7 de diciembre de 2012

"El bombardeo"


Recuerdo el sonido de las sirenas y los gritos del jefe de Distrito y a nosotros corriendo hacia el refugio. Mi mujer entonces estaba embarazada y no podía moverse tan bien como las demás chicas de Dresde, justo cuando el mando aliado decidió bombardear la ciudad. No les culpo, pues nunca fui nazi y como extranjero mis simpatías eran aliadas. Pero Julia, mi mujer, era alemana -y se parecía a esa actriz llamada Felicitas Woll- y yo trabajaba en una librería e íbamos a tener nuestro primer hijo. Aquella noche habíamos cenado en un restaurante, en el que habíamos decidido el nombre que íbamos a poner al bebé: Hans, porque entre los antepasados de Julia ese es el nombre más frecuente. Franz, como el mío, nunca le gustó. Y yo no iba a negarle nada a la mujer que más me ayudó después de mis años oscuros tras la primera guerra... Cuando el jefe de Distrito empezó su perorata Julia se asustó; le preguntó a gritos el nombre y ella rompió a llorar. Era frecuente en ella, pues aún era muy joven y salvo la temporada de estudios en Hannover, estaba muy apegada a nosotros; era muy tímida. Las descargas comezaron a eso de las diez de la noche y todo temblaba; en el refugio hacía mucho calor y las ancianas del edificio rezaban: todas en alemán. Al señor Stokinger no le dejaron pasar porque era judío, así que se quedó en el hueco de la escalera. Los racimos de bombas iban cayendo con la lentitud de una eternidad, rompiendo las almas e incendiando la ciudad. Julia se abrazó a mí como aquel primer día en el campo. De pronto noté su rostro ennegrecido por el hollín que nos caía y su corazón latía con fortaleza. Los tipos de la RAF inglesa no se andaron con chiquitas... Cuando salimos al exterior todo era devastación y ruinas, pero las dos vidas que dependían de mí entonces vibraban... Hasta que una esquirla de bomba alcanzó fortuitamente a Julia y ella y el bebé perdieron la vida, mientras mi conocimiento se desvaneció por la honda expansiva. Hoy, muchos años después, vivo solo con el tormento de aquel día que me ha impedido ser el mismo. Los maldigo, los maldigo a todos por sus guerras y por sus bombas.

4 de diciembre de 2012

"De repente"


Sí, sí, de repente, como la película de Frank Sinatra -que nació el mismo día que yo, por cierto-, así fue. El caso es que del mismo modo apareció un día, por sorpresa. Uno de esos días en que al despertar piensas que todo será monótono, insulso, incluso, de repente, sucede algo inesperado. Conoces a alguien, como en esas fiestas a las que muchas veces vas por compromiso y de repente conoces a alguien, intercambias el teléfono y poco más. Así fue, mientras yo guardaba cola -fila, deberíamos decir, pero...- y allí, al frente, estaba. Parece ser que ahora ya no está, se ha ido sin decir adiós, sin avisar... apenas le interesaría despedirse, aunque, para qué vamos a engañarnos, muchas veces es mejor no despedirse, sinceramente. Vivimos apegados a una gente y siempre he creído que si uno se embarca en un largo viaje o se lleva a las personas consigo o es mejor no despedirse, no lloriquear. Así de claro... ¿Que soy duro?, dice alguien mientras escucha lo que escribo en voz alta: cuando yo coja la maleta, me largue a los USA y deje esta España en la que los políticos se han empeñado en que no podamos vivir los jóvenes ya veréis qué despedida: pienso ir al Congreso y, en la puerta, pidiendo disculpas al guardia, voy a hacer un corte de mangas a todos esos cuatreros de mala muerte que se ríen de nosotros con altos sueldos.

A lo que iba, que es su marcha, de repente. No la mía, que aún está en el cocedero. Que sí, que un día se fue y no dijo nada, ni sus palabras ni su sonrisa ni su idioma en la escuela de idiomas, nada de aquellas conversaciones, nada. Ha desaparecido, de repente. Y yo, sin embargo, no le doy importancia. Adiós.

21 de noviembre de 2012

"Usted, señorita "




A Usted.
 
Permítame que le escriba, señorita, sin acuse de recibo. Permítame que le diga que es Usted quien enturbia mis sueños, quien matiza mis pensamientos, quien origina mis silencios. Permítame, señorita, que le diga que es en Usted en quien pienso en un grito silencioso y que es Usted lo primero que recuerdo en la mañana y lo último que olvido en la noche. Tiene Usted que saberlo por si fuera motivo de delito por mi parte o si, al contrario, fuera un motivo que Usted deba poner en su curriculum. Disculpe que le escriba esta carta sin acuse de recibo para que tenga Usted constancia de que la admiro desde el mismo instante en que apareció frente a mí; permítame que le señale que jamás olvidaré ese primer instante, la fortuna de que nos conociésemos Usted y yo y lo difícil que es que esta carta le llegue, aunque espero que si la lee no la deje indiferente. Permítame que le diga que la admiro... Permítame que le diga que estoy aquí a su entera disposición para cuando y para lo que Usted quiera.

Usted, señorita.

14 de noviembre de 2012

"La soledad del parado"


De repente me encontré allí, en aquel parque, frente al lago artificial, lanzando como un niño piedrecitas al agua, incluso después de que un guardia me llamase la atención. Allí son muy severos con el medio ambiente y el conservacionismo y todo eso. De repente me vi sólo, por vez primera en diez años, sin ella, sin los niños, sin mis padres, sin algo que hacer en casa al atardecer, sin el ruido de la oficina, sin las conversaciones íntimas entre empleados a la hora de comer, sin tener que coger el bus y esperar bajo la marquesina, sosteniendo una conversación ínsulsa con la típica anciana que se queja de todo, pero que tiene una cara estremecedoramente tierna. De repente me di cuenta que había pasado el tiempo, que aquel no era mi país, que yo únicamente era un extraño en medio de aquel solitario parque, que el paro y la inacción me habían convertido en un joven -aún- que no tenía nada que aportar a nada ni a nadie, ni siquiera a esas dos niñas pequeñas de la fotografía de mi cartera que se decían hijas mías y que tras la separación jamás había visto, y ya iba el calendario para cinco años. De repente me dejó de interesar el sexo, el vino, el fútbol, el periódico de siempre, levantarme tarde el día uno de enero, todo eso que haces con aliento y ánimo cuando estás vivo. De repente las palabras que me habían dicho los demás sonaban huecas, esotéricas, estúpidas, porque no hay ninguna que te devuelva la autoestima cuando estás metiendo en una caja las cuatro cosas que posees -entre ellas tus títulos universitarios devaluados-. De repente la corredora que pasa frente a mí no me inspira ni me dice nada como mujer, cuando muchas tardes mi ruta del footing era seguirlas para deleitarme mirando los leggins ceñidos a su trasero. De repente la vida había cambiado enormemente para mí, sin decirme nada; cada día igual a otro; cada mañana igual de insípida que la tarde. De repente no quise echarle las culpas a nadie porque nunca tendré a los culpables frente a frente para podérselo decir alto y claro a la cara. De repente yo ya no era nadie.

