19 de abril de 2018

Vivir en despoblado

El coche no pasa de cuarta, en el mejor de los casos, porque la carretera esta está imposible; debo haberme perdido en este territorio que me tiene en vilo, sinceramente porque creo que si tengo un problema con el coche, aquí no me va pasar nadie en semanas. Quizás el lector creería que estoy en Siberia, en Laponia o en mitad del desierto de Arizona, lo mismo da... pero circulo entre las provincias de Guadalajara y Cuenca; en el último pueblo, el hombre mayor que se veía a la puerta de la única casa que aparentaba vida, me ha dicho que tire por aquí: o termino en Molina de Aragón o, si hay algún indicador, posiblemente en Cuenca. Tampoco la radio ayuda: suena un pedorreo insoportable que mezcla a Alfredo Menéndez con Pepa Bueno y, en agún momento, parece que se quitan la palabra Carlos Alsina y Carlos Herrera, así que estamos buenos. Pienso que tanto abandono, esta sensación de páramo, no ha debido de tener esta pinta siempre, ni cuando estudiábamos aquello de la emigración del campo a la ciudad del XIX, que habría que ver la pinta de las cercanías de Carabanchel y Moratalaz, pueblos madrileños hasta después de la guerra. Voy evitando que una rueda se me quede en uno de los agujeros que el tiempo, la erosión y la mala calidad del asfalto han hecho en la carretera, por llamarla de alguna manera. ¡A buenas horas mangas verdes!: dice el de marras que van a destinar pasta contra la despoblación, a ver si el voto rural ayuda a recuperar la memoria que permitió enladrillar Madrid hasta la cencerreta, como si el hacinamiento y la especulación fueran la metáfora más perfecta de la corrupción. ¡Qué paciencia! Paro en un pueblo de 151 habitantes, cerca de los ríos Cabrillas y Tajo, a ver si me dan un café y me repongo de la visión, de la dejadez y del cabreo.

2 de abril de 2018

Poses equidistantes

Iba a escribir acerca de los saludos no respondidos por los egos del mundo (¡cuánto tonto por el mundo suelto!), cuando he borrado y me ha venido a la mente aquella mujer... cuando la era de la posverdad se denominaba vida, así, aprendiendo de tortas y algunos éxitos. El primer momento iba caminando delante de mí, de espaldas, pausadamente, con su cabello rubio o moreno, no voy a dar pistas ahora; se movía como tentando el pasillo aquel, tal como lo había hecho yo momentos antes. Si no lo prohíben pronto por real decreto, así es como he conocido a la gente que más he querido y a las personas que antes he olvidado, súbitamente. Ocurre que alguien como yo, a quien lo políticamente correcto no le da para un soneto y debe quedar un verso suelto, de vez en cuando recuerda. Aquellos pasos encierran aún hoy tantas incógnitas que sólo la poesía podría hablar de ellas, así de sencillo; siempre, claro está, que se puedan tener musas, discursos, recuerdos y que la posverdad nos permita escribir con adjetivos, sustantivos, verbos, adverbios y algo de corazón. Estaba yo con que hay gente que no saluda porque el no viajar, el no leer, el mucho aparentar y el tanto ver la tele le ha secado el seso pero, con permiso, he cambiado el tono para hablar de aquella mujer en que me fijé aquella tarde, o sería la del alba, que no quiero dar pistas... y ahí está...