le dice ella con acento del Sur de América mientras llora para los que la observamos. Pienso en la tenue línea que separa el amor del odio (y viceversa), como dijo el sabio. En el vagón, una mujer le pregunta al marido cuántos años tiene el padre (de ella): “cincuenta y cinco”, le responde el marido; “qué va, tan viejo no es”, reprocha después la dama. “¿Cuántos años tienes?”, inquiere ahora el esposo: “treinta y cinco” (aunque, sinceramente, aparenta sesenta con la luz del Metro). “Ponle que tuviera veinte cuando tú y te sale”, sentencia el caballero cual Pitágoras. Mientras espero al bus, una joven de pelo rizado, pantalón blanco y reloj de oro le suelta a otra por teléfono: “Es gilipollas, pero tiene pasta y nos deja su piscina”, mientras me escruta, así como si yo fuera el de la pasta y la piscina, que lo otro me lo evita el tiempo y la experiencia. Cuando media hora después observo el paisaje que divide Madrid de la Alcarria recuerdo a John Dos Passos y a Cela y me digo que antes que escuchar por la tele a los cuatro jinetes del apocalipsis prefiero al pueblo llano.