8 de noviembre de 2012

"El recodo del camino"


Es mejor no descubrir a quién va dedicado este relato.
(Algún día espero poder decírtelo)

Decía aquella sicóloga -y yo estaba sentado frente a ella- que el otoño a veces atenaza a las personas. Y es cierto que he sentido eso en muchas ocasiones, aunque no es lo mismo un otoño en Boston ni en Madrid que en un pueblo, sobre todo si este está poco habitado. Siempre me decían los maestros que en la vida hay que escoger una opción u otra y, de este modo, construirse a uno mismo: da igual que trabajes en la prensa, que seas un escritor en ciernes, un profesor sumido en el esperpéntico recorte político o un viejo caminante... Eso da igual. Tengo para mí la costumbre de observar bien las cosas que me circundan, como los viejos detectives de las novelas; como se dice, además, que debe hacer todo buen plumilla o como te enseñan en el curso de formación para detective privado. Y eso hago. A veces veo que mi coche se introduce en el carril contrario porque me ensimismo con el paisaje, que siempre dice mucho.
Aquel día llegué el primero -esa es otra máxima que me dijo un día un buen detective: "amigo, llega el primero y vete el último y serás tu el que cuente la mejor versión de la historia"- y vi a la muchacha allí. Jamás, y se lo cuento yo -ustedes me conocen de otras historias-, me ha impactado tanto una mujer...; un impacto súbito en primera línea de flotación -no se pierde el aliento tan fácilmente-; y después la he ido siguiendo... Así, a veces, me siento deprimido por haber llegado demasiado tarde a la vida de algunas personas, a su vida -aunque aquel detective me dijo en otra ocasión: "a lo mejor has llegado demasiado pronto, deja lugar a la duda"- pero jamás me cansaré de estar orgulloso de haberla descubierto; aunque el pago de su precio sea guardar silencio.
Los afectos silenciosos son los más puros, como esos pueblos abandonados del Norte, que guardan la esencia de los siglos. Hay que ser muy valiente para sentir en silencio, hay que ser muy duro para aguantar el otoño sin poder decir, sin manifestar lo más mínimo -y no digo que sea una mujer casada-; hay que construir una gran historia de otoño diciendo que el silencio es el más absoluto de los poderes. Esto lo vi aquella tarde cuando paré el coche al norte de la provincia de Burgos, hace un par de semanas; cuando de nuevo pensé en ella y sentí que la soledad de aquel pueblo abandonado estaba ocupada en su totalidad por ella.

7 de noviembre de 2012

"En el mundo siempre hay dos personas iguales"


Siempre me dijeron de chiquillo que en el mundo había dos personas exactamente iguales y es por ello que cuando he debido o he querido viajar por el mundo me he fijado en los rostros de la gente. Una vez tuve una relación profesional con una chica joven, más que yo al menos; lógicamente su rostro se me quedó grabado, de tal suerte que tiempo después de dejar de verla, una noche de 2012, puse una serie televisiva y ahí estaba la actriz Stana Katic..., de repente, lo vi claro: es cierto que en el mundo hay dos personas iguales.

5 de noviembre de 2012

"El sueño de un beso"


This story is specially dedicated to Sabina, in Prague.

A veces uno, por mucho que se lo proponga, no obtiene aquello que desea. Se puede trabajar duro, se puede intentar obtenerlo por cualquier medio, se puede luchar todo el tiempo, pero... La realidad está reñida con el deseo en un alto porcentaje y de ahí que muchos dejemos el camino abandonado para retornar a otro, no sé si porque no queda otro remedio o porque la vida es una eterna elección entre una y otra opción. Y aquello me pasó por aquel tiempo... Deseé con fuerza un beso suyo; sí, deseaba que el primer beso que diese aquel nuevo año que celebrábamos ese día fuese suyo. Estaba allí, al fondo del recinto; bailando con sus amigas... saludando a todos los amigos que nos habíamos concentrado en el lugar. "Happy new year...", "Feliz año nuevo...", y así en varios idiomas, incluido el francés. Pero no, por alguna extraña razón no se me acercó y cuando yo lo intenté, con la timidez que me abatía por aquella época (¡anda que si me pilla ahora!), fuese y no hubo nada.
Diez años después estaba yo en el VIPS de Fuencarral (Madrid en su esencia) esperando a mi amiga Sabina -una modelo checa, con una sonrisa sincera y unos profundos ojos azules- volví a ver a aquella chica en la mesa de enfrente. No sé si me reconoció al pronto o era ya la repercusión que mis libros empezaban a tener en el Madrid literario; se levantó y quiso saludarme con un beso que yo rechacé; y como en Estados Unidos le tendí la mano. Una conversación nimia, insulsa y de compromiso... Nada. Aquella noche, mientras dormía, me atenazó un sueño dulce... y en un momento oportuno Ella me daba el beso más hermoso que un hombre puede esperar de una mujer.

31 de octubre de 2012

Por casualidad


Sí; fuiste, eres y siempre serás mi más bonita casualidad.

Pues sí, claro, como en la vida de todo el mundo.

25 de octubre de 2012

"La cajera de mi Banco"


Los literatos -da igual que escribas o simplemente seas profesor...- decidimos ser pobres cuando nos seudounimos a las Letras, pero de vez en cuando hay que ir al Banco. Está claro, a mirar si tu editor te ha ingresado algo o si Hacienda te ha devuelto la milésima parte de lo que has pagado de más o a protestar la nueva comisión que se han inventado. Este ejercicio no es habitual, pero hay que ir, insisto: in situ se discute mejor. Aquella mañana me fijé en Ella porque no sólo es hermosa, sino además infinitamente competente o, al menos, una de las personas más competentes con las que me he cruzado... Así que, como el que no quiere la cosa y por indicación de los titulares de todas las cuentas mancomunadas de la familia, decidí hacerme cargo de las gestiones en esa sucursal, en concreto. Y aprendí matemáticas: había una fila única cada día, la cual se bifurcaba en dos al inicio, para que te tocase la ventanilla uno o la dos, esta última la de Ella. Así que hacía mis cálculos para que me tocase con ella y, como uno es de letras, la primera vez metí la pata. Pero espabilé. Y desde entonces casi siempre me toca su ventanilla -ahora sí que estarían orgullosos de mí mis profesores de matemáticas-.
 
Me parece una chica estupenda y eso lo voy viendo con las conversaciones que nacen de la gestión que se realiza y con algunas otras más en el lugar del desayuno en que, esta vez sí, coincidimos por azar. Ya sé su nombre, su procedencia, alguna cosa que hace en los ratos libres y uno, claro, para quedar bien -vestigios de mis años del Instituto madrileño en que estudié- regala sus cuentos; vamos, las antologías: al menos la mejor de ella. No es caso de que parezca ramplón, de Paul Auster para arriba. Ya se sabe, además, que hay que causar buena impresión pues aún arrastramos fama de bohemios y en algún caso algo hay de verdad. El asunto es que el mundo está lleno de gente estupenda ahí, con la que te cruzas cada día, con la que hablas de cosas nimias, con la que compartes unos minutos que son tan importantes como otros y en este caso Ella se aparece con un perfil de persona estupenda. Tan sencillo como ir al banco y alegrarse el día, sobre todo su llueve como hoy.

18 de octubre de 2012

"Su abrazo"


A ti, que no puedo decir tu nombre...

Había olvidado esa sensación, desapareció con ella hace tiempo; quizás el olor del café en la mañana era lo único que me quedaba de aquel tiempo, nada más. La monotonía del día a día, las actividades cotidianas de cada uno de eso momentos mecánicos era lo único que tenía en mente hasta ahora, hasta esta sorpresa, hasta que la he visto. Ese nuevo rostro, la sonrisa, el acento tímido de sus palabras, la cadencia de las cosas, todo cuanto la rodea; incluso esos ojos que me miran fíjamente alguna vez. Todo eso me ha recordado viejas sensaciones, viejos tiempos, viejos brazos y situaciones; que no lo son, ella es otra, por tanto lo nuevo, lo desconocido, lo fascinante, lo por venir. Y de repente he sentido unas inmensas ganas de abrazarla con pasión, con fuerza, con tesón.

15 de octubre de 2012

"Una fiesta gafapasta"


A la Peña "Los Zumbaos", por acogernos en su casa

Una fiesta gafapasta se organiza, por ejemplo, tomando un café una tarde cuatro personas (pongámosles seudónimo: Víctor, Esther, Alexandra y un servidor); es sencillo: ocurre, se lanza el teletipo por whatsaap y en escasos segundos ya está la cumbre del evento en marcha. Así, Víctor dice: "que sepáis que en este momento -insisto, unos segundos más tarde- ya seremos siete". En fin, que uno se anima y cree que la cosa revival, vintage o como se le quiera llamar (dependiendo de tu tribu urbana a la que se pertenezca o, incluso, si no se tiene, que también es importante) puede salir bien. Así que queda para organizarse "el sábado", por ejemplo, que tampoco es cosa de montar un evento un martes, más que nada porque te amargan la existencia "La prima de riesgo...", "Las encuestas dicen que Romney sube..."; o el que te sale por peteneras señalando que "la Escuela de Idiomas", "Mi madre que me ha dicho que le lleve al zapatero..." -inciso o digresión: dice la prensa que el zapatero de mi pueblo con esto de la crisis se está forrando- y todo eso.
 
