27 de mayo de 2018

La chica de las preguntas

Llegué a aquella ciudad de provincias tan temprano como lo hizo el primer tren; a un lugar en el que la sensación continua es la de que nunca pasa nada. Estaba allí para impartir una conferencia e irme rápidamente, tanto como los horarios de tren me lo permitieran. Los recuerdos de unos años antes allí, junto a ella, me resultaban ahora incómodos, como si uno no hubiera debido protagonizar aquellos instantes. Los estudiantes universitarios fueron entrando pausadamente en el aula y una vez sentados todos y presentados comencé a hablarles de la guerra civil y de sus consecuencias sobre la literatura y la cultura. Tomaron notas, hicieron preguntas, especialmente una chica menuda, sonriente y mirada intensa. Mientras salía de la Facultad, la misma muchacha, con un ligero parecido a ella, me comentó que había leído acerca de mi estancia en el lugar y yo, amablemente, respondí con suma rapidez a un tema que no me llevaba a ningún nuevo camino. Los estudiantes me invitaron a un café y nos pusimos al día en bibliografía, cine, arte y hasta política de la memoria. La chica, poseida de una exquisita elegancia en el trato, me interrogó sobre cuánto hacía que habia sido profesor allí mismo: "diecinueve años hace que viví aquí y solo ahora he vuelto desde entonces", respondí, sonriendo como pude. "Justo hace dieciocho años que yo nací, qué casualidad", dijo la joven, mirándome de una impenetrable forma muy familiar.