Se supone que la ficción la pongo yo, pero la realidad estos días tiene tintes de novela negra; y no, no es que me haya encontrado a mi novia en la cama con la muerte, como dice el poeta; digamos que empiezo a perder facultades, o la noción de enterarme bien de las cosas: del tiempo que hace, de si una tía quiere que me declare o no, de si una certificación es gratuita o debo pagar cinco con veinte... o de si debo cruzar España para dar un beso, yo qué sé. Una vez en clase jugábamos a encontrar las diferencias entre el inicio de curso y el final: una mano se levantó tímidamente y entonces dijo: "ahora tienes canas, profe". Soy viejo o lo normal es salir a la calle a celebrar a la roja --no, por favor, no pronunciar E-s-p-a-ñ-a, que es perjudicial para la salud-- pero pasar de todo si se trata de votar sí, a eso es mejor no ir. Pero bueno, tal día como hoy, España, nueve de la mañana, veinte grados, verano, ausencias de personas que hasta hace poco veías cada día o con las que hablabas cada día, un café medio caliente o medio frío --o sea, na--, un libro con el que no puedo, una nota que no sale, un beso que me falta y otro abrazo que yo debo, la radio que se queda sin pilas, el agua caliente ahora molesta y el viaje al Nueva York de Paul Auster en el aire. Por la ventana, además del aire, asoman las quejas y dudas de la gente, los whatsapp que entran, las sonrisas que ya no te pierdes... pones música y te miras las manos, las que usas para coger la prensa. Y vas y dices... "¿A que vuelvo? A la mínima vuelvo y se acabó tanta mandanga". Y es que siento todo lo que escribo y escribo todo lo que siento.
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