Ahora bien... Llega el momento de la adquisición de las gafas. Nos vamos, por ejemplo, el citado Víctor, al volante; Alexandra, de copiloto; y un servidor -que es el narrador de la historia y espectador gafapasta- de visita a Chinalandia. Tres eurazos del ala por gafa; en total treinta gafas... Alexandra que intenta ágilmente regatear un descuento mientras nos dice que el niño del chino de la tienda sabe más español que don Ramón Menéndez Pidal (indignado en mi filológico fuero interno, me oigo decirle... "¿a que le pregunto al dichoso crío cual es el complemento directo de una oración chunga -por ejemplo una subordinada sustantiva, o adjetiva, o subordinada de complemento directo-?"; "No que me rayo", responde ella) no consigue sacar el descuento ni que nos den algo por la jeta. Por cierto, que finalmente nos llevamos descaradamente dos encendedores y unas pegatinas con la bandera de España (eso un servidor, que es el narrador) mientras que seguro que el chino nos tomó una foto con cámara oculta para ponerla entre la de los más buscados de China. Estoy seguro.
 
Pero... realmente lo de la fiesta gafapasta es la gente -estupenda-, las conversaciones (se descubre, por ejemplo, que el J&B tiene cero grasas, cero proteínas, cero carbohidratos; vamos, ideal para la dieta; o que en La1 han puesto Don erre que erre de Paco Martínez Soria), la improvisación musical, las fotos que hundirán en el futuro nuestra reputación y parte de la de nuestros hijos, las vestimentas (tengo claro a quién daría un primer premio), el buen rollo. Insisto, todo esto improvisado... aunque se lo perdieran finalmente María José y Vanessa, porque quisieron.  

9 de octubre de 2012

"Pasó el tiempo"


Yo qué sé qué hora era y qué andaba haciendo, sólo recuerdo que cuando habitaba la Facultad era noctámbulo: hasta las tantas y con cinco horas, como nuevo. Alguien llama: al teléfono de casa, que entonces eso del móvil no se llevaba... "Pon la dos", dice el interlocutor -lo mismo da la dos que Telemadrid, no recuerdo-. Allí aparece una entrevista interesante a dos poetas; la una consagrada, la otra novel -a los escritores habría que ponerle la L como a los conductores de dieciocho años- y me fascina. Todo, pero la joven me llama la atención porque dice cosas que me llaman la atención, porque nació el mismo año que yo -que ya es buena cosecha- y porque estudia lo mismo que yo. En fin, lo que uno hace: se va al día siguiente a buscar cosas de la poeta y aunque tarda algo más de uno lo consigue; en eso el protagonista no cambia. Ahora el paso del tiempo se viene una de estas noches -ahora es insomnio, no club de noctámbulo- y lo recuerdo todo con nitidez, con sensatez, con solvencia, con cariño -si se permite- y entonces digo, "joder, si tampoco hace tanto tiempo".

5 de octubre de 2012

Joaquín Leguina


Acaban de conceder a Joaquín Leguina el Premio José Luis Sampedro en el marco del Festival de Novela Policíaca 'Getafe Negro', un galardón merecidísimo porque novelas como Tu nombre envenena mis sueños, Las pruebas de la infamia y Por encima de toda sospecha, entre otras, entran dentro del género y están estéticamente trazadas con ingenio, maestría y agilidad. Tengo para mí -y lo he defendido muchísimas veces desde hace ya once años- que Joaquín Leguina es uno de los escritores más llamativos de nuestros días y fiel seguidor de esa tradición española -afortunada para las páginas filológicas de los manuales de literatura- de políticos que se dedican con solvencia y fortuna a las letras, entre los que cabría destacar a Larra, Cánovas o Azaña, o como aquel segundo del Ministerio de Instrucción Pública maurista que se llamó José Martínez Ruiz y al que conocemos por Azorín.

La literatura de Joaquín Leguina es singular, intensa, interesante -muy interesante- y fresca; obras que van más allá de la trama y que se aderezan de ingenio, de ironía, de paisaje, de escenas magistralmente dibujadas; con una prosa sutil y periodística; historias que no dejan indiferente; paisajes reconocibles y bien trazados; personajes con un gran calado literario y narrativo. Obras que entretienen y, sobre todo, que dicen.

Disfrutamos mucho con la literatura y, a veces, además, tenemos nuestros autores de cabecera; aquellos a los que recurrimos de vez en cuando para sacar algo nuevo de sus obras cada vez que las releemos. A mí eso me ha pasado con Pérez Galdós y con Cela -que también tuvieron su ramalazo político- y, más recientemente, una y otra vez, con Leguina. Prueba de ello su último libro, muy recomendable: El camino de vuelta (La esfera de los libros, 2012); una suerte de memorias y visión crítica del PSOE en los últimos treinta años. No se trata de un libro al uso, porque la pluma, la sinceridad y la razón están al servicio de una mirada nostálgica, en cierto modo, de una parte importante de la Historia de España que todos, más o menos, aún recordamos.

Supongo que Leguina tendrá sus lectores, así como detractores y seguidores -en este último grupo me encuentron así como en el de los lectores, lo cual no es incompatible, obvio- pero no deja indiferente a nadie con lo que dice y con lo que escribe. Además, la frescura de sus páginas, el encanto de la mirada sobre el tiempo pasado, la perspectiva de los personajes, el Madrid leguiniano tan significativo y reconocible, nos hace ver en él a uno de los autores más intensos de nuestras letras de hoy y a un intelectual como los de antes, lleno de recursos, de anécdotas y de lecturas.

Merecido premio, repito.

4 de octubre de 2012

Gente que va y gente que viene


Del mismo modo que vino (de la nada, de repente, con el súbito impacto de la sorpresa) decide irse y desaparecer de esa otra vida con la que se había cruzado. Esta es la razón de ser de la existencia, el toma y el daca de los instantes, de los momentos, de los caminos... Gente con la que te cruzas y se queda y gente con la que compartes un tiempo, breve o largo -según lo mires-, y se va por donde vino... Fuese y no hubo nada, como dijo el clásico. Detrás queda lo compartido, los sentimientos, lo profundo (muchas veces el amor -recuerdo las rupturas, no sólo las mías, también las de otros-) que al principio es brillante, algo más tarde es tenue y finalmente no es nada: silencio, olvido, recuerdo quizás alguna noche de insomnio. En el abismo quedan las cañas compartidas, los silencios, las conversaciones, las risas, las discusiones, la nada... La vida va detalladamente dando cumplimiento a los dictados de la Fortuna o de quien sea y, finalmente, juega a traer y a llevar como el viento a gente que pasa por tu vida dejando huella: unas dolorosas, otras más alegres; todas de aprendizaje. Pero es instintivo mirar alrededor y ver que quedan muchos otros, algunas caras ya viejas de tan conocidas que siguen construyendo el día a día. Salvo que seas un canalla la vida no te retira el saludo, sino que a veces lo pronuncia cinco minutos más tarde. Hay máximos que te traen y se llevan a la misma gente varias veces, porque el ser humano, en el fondo, es débil y temeroso, por eso tiene sus creencias, aunque sea en Snoopi. Pensando en algunas que se han ido voluntariamente simplemente les deseo buen viaje y que les vaya bonito, con la posdata de que, a poder ser, no se crucen más conmigo.

28 de septiembre de 2012

"Lo que nunca cambia"



Uno vive de una forma; a veces la vida lo cambia; incluso en muchos casos le da golpes, lo cambia, le hace perder y ganar -esto último poco, of course- pero hay cosas que no cambian nunca. Mi ideología puede variar dependiendo de lo sinvergüenzas que sean los dirigentes; el café puedo mezclarlo con leche, o con coñac, o tomarlo solo; puedo vivir aquí o allá, en un apartamento pequeño y alquilado en Brooklyn o en un gran piso de Manhattan; no me importa viajar en mi propio y destartalado coche o en avión o en tren, es igual; ahora puedo leer Historia o novela, es lo mismo, uno disfruta según el estilo de Philip Kerr o de Mario Vargas Llosa. Puedo salir de casa a las ocho o a las diez o irme a la cama temprano o de madrugada; puedo dejar de beber whisky o tomar tequila, por ejemplo, si estoy en un congreso en México. Pero lo que nunca cambia, indudablemente, invariablemente, son los azules ojos de Sabina. Ni Sabina en sí; ella nunca cambia: si uno se enamora de un mito, al menos un mito no le romperá el corazón.  

