28 de septiembre de 2012

"Lo que nunca cambia"



Uno vive de una forma; a veces la vida lo cambia; incluso en muchos casos le da golpes, lo cambia, le hace perder y ganar -esto último poco, of course- pero hay cosas que no cambian nunca. Mi ideología puede variar dependiendo de lo sinvergüenzas que sean los dirigentes; el café puedo mezclarlo con leche, o con coñac, o tomarlo solo; puedo vivir aquí o allá, en un apartamento pequeño y alquilado en Brooklyn o en un gran piso de Manhattan; no me importa viajar en mi propio y destartalado coche o en avión o en tren, es igual; ahora puedo leer Historia o novela, es lo mismo, uno disfruta según el estilo de Philip Kerr o de Mario Vargas Llosa. Puedo salir de casa a las ocho o a las diez o irme a la cama temprano o de madrugada; puedo dejar de beber whisky o tomar tequila, por ejemplo, si estoy en un congreso en México. Pero lo que nunca cambia, indudablemente, invariablemente, son los azules ojos de Sabina. Ni Sabina en sí; ella nunca cambia: si uno se enamora de un mito, al menos un mito no le romperá el corazón.  

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