25 de abril de 2021

Otros caminos

La sala de conferencias del hotel de Praga resultaba inescrutable; mucho más porque yo llegaba tarde y no encontré el cartelito con mi nombre. Me senté al final, para evitar el inglés oficial; por culpa de las mascarillas apenas pude reconocer a nadie. Hubo algo de tertulia, ciertamente interesante, al final; luego, en la cena, junto a mí se sentó una antigua compañera. Reconozco que el tiempo hace mella en mucha gente y tengo para mí que es notable en la gente de literatura, de las humanidades en general. Hablamos mucho, incluso de las huellas que el rencor dejó en ambos a cuenta de viejas rivalidades, por los egos subidos de tono, por fallos de cuando todos éramos tremendamente jóvenes. Por eso me sorprendió la invitación a su habitación, que acepté con la naturalidad que da la madurez, supongo. Me sorprendió que su cuerpo aún estuviese lleno de heridas y de rasguños por la vida, pero lo reconocí a pesar de los años de silencio. A veces, lo bueno y lo malo ocurren cuando no nos corresponde y cuando lo recuerdas, tan sólo es el ruido del tiempo. Por la mañana, mirando los dos por la ventana hacia el Puente de Carlos, me respondió a las dudas tantas veces agarradas al estómago: "me faltaba una asignatura y tú llevabas otro camino".
 

4 de abril de 2021

Ojos sobre la mascarilla


Sucede en una mañana festiva, tibia y silenciosa de primavera. El tren de cercanías va en silencio: acaso somos seis o siete personas. El despertador ha sonado algo antes de lo habitual un día como hoy; tras la ducha y un primer café aguado escojo algo que combine con mis años mentales, no con esos otros del DNI. Al salir a la calle he visto chicas corriendo o en bicicleta, también chicos entrenando en grupo. He sido horriblemente puntual, pero sólo yo. Desde el fondo emerge su silueta y debajo de la mascarilla, seguro, una sonrisa. Ni los móviles ni la pandemia me han quitado la emoción de quedar con alguien, como cuando con veinte años: mitad nervios en el estómago, mitad timidez al mirarla a los ojos. Luego, frente al café, minutos que vuelan y miles de cosas que se pierden, para dejar paso a otras. Con el segundo cortado la camarera nos obsequia un cambio de hilo musical: aparecen ecos de los noventa. Me fijo en sus ojos, pero también en sus uñas: ahora las mujeres adornan sus uñas con mucha elegancia, combinando quizás con la ropa, o los pendientes, o el tono del cabello; quizás, incluso, con sus ojos. Me fijo en cómo gesticula con las manos, explicando no sé qué de un trabajo suyo... Nos dan la hora y hay que irse. En estos casos lo suyo sería un beso, pero lo prohíben las autoridades sanitarias, así que nos emplazamos hasta pronto. Camino de donde sea que yo vaya, en un banco, dos novios, ambos pegados al móvil, sin enterarse de que la vida son unos ojos hermosos sobre la mascarilla.