27 de septiembre de 2012

"Soñé que volvían los dos"


"La prima de riesgo alcanza los 460 puntos"; "El paro aumenta un 1%"; "El político Tal se gastó 1.000 euros en una cena después de un partido de fútbol"; "El senador Z pagó con una VISA del Senado una sauna para él y su hijo"; "El ministro W manda a los niños al cole con un tuper"; "El Ministerio X se carga la educación artística"; "La multitud indignada rodea el Congreso"... Oía mientras al fondo subía el café y con la cuchilla de afeitar rasuraba mi barba. O quizás era un sueño, pues todo se me presentaba en blanco y negro. Bajaba a la calle y compraba el diario y en su portada aparecía sonriente un banquero que concedió créditos a 280 promotores inmobiliarios insolventes: "Ea, había que ayudarles", decía el titular: más abajo una anciana impedida era desalojada de su hogar porque no pudo pagar tres recibos de la hipoteca. La revista que acompaña al diario lleva un reportaje de unos cuantos políticos de la jet set que veranearon en agosto en Niza (Nice, en francés) con el dividendo que se repartieron en diciembre, un par de meses antes de la intervención del banco que pagaremos todos. Las páginas de la bolsa, para ser más astutos en el periódico, venían ya en rojo. Como la úlcera me dolía -creo que ya me duele hasta en sueños- entré en una cafetería en donde el dueño, cariacontecido, me dijo que estaba a tope "porque he tenido que despedir al empleado, mi propio hijo; pero es que no puedo pagarle". Entonces veo el diario de deportes, El Gol, y dice el presidente de no sé qué club que la independencia de su territorio es lo idóneo para solventar el paro, el cierre de hospitales, de institutos y colegios, para dar cobertura a los inmigrantes y a los dependientes, para que funcione el transporte y que las tarifas del gas y del agua y de la luz y del teléfono bajen. Y se me pone una mala leche que hasta el café me sienta mal.
Un rato más tarde veo a Gutiérrez Mellado, el Guti, salir de su escaño con un par de huevos y enfrentarse al tipo del bigote y del tricornio y detrás de él Adolfo que lo coge, pero como disparan se sienta con más pachorra que un gato y se mantiene firme, digno, con la cabeza bien alta. De golpe, y aún en blanco y negro, veo a Adolfo que da la cara: "Señoras y señores..." y sale por la tele y lo explica todo, aunque sea una putada y más duro que una piedra lo que pasa.
Entonces me despierta la radio y me oigo decir: "Joder si volvieran los dos y mandaran a la mierda a todos los de ahora". Y Sabina, con voz de sueño, "ojalá".

24 de septiembre de 2012

"El primer día de Universidad"


¿Quién me iba a decir aquel día que sería un apasionado de la Universidad? Es cierto, si hay una institución verdaderamente importante en el país no es otra que la Universidad: déjense de mandangas y no valoren que si esto que si lo otro; si hoy somos algo y alguien es por la Universidad -mal que le pese a algunos-. Pero voy a remontarme a hace quince años; o qué más da, a hoy mismo. Empiezan las clases y uno se presenta en la Facultad Tal, que es en la que cursará por lo general la especialidad que le gusta -da lo mismo filología, historia, veterinaria..., todas son excelsas y dignísimas- y a la que se dedicará en el futuro, cuando desaparezcan los gobernantes de hoy y lleguen los más preparados a los puestos. Sé que es una utopía, pero se dará el caso.
 
Bien, llega uno del mundo adolescente, de la barbarie, del deseo por encima de la realidad, todo ello -o del pueblo, qué leches...-; y se presenta en la Facultad Tal -como decía; no pierdan el hilo- y en un papel que ha imprimido -o impreso, que las dos valen- de Internet: pabellón 3, primera planta, aula 101, pongamos por caso. Así que el nuevo o la nueva se va allí y cuando llega -quince minutos antes, por cierto: en lo sucesivo siempre llegará quince minutos tarde, que eso pasa- no hay nadie en la clase; se sienta en el banco, acude otra chica que dice que es de Getafe o de Carabanchel, qué más da; se pela la hebra -"pues yo vengo...", "yo escogí esto por vocación", "mi padre es filólogo y claro..."- con los discurrires típicos y tópicos.
 
Llega la hora y no llega ni el profe ni nadie más. Nervios, primer día, ¿metedura de pata? ¡Uf...! Se mira el susodicho papel: pabellón 3 b, primera planta, aula 101. ¡Anda morena! Es el pabellón b -con be de burro- y yo en Babia. Luego se rumorea que el metepatas -o la metepatas- llegó a licenciarse, a doctorarse, fue profesor universitaro. Pero... ¡ay el primer día!

23 de septiembre de 2012

"En un pub de Praga"


Si uno quiere recrear un espacio lo mejor es viajar al propio lugar. Eso hice yo cuando me plantearon participar en un coloquio sobre novela ambientada en Praga. Lo malo de esos congresos es que a veces duran demasiado, son largos y hay diversos temas de los que no te puedes escapar; yo, para eso, soy diestro: aprovecho el descuido de los que te toman el nombre y salgo a airearme. Eso hice aquella vez en Praga y se me hizo la noche entre el cementerio judío y la casa de Kafka... Haciéndome entender en inglés entré en un pub y, al fondo, estaba la muchacha de esta historia. Es una mujer demasiado hermosa y siempre sonriente, aunque lo que más me llama la atención de ella son sus profundos ojos azules, su mirada airosa. Una vez me dijeron que lo mejor que le puede pasar a alguien es enamorarse de un mito, porque así nunca te hará daño. Cuando quise reaccionar ante el whisky on the rocks me sobrevino un atisbo de lucidez: era sin duda Sabina. ¿Qué hace uno cuando conoce a un mito? ¿Saludas? ¿Pones esa cara de estúpido que ponemos todos en situaciones extrañas? Hay veces en que uno daría lo que fuese por conocer al mito al que admira y yo, aquella noche de Praga, me bloqueé y acabé hablando con una chica danesa, también de mi congreso, sobre novela checa... pero no dejé de mirar a Sabina, ni un momento, para no olvidar nunca su rostro.

17 de septiembre de 2012

"Incomunicación"


Llegar a una casa que compartes con una persona tan distinta a ti es una rutina al principio, más tarde es un refugio en el que caer tras otras actividades, al final no es más que una costumbre susceptible de ser rota en cualquier momento. Cuando iba a la Facultad y compartía piso con otros estudiantes en una pequeña capital de provincias el ritmo de la vida era rápido: cuando uno no estudiaba estaba en una fiesta o se montaba una timba, aderezada de tabaco, alcohol y pizza. Luego uno madura y comparte su vida con esa otra persona que te fascina, al principio por todo, pero el paso del tiempo lo va mitigando y ves algunas cosas no tan fascinantes. Llegar a casa más tarde y prepararse uno la cena mientras en el salón suena la televisión; tener el hijo a turnos, sobre todo el fin de semana, porque es imposible en un país como España compaginar hogar y curro; las discusiones por los olvidos -fechas, compras, pagos, llamadas, la fiesta de la amiga tal, el estreno teatral, el partido del niño...- y esa sensación de que quizás conociste a la otra persona poco, que debiste haberla estudiado más y más a fondo, para cerciorarte que una unión así sea un lujo y no un saldo que acabará en la casa de empeño. Esa frialdad de un piso que vas pagando a plazos al banco y las vacaciones que no son ya como las de adolescente ni tienen ese sabor romántico de entonces ni la libertad de aquel momento. Dicen que hay parejas felices, por supuesto, pero este es el mundo de la incomunicación, justo cuando más medios para comunicarnos tenemos.

5 de septiembre de 2012

"Asesinato por suicidio"


En el lugar de los hechos yacía inerte el cuerpo de una joven hermosa que olía a almendras amargas y el color de su piel era rosáceo; indudablemente había ingerido cianuro y había perecido algo después. Este tipo de casos me lo encontraba cuando hacía mis prácticas en la policía de Nueva York (NYPD) y es de cajón. Ahora bien, ¿qué pasa por la mente humana para, siendo tan joven, bajar el telón de una forma tan atroz? Muy mal deben andar las cosas -y eso que en Nueva York no gobiernan los mismos que en España, pongo por caso, que si no habría motivos- para la persona como para llegar a tal extremo. En el departamento, además, había cuatro o cinco de homicidios con menos sensibilidad social que una almeja y fui yo el que reparó que con una sonrisa tan amplia y tan bonita uno no se quita la vida. A sacar el manual. Noche tras noche buscando datos, lugar de los hechos inclusive...
 
Dos semanas después estaba en condiciones de entrar en el despacho del jefe, un engreído gilipollas que en sus días -los setenta, creo, cuando Nixon y el Watergate- había sido un fuera de serie. "Jefe, lo tengo", dije para abrir boca. "Si una muchacha como esta, licenciada en económicas y más pasta y más belleza que en el infinito se quita la vida yo me saco un ojo", agregué. Él escuchaba inerte: "Resulta que tenía un novio maltratador sicológico, abusón, como los grandullones del cole; que la fue minando, minando, hasta que en una discusión él le sugirió el fin que ha tenido". Me miró impávido, esta vez, y dijo únicamente: "O sea, un asesinato por suicidio".
 
(Obvio que la foto de la excelente y hermosa actriz María Cotiello no tiene relación alguna con esta inventada historia; y cualquier parecido con la realidad es imposible, porque no existe)

28 de agosto de 2012

"A quemarropa"


Más que los disparos fueron sus palabras, a quemarropa. La época fue propicia para todo tipo de engaños, para cualquier transacción de información de la que uno quisiera sacar partido, para vender el pellejo al mejor postor. La verdad es que aquel París ocupado por los nazis se prestó a todo ello y yo, como buen observador, anoté cuanto vi para luego escribirlo; aún hoy jamás lo he hecho. Me da igual si ella tenía o no tenía un arma, si su intención no era belicista sino vivir la vida en un tiempo que podía hacer que el mundo acabase en poco tiempo; el caso es que tanto los parisino como la resistencia y cuantos la conocían la odiaron desde el principio: nunca se paga ser independiente sino con la vida o con el ostracismo. Creo que fui el único que no se enamoró de ella -y motivos hubo para lo contrario- pero también fui el único que sintió piedad por ella, sobre todo en su último instante. Cuando los aliados entraron en París y escuché a Charles de Gaulle en la radio supe que tenía que hacerlo, sacarla de allí: que uno sienta indiferencia por alguien por quien ha sentido antes amor es un pecado minúsculo si esa persona está al borde de la muerte. No me sirvió de nada: cuando llegué a su casa ya la habían prendido para ejecutarla y un partisano a quien más o menos conocía se acercó a ella, con el revolver, lo posó sobre su cabeza y disparó a quemarropa...

Ahora hay días en que ni siquiera pienso en ella, luego estoy vivo.

5 de agosto de 2012

"Tacones"


Esta mañana, junto al café de Starbucks, pensaba que aunque uno habite Nueva York y duerma con una mujer joven y despampanante al lado, la ciudad es tan enorme y tan temeraria que hay que madrugar y recorrerla. Me gusta, lo sé, perderme por Brooklyn y mirar fíjamente a la gente; ir detrás de los pasos de los más comedidos y de los más lanzados; acercarme a esos recoletos parques de la City -ciudad de ciudades- en donde patinan los más pequeños mientras las mamás leen una novela sentadas en el césped: por cierto, un césped bien cuidado y sin las inmundicias de perro que uno halla en los parques de Madrid, por ejemplo. Cuando Ella me ha llamado ("Hey, boy", es su saludo matinal) para tomarnos juntos el café y abandonarnos al olvido, yo ya había ojeado el New York Times y había pateado Manhattan como si fuera nuevo o como si fuera tonto. Una de dos. No hay mejor mujer que la que uno no conoce, como ella, a pesar de que ya la voy conociendo, me voy acostumbrando y... Pero lo que más me gusta de ella son sus largas piernas y esos interminables tacones.

1 de agosto de 2012

"Una mujer compleja"


Ir a Hollywood o a Los Ángeles detrás de Charlize es toda una odisea. Bien es cierto que es la mujer más hermosa que he conocido -en el rodaje de En el valle de Elah- y que mis guiones siempre están pensando en ella como actriz, pero de ahí a invitarla a una cerveza en Murphy's o cualquier otro garito es un paso d-e-s-c-o-m-u-n-a-l como decía aquel maestro, lento pero seguro. No es que le tenga miedo ni que piense que no soy lo suficiente man para ella; solo que cuando uno se enamora hasta las trancas y la mujer es tan compleja como Charlize, pues... Y claro, ¿cómo viajo junto a ella a España? ¿Cómo la introduzco en una sociedad tan diferente? Yo me abstraí a la Quinta Avenida de Nueva York, con Philip Roth y sus novelas, así que no creo que sea tan complicado pasear por la Gran Vía y leer a Javier Marías -bueno, esto último sí-. Doy demasiadas vueltas, sí, cierto, demasiadas... muchas, no sé... Pero Charlize merece la pena... ¿o no?

31 de julio de 2012

"Zapatos de tacón alto"


Es sencillo: cuando uno va por la Quinta Avenida y ve a todas esas compradoras de zapatos de tacón alto recuerda aquella anécdota que le ocurrió a Alexandra una noche en el garito de siempre. Nos había repetido hasta la saciedad que quería unas botas por Navidad; incluso, de tanto como lo repitió quisimos hacer una colecta que no dio para nada... Aquella noche salió la conversación insistentemente; pidió, de nuevo, sus botas y de repente alguien le puso encima del mostrador unas botas: altas, sucias, de montaña. "No, esas no", dijo ella. Así que aún debo cumplir mi promesa, pero prefiero unos zapatos de tacón alto.

24 de julio de 2012

"Pequeños gestos"


"En los pequeños gestos está la grandeza de las personas", así hablaba Donovan aquella tarde sentados los dos en unas escaleras de entrada a una casa de apartamentos en Brooklyn, Nueva York. Él había perdido a su hijo en la guerra y a su mujer devastada por un cáncer; ahora sólo le quedaba su joven y hermosa hija, teñida de mal de amores y mi compañía, la del librero español de la esquina habituado a leer a Paul Auster y Philip Roth. Su terapia consistía en sincerarse conmigo y hablar, hablar y hablar. "Sacar de dentro la podredumbre de la vida", añadía. "En los pequeños gestos está la grandeza de las personas", se repetía para que me quedase claro: responder un mensaje, contestar una carta, devolver una llamada, prestar esos cinco dólares que uno necesita para un brunch, cosas así. Si nadie aprecia tu creatividad con un "qué bonito"; si nadie reconoce tus calificaciones brillantes con un "enhorabuena"; si nadie, en definitiva -decía Donovan-, reconoce que eres un ser humano es que ese alguien no es realmente un ser humano; "será una persona de carne y hueso -hablaba en voz alta Donovan- pero no tendrá sentimientos". A él, con todo lo que había sufrido en el campo de concentración le iban a decir que esas minucias cotidianas son problemas. "Recuerda, amigo -terminó de decir antes de levantarse para la cena- que hay miles de personas y no sólo una". Se levantó y subió la escalera para cenar con su hija, que tenía por aquel entonces mal de amores. 

21 de julio de 2012

"Una mujer de otro lugar"


¿Qué hay de ella en mí? ¿Cuándo fue que la conocí? Cuando viajé a Praga aquella vez, hacia 2002, aún nunca había oído hablar de ella, de Sabi, nunca. Es posible que en el tranvía o en el metro; quizás en un café o en la acera de una de las calles de Malá Straná me cruzase con ella; es posible que mis subconsciente la retuviese -porque ella es hermosa- y hasta hoy no haya caído en la cuenta lo mucho que me inspira. Ese rostro suyo de niña buena -¿lo es o no lo es?- y todas esas cosas que esconde detrás del look. Debe ser un auténtico demonio, en el buen sentido, con aspecto de hermosa mujer. Dijo una vez uno que si el demonio existe debe tener rostro de mujer -y lo dijo vaya usted a saber por qué- y yo creo que en Praga no hay demonios: para eso ya estuvieron bajo la bota nazi y bajo el zapato soviético. Ella, sencillamente ella, tiene esa personalidad que recorre las páginas de algunos de mis cuentos: es cierto que le atribuyo cualidades que aún hoy le desconozco, la moldeo a mi gusto, la hago hermosa y dulce, la construyo a mi saber leal... Creo una Sabi distinta, de otro mundo, el mundo de un cuento. Porque es, sencillamente, una mujer de otro lugar. 

19 de julio de 2012

"El chonerío III: el desenlace"


Fulgencio y yo lo tenemos claro: el chonerío es cosa peligrosa. Estoy por decirle a Montoro, que tiene su toque cani (¡esas orejillas!), más que chic, que la cadena que lleva el cani este que hemos visto por la Alameda sirve para pagar la deuda y sobra para un polo. Una 'cadenaca' gruesa, de eslabón recio; de oro del que cagó el moro, pero recia. Su choni, la que jamás se cambia de pantalones (pantacas, en argot) y se le trasparenta el tanga negro bajo pantalón blanco, está muy orgullosa de él (¡cuánto amor! ¡Oh my God!). El tirillas con cara de tonto el culo jamás ha leído nada, ni los prospectos de los anabolizantes que se tomó para tener los musculitos (y que le dejaron secuelas..., dicho sea sin ánimo de faltar, ya se sabe) que luce cuando saca el brazo por la ventanilla de su bólido -y por ello lleva uno moreno y el otro blanco-, el auto discoteca andante. Es más tonto que una albarda, dicho sea de paso; pero es que la choni, su chonita, la 'ejque' no es más espabilada...: lerda se decía en los noventa. Eso sí, da gustito verlos paseando su amol por las calles y por la Alameda como dos golondrinas que se arrullan. Son los reyes del mambo, así lo creen: el mundo está a salvo en sus manos. Dice el Fulgen todo lo que no necesitan: educación, cultura, teatro, novela, poesía, periódicos, crucigramas, matemáticas, historia o geografía, física y química; ni ropa: con unos vaquerucios rotos tienen bastante, pues llevan la misma ropa (¡ay, qué olor!) todos los días. Colonia poca... Ellos y sus conversaciones por whatsaap y sus temas, esos temas: los programas tipo Sálvame (¡qué interesante la vida de los demás! -sobre todo de esos dechados de virtudes que son los contertulios y los famosos, que lo son por que han ligado alguna vez y ha tenido sexo, como cualquier mortal, mire usted-). Ese futuro de España que estriba entre los 40.000 licenciados que se han marchado al exilio (por culpa de los sinvergüenzas de los que nos gobiernan), la gilipollas esa del "que os jodan" (hija del mayor corrupto del Universo Sideral), los 350 pánfilos del Congreso y... el chonerío. Yo creo que muero ante tanta cutrez, ante tanta ordinariez, ante tanta vulgaridad... No, no puede ser; tiene que ser un sueño... Sí... ¡Uf!, despierto y las chonis y sus canis no están: qué alivio.

18 de julio de 2012

"El chonerío II"


Fulgencio me llamó para tomar un café, invitación que acepté de inmediato. Íbamos después por la calle cuando, de nuevo, se nos presentó un cani; a este le dicen el Cachas, porque ha retrepado sus músculos en el gimnasio (anabolizántico, obvio; porque el tipo tiene cara de tonto y pinta de tirillas) y mismamente parece una puerta; veremos a ver, como dice mi compañero, cuando tenga cincuenta años y barriga cervecera. El caso es que el cachas lleva siempre la misma camisetucia de tirantes blanca, que en verano alivia, pongo por caso; la cara, insiste Fulgen "de tonto el culo" y siempre alelado, embebido entre la música techno y los discursos tan inteligentes de novia: las chonis, ya se sabe, hablan de sus ex con rencor, mucho rencor, y de Paquirrín y la Esteban, que como todo el mundo sabe son temas que van a sacar a España de la crisis. El cani, con su coche chillón, estridente, de rey del mambo y su cani con los mismos vaqueros de hace quince días (¡qué olor!), se pasean, de nuevo, por el lugar (X de Tal) en el coche: la gente vislumbra el triunfo 'ejque' porque el coche (sin pagar, con más porquería que el palo de un gallinero, las ventanas bajadas -es incompatible el aire acondicionado con llamar la atención con Kamela y demás empalagosidades de amol- y una matrícula irrisoria, fruto del cachondeíto de algún funcionario de Industria). Están triunfantes... qué más les da a ellos tener aspiraciones: con tener gato, media docena de churumbeles y dinero para los after es suficiente. ¡Viva el chonerío! Y, de nuevo, me imagino a Rajoy cani: "ejque me lo han impuejto", con pendientes en las orejas. ¡Uf!, no puedo, no puedo. 

17 de julio de 2012

"El 'Chonerío'"


Íbamos ayer Fulgencio (el Flugen) y yo por la Alameda cuando vimos a un cani en su coche estridente -chillón; el audio a tope como si fuera una discoteca móvil; las ventanas bajadas, pues no en vano es julio y él dando brincos en el asiento- y lo reconocimos fácilmente: me dijo, "míralo, con la cara de tonto que tiene el tirillas ese y ahí va, el rey del mambo, con su choni incrustada en asiento de copiloto y su deje eque"; a lo que yo, más tímido en el hablar, asentí. Y es que nos invaden estos tipejos -y tipejas- cual remedo de Belén Esteban, que es lo que se lleva: el chonerío. España está caminando en la senda choni y me preocupa que dentro de poco el presidente del gobierno salga a la tribuna con camiseta de tirantes, pantalones cortos, cadena de oro gruesa y diga: "Ejque lor recoltes...". Piensen Ustedes que es que ayer fui a la Alameda, pero esta misma mañana, en la calle Velázquez, en el puro barrio de Salamanca, he visto una choni: más de cincuenta años, pantalón corto ceñido que dejaba ver las lorzas sobrantes, celilitis que sería las delicias de cualquier liposuctor y un bronceado demasiado subido de tono. El chonerío, insisto. Pero el caso es que el cani del coche estridente -la choni, dice Fulgencio, entre otros motivos de peso lo ha elegido por el coche- llevaba a su choni al lado, poco más de lo mismo. Fulgencio, ingeniero, es más práctico: "Pero, hijo mío... ¿qué quieres que le den a ella si tiene un ramalazo choni que no puede evitar". Y me digo que sí, que es cierto... que esa ropa que repite (¿no se supone que una mujer normal tiene un inacabable fondo de armario?) y ese 'ejque' que la une en amor y compañía a su cani tirillas. Esa España que ha dejado de ser pijis para ser choni -y en el cambio perdemos, uf- es el ejemplo de estos dos amantes de Teruel: la choni y el cani, residentes en X de Tal, enamorados por su afición a no hablar cuando están juntos -se mandan whatsaap que es más guay-, a pasear metidos en el coche para que los demás vean que tienen un coche subidito de gama -que vaya usted a saber si pagan las letras- y que son los más mejores, 'ejeque'... ¡El chonerío!

6 de julio de 2012

"El celular... "


Cuando yo era joven 'el celular' era el coche de la policía, ahora, aunque más en América, es el teléfono móvil y es un objeto del que realmente dependen nuestras vidas. Cuando lo cambié, Sonia me dijo "si lo pierdes o te lo roban es como si te cortaran un brazo", que es algo así como la versión fina y educada -además de correctísima, cómo no iba a serlo Sonia- de lo que declaró Megan Fox hace unos días: "a la gente le importa menos si pierde su virginidad que si  pierde el celular", y se quedó tan ancha. Pues sí, me digo yo mismo, va a ser.

A veces lo oigo, pero no suena. Tampoco es que ha llegado un sms. Paro la lectura o dejo lo que estoy haciendo -¿qué hace un escritor en verano?- y me acerco: no es nada, una vana ilusión. Ella no escribirá (¿existe ya ella? ¿Es quien era?): no te hagas ilusiones, no le importa una mierda hablar contigo. Son alucinaciones fruto del móvil, de la dependencia: sms, internet, facebook, whatsaap, todo al unísono y te mantiene en contacto con los demás y con el mundo; por eso si lo pierdes... La dependencia esa tiene un nombre, que no recuerdo... pero te acerca al mundo de la alucinación. 

No, no, no. No suena, no es. Es indiferente aunque lo usa constantemente: tú eres un mero juguete en sus manos, como el móvil; te dirá cualquier cosa para justificarse, pero no llega. Lo sueñas, crees que suena, que te llega un sms, que se te acercan por las ondas. Es así en 2012.

Pero... ¿existe ya ella? 

(A veces, añado, el sms que llega, que no es de ella sino de otra, es mucho más ilusionante, por inesperado: esa ventaja tiene el siglo XX)

4 de julio de 2012

"Íntima obsesión"


Durante muchos años me ocupé de investigar lo más profundo del odio humano: la guerra civil española de 1936. Me obsesioné con la barbarie, con el pasado de mi país y de mis antecesores. Escribí una Tesina literaria, poemas; algún ensayo inédito y un libro. Dejé mi sueño muchas noches, de lado... Lo dejé por otras cosas... más tarde, en 2009, viajé a la Argentina y supe del Proceso de Reorganización Nacional, eufemismo de la dictadura: lo mismo, o peor, o de otro modo. Congoja, tensión... pena. Lecturas, entrevistas, cartas... ya tres años detrás de la respuesta...

¡¡¡Todos esos seres humanos que amaron, soñaron, rieron, lloraros...!!! (Ojalá mi recuerdo y el de otros les haga la justicia que se merecen... por el final que jamás debieron tener). 

29 de junio de 2012

Dos caras de una moneda



Para Sandra Sánchez y para Belén

Esta mañana, frente al café de Starbucks y mientras recordaba la frase de Sandra ("si gana España el domingo estoy en Madrid", rotunda y clara), contemplaba por la ventana la mezcla que ha producido la tan cacareada crisis: por un lado mayor pobreza en la calle, evidente en los rostros, los mendigos que piden y la falta de alegría; por otro, las mismas chicas monas, tirando a pijas, que pueblan el barrio y que a mí, como a Belén, no me disgustan. De hecho el otro día me produjo una evidente alegría ver a muchas de ellas con la camiseta de la selección nacional, fuesen al bar que fuesen. Hace un tiempo esa diferencia de que hablo no era tan evidente y tampoco me producía el sonrojo que me produce ahora; ver, como decía esta mañana en la Universidad Autónoma en la que pasé casi diez años de mi vida, cómo algunos viven demasiado bien por la crisis mientras la inmensa mayoría lo pasa mal. Esto no es que las niñas pijas tengan la culpa, no, sino que la evidente separación, el rasgo tan acentuado me produce una inquietud que antes nunca había sentido. Incluso tengo que reconocer que alguna de esas niñas pijas ahora ya no lo son por la crisis. Algún día escribiré un cuento sobre ello, pero no es hoy bajo este incesante calor... 

24 de junio de 2012

"Por un beso de la flaca..."


Sueño inconsciente bajo los efectos de una noche de juerga; vagamente recuerdo al fondo del lugar una cara conocida, la de Esther, y esa otra de Sandra que se me vuelve para sonreír cuando abro la ventana del garito porque hace calor: "no bebas más", creo que dice; lleva puesto ese vestido azul que tanto le favorece. Alguien viene de pronto y propone jugar al futbolín y pierdo: enfrente tengo a una chica desconocida que hace de partner de Víctor, que se ha aderezado con una camiseta del Atlético de Madrid porque no tenía una española, como yo. La noche no está mal y la música tampoco, pero hace mucho calor, demasiado calor y me apetece pedir agua pero me equivoco y repito un whisky on the rocks y es entonces cuando me viene la canción de Jarabe de Palo... "Por un beso de ella, aunque sólo uno fuera". La recuerdo en otro sitio, este madrileño, en 1996 cuando pegó fuerte y la flaca de entonces no era ni la sombra de la flaca de ahora... "Por un beso de la flaca yo daría lo que fuera". "Aunque sólo uno fuera". Lidia sonríe y dice algo de que mañana (es decir, pocas horas más tarde) tiene que estudiar pero se agazapa junto a mí al futbolín y alguna vez ganamos gracias a ella. Falta gente pero reconozco al fondo más caras, pero hay demasiado mogollón y no paso. Cuando llego a casa me entrometo en la cama en mitad de un sueño muy nervioso y de una sed atroz, aunque esta vez sí tomo agua, mineral y sin gas. De repente es de día, busco un cedé de Jarabe de Palo y pongo la canción:

Por un beso de la flaca
yo daría lo que fuera
por un beso de ella
aunque solo uno fuera.
Por un beso de la flaca
yo daría lo que fuera
por un beso de ella
aunque solo uno fuera.
Aunque solo uno fuera.
Coge mis sabanas blancas
como dice la canción
recordando las caricias
que me brindó el primer día y
Enloquezco de ganas de dormir a su ladito
porque Dios que esta flaca a
mi me tiene loquito.

Ojos que no ven...


"y pasaré los fuertes y fronteras"
(San Juan de la Cruz)


Dicen que los ojos que no ven permiten que el corazón no sienta; eso dicen y queda hasta en el refranero, pero uno no puede estar pensando en eso en las noches de insomnio, por ejemplo, porque hay veces que el jodido corazón ve más allá de lo que las retinas le traen a colación. Recordaba hoy, que es el día de San Juan, unos versos de San Juan de la Cruz, el excelente poeta del XVI. Belén, que es muy inquieta y creo que mi lectora más fiel, me deja una canción  en la que dice el poeta que esperará a la amada el tiempo que haga falta, a colación del post del otro día. Dejé, pues, la pregunta a medio gas, a mitad de respuesta, y creo que esos versos son, en cierto modo, una respuesta: por fuertes y fronteras. Y no, no es cierto que ojos que no ven, corazón que no siente. Mentira. Con gafas o sin ellas, con los ojos tapados o visionando, da igual. Hay cosas que se ven, que se intuyen, que se presuponen... eso. 

La magnífica imagen que ilustra este post es de la pintora Perla Fuertes

23 de junio de 2012

El poema perfecto


La poesía aún existe y es la voz de nuestra época, aunque en los periódicos se hable de insensateces que enervan al público. Uno piensa de vez en cuando si existe el poema perfecto y se atiene a la consecuencia de que hay que buscarlo en miles de páginas escritas y, sobre todo, en millones de composiciones poéticas aún por escribir. Estoy de acuerdo con José Carlos Mainer en que encontrar la respuesta y aportar nombres es como entrar en una habitación oscura de casa ajena e intentar buscar el interruptor de la luz: lo importante es moverse bien para encontrarlo, puesto que nadie es tan perfecto que descononciéndolo atine a la primera. Admiro, lo confieso, el empuje enigmático de Luna Miguel y sus miles de obras leídas cuando uno, por estas fechas, baja la intensidad lectora y se autoexige: que ella devore es hermoso. También alguna vez me han puesto verde por hablar casi de continuo de varios nombres fijos en mis trabajos: Ana Merino, Gracia Iglesias, Lauren Mendinueta y Yolanda Castaño (a cuyos poemas sumo los apuntes tomados de Ana Gorría, Marta López Vilar, Carmen Jodra, Vanesa Pérez-Sauquillo o Pablo Luque). Los que no piensan como uno siempre sacan la artillería para proponer otros nombres que son, en mi opinión, suma de cultura y de letras, no la resta. Nadie vale menos que nadie si está aún por construir. Insisto en que el poema perfecto está en las páginas de los poemarios de alguno de estos nuevos nombres que nacen cada día y que de vez en cuando citamos, porque los críticos canónicos apenas leen ya (nada se parecen a Luna Miguel) y siempre tienen sus clásicos, como yo tengo a Luis Alberto de Cuenca y Luis García Montero. Alguna vez incluso se permiten sonreír delante de ti cuando dices que al que más has leído del '27 es Gerardo Diego y es porque desconocen tan doctos que es el autor más prolífico de los diez (más los epígonos) y el que se trabajó la Antología en 1932 y 1934. Los hay, también, que no soportan que tantos jóvenes se abran hueco editorial, poético y, de vez en cuando, se carguen con algún que otro premio: dicen aquello de que "detrás de mí, nadie"; sin ser conscientes, obvio, que el español es lengua viva y hay mucho joven irreverentemente bien formado y que escribe tan bien como aquellos que peinan canas y son cita obligada de manual y clase. El día que votemos democráticamente el poema perfecto nos saldrá un empate entre lo clásico y lo moderno y siempre sorprenderá alguno que desconocemos con una composición de verdad. Pues ello... 

22 de junio de 2012

"Esperarla"


A Alejandra A., por nuestros años de Facultad.


Dos días cargados de tensión y un café vespertino por en medio: me estoy reseteando por voluntad propia. Dicen los sabios más ancianos que la sabiduría popular te habla por boca de otros y eso mismo me ha sucedido a mí a la hora del café, a la intempestiva hora del café de hoy. Mientras andan los trabajos y los días aparecen y desaparecen fantasmas, propios de estos tiempos tan inciertos y tumultuosos; sin nada más que rascar, sin nada menos que esperar. Hablábamos de mí y de la otra persona y en el intermedio de mil cosas ("las mujeres somos así", he oído decir en referencia a un constante cambiar de tema). Hay cosas que no suelo decir, que se me quedan dentro; es la potestad de la edad adulta o es mi forma de ser, vaya usted a saber. De pronto, una conversación que gira sobre alguien ausente y siento la necesidad de desnudar las pasiones y los sentimientos, sean cuales fueren porque en esta vida nada hay claro. Ya se sabe: "¿tú le has dicho?", "¿ella sabe?", "que no te importe que...", "alguien como tú no se puede venir abajo...". En esa línea, en ese estilo y en ese tono. De repente me lanza una pregunta que me hace reflexionar: "¿la esperarías lo que haga falta?"

Recuerdo que Alejandra (¿dónde estás, Alejandra?) y yo fuimos a ver El amor en los tiempos del cólera, basada en la novela de Gabriel García Márquez; por aquella época en que Alejandra y yo éramos uña y carne; los socios que fuimos en aquel tiempo que ya no volverá o sí, no depende de mí. El protagonista espera toda una vida... por aquel tiempo Alejandra me hizo la misma pregunta y le respondí: "jamás esperaría a una mujer toda una vida", y me quedé tan tranquilo. Supongo que hoy el paso del tiempo, quién sea esa mujer, si ella quiere o no quiere que la espere, todos esos factores... Esta tarde me ha devuelto a la realidad con esa misma pregunta y la respuesta es algo distinta:

"¿A ella?, no lo sé...". Un 'no lo sé' que estremece.


(Y a Belén, para que no tenga nunca que responder a esa pregunta. A Esther, Alexandra y la fotógrafa por sus consejos de estos días... y a la destinataria de la respuesta de esa pregunta que queda a medio responder)

21 de junio de 2012

"Duelo a muerte, por una dama"


Cuando entré en la taberna de la calle de Carretas nadie podía decirme que salir de allí iba a ser una cuestión de vida o muerte. Salí de la redacción de El Imparcial conmocionado con las noticias de provincias: disturbios, tumultos, huelgas, que el mal gobierno apenas podía controlar. El director lo quería todo de primera mano para la primera página y, debajo, el folletín de Galdós, lo que más se leía en las cocinas en la noche, bajo la luz de candil. La tabernucha recogía gente de mal vivir: periodistas de medio pelo, como yo; escritores sin un real; mujeres alegres; señoritingos enmascarados en busca de hembra; comerciantes de telas, ganados o lanas en busca de jornal; parroquia de poco fuste y menor futuro. Pedí el vinazo de El Bierzo que a mí, singularmente, me entraba bien y me puse a jugar a los naipes con dos o tres parroquianos. Nadie me esperaba en mi cuartucho y la única mujer a la que he amado (¿y aún amo?) jamás me hizo caso o me da celos que me comen por dentro, lo confieso. Poco, lo digo, poco.

El rubio entró después de mí y se sentó con una pelirroja del tres al cuarto, una mujer de vida alegre decían por aquellos entonces en el barrio: el tipo se conocía a toda la parroquia del distrito, fueren hembras, críos, curas o monjas. La algarabía no era menuda, pues los tratantes reían a estruendo y las busconas les seguían el juego y el bebercio. Miré de soslayo a una muchacha que habitaba al fondo de la taberna y que se hacía acompañar de otra más joven y un muchacho que no decía nada, a simple vista; un lacayo tontilán, supuse. Lo hice reiteradas veces hasta que El rubio se me acercó, me atizó un bofetón con un guante y me pidió un duelo en las Vistillas al amanecer. "Nadie mira a mi hembra así, escritorzuelo de mala muerte", dijo. Bebió a gollete un trago de Valdepeñas, derramando líquido por las barbas, y se largó. 

Y allí estaba yo, asustado y temblando, en las Vistillas de Madrid. Todo por una mujer guapa, lo reconozco, pero al fin y al cabo una mujer que dudo en conocer o si conozco. Me llevé de padrino a Martín Marcos, el de los talleres de El Imparcial quien tenía más miedo y menos vergüenza que yo. Y juro por don Alfonso XII que estaba acojonado: es que iba a perder mi vida. Jamás usé una pistola ni fusil ni espada ni florete ni garrote alguno y eso que soy de campo en donde abunda la caza. Una mujer a la que llamaban La dama. ¿Una dama en una taberna de Madrid? ¡Baje Júpiter y lo vea! Se me vino el mundo y, de lejano, un muchacho a darme un recado de parte del director del periódico: "Que dice don Miguel que dónde va usted, señorito, a batirse por esa mujer teniendo los años por delante que le quedan", me recombino, pero no entré en vereda.

Uno, dos, tres... seis. Media vuelta. Y mi disparo le acaparó el corazón de cabo a rabo. "Esto es Satanás que se me pone en el camino", dije aún temblando. Y en esto que se me acerca el director del duelo, un tipo vestido de negro y visera: "Verá usted, señor, se tiene que llevar con usted a la dama, que es el objeto del duelo". 

(Dedicado especialmente a Carmen, Olga, Alexandra, Encarni y Esther)

19 de junio de 2012

"Discusión por una mirada"


Para Raquel y Alexandra que no creo que se acuerden de los '90

Esa discusión fue hace mucho tiempo, tanto que ambos estábamos en la Facultad y aún eran los años noventa, esa década que hoy nos parece tan alejada. Digamos que ella se llamaba C., una joven filóloga (hoy casada, creo; porque vagamente recuerdo un comentario al respecto de una compañera en común); era una buena estudiante, una chica a la que el novio iba a buscar de vez en cuando a la Universidad y con el que salía, según dijo, desde el Instituto. Yo me llevaba bien con ella, vamos, correctamente, poco más. Un día que pasó una compañera que me gustaba mucho y me adelantó yo, sutilmente (o no tan sutilmente, no sé, la memoria me falla), la miré de espaldas; sí, al trasero, que era lo normal entre jóvenes recién entrados en la juventud y cuyas hormonas adolescentes aún no nos habían abandonado. Si me pongo a pensarlo aquellas miradas mojigatas me resultan ahora hasta tiernas comparadas con las de otros o con las de otros tiempos, que quede claro. En fin, que como C. se fijó en mi acción me soltó un exabrupto que me dejó un poco anodadado. "Bueno como si tu novio no mirase", se me ocurrió decirle. Fue peor, porque se lo tomó mal y me espetó: "mi novio sólo tiene ojos para mí y nunca mira a otras y menos de espaldas". Ahí fue cuando solté una carcajada enorme, se puso seria, aunque descolocada, y concluí: "amiga, tu novio mira exactamente como yo, lo cual es peor: yo lo comento y tu novio calla y mira cuando va contigo cogido de la mano". Y nos fuimos cada cual por su lado.