26 de septiembre de 2016

La muchacha del Circo

Cuando era niño, a la ciudad venía muy de vez en cuando el Circo, que yo pensaba que era diferente cada año. Lo cierto es que un una ciudad pequeña de provincias, con dos canales de televisión en blanco y negro, la diversión infantil era escasa más allá de los juegos callejeros. No sé bien qué año llegó uno de esos circos, diferente a los de la televisión; los niños lo cogíamos con gusto, aunque a mí no me pagaron nunca la entrada y debí conformarme en aquella ocasión con verlo todo desde fuera, sin el estrépito de voces y de risas, sin trapecistas, sin payasos, sin nada. En aquel circo vivía una chica rubia de mi edad, de la edad que contábamos todos los niños que formábamos mi pandilla; una chica que nos resultó divina, heróica, con su halo de misterio; quizás la hija del fakir o la del trapecista, o incluso la hija de la taquillera, no sé. Una tarde entera jugó con nosotros y creo que nos enamoramos de ella -yo, muy posiblemente- y, además, intentamos jugar con ella las dos o tres siguientes tardes que duró la tournée rural. Se decía que se había hecho novia de alguien, mas no de mí y aquello supongo que pudo ser mi primera frustración... El caso es que la muchacha jamás volvió por la localidad y ahora, años después, cuando se anuncia un circo en el mismo lugar, pienso en si quizás la trapecista será ella, o tuvo hijos y se retiró, o estudió algo, o se fue a vivir al extranjero... Ella desapareció, pero el circo sigue aquí.

11 de septiembre de 2016

Compromiso político

Es cierto -como dice Mario Vargas Llosa- que, con la que está cayendo a nivel nacional e internacional, el escritor -generador de Cultura y de libertad de expresión y de creación- no puede permanecer impasible; no puede esconderse, en mi opinión, tras el parapeto de no ser un político o bajo el miedo a perder lectores. Comprendo, hasta cierto punto, que el periodista se debe, además, a la línea editorial que tiene la empresa que pone el dinero encima de la mesa; comprendo, incluso, que alguien no quiera significar y sacrificar su obra, pero el escritor no; el escritor, como en 1898, tiene además de crear, la responsabilidad de decir, de expresar el momento, de ser exigente con la realidad: la intelectualidad, tan plural como el lector mismo, debe enriquecer la libertad de la sociedad en la que vive con su voz crítica, exigir del poder político el cumplimiento de las reglas del juego y que haga que todos los demás las cumplamos. La independencia debe estar siempre por encima de cualquier motivo que lleve a esconderse detrás del biombo del miedo. Los problemas de Europa, de América Latina o de Oriente Medio, así como el problema económico de España y de la formación -o no- de un gobierno estable deben ser motivo de reflexión y de debate y el intelectual tiene la obligación de participar en él, de recoger el testigo de una sociedad que tiene en la Literatura su voz, la portavocía de lo que significa pluralismo, libertad y Cultura. No podemos, ni debemos, dejar en manos de la televisión y de algunos de sus programas de masas la voz adormecedora que facilita evadirse de la realidad; no podemos, como en tiempos de la dictadura, dejar en manos de la minoría los asuntos de la mayoría y el intelectual, además, es el primer representante de la esencia de la Cultura, en toda su magnitud. No son tiempos para observar, son tiempos para hablar, son tiempos de exigir.

4 de septiembre de 2016

Cruella

A veces creo que es algo demasiado común que exista gente así, aunque viniendo de su conversación me queda más claro que es un mal extendido. Sí, ese tipo de gente que pasa por un lugar -o por una vida- arrasando; esa gente que roba información en la empresa para venderla al mejor postor, la persona que trabaja al mismo tiempo para intereses contrarios o tu ex que se lleva el coche, la casa, la cartilla de ahorros y hasta el perro. El caso es que a la vuelta del verano fui a la oficina, tras de dejar abajo el insulso verano; al entrar, la secretaria me avisó que la tipa en cuestión se había ido a otro empleo ("le hicieron una buena oferta en otra Ltd. y se marchó", añadió Larissa) y me dije que septiembre empezaba bien. Llevo años como detective y en los últimos tenemos mucho trabajo: seguros, cuernos, espionaje industrial, alguna desaparición voluntaria... No era una buena compañera, mucho más cuando en este curro trabajar en equipo es cuestión de vida o muerte. Lo vi claro cuando noté que me habían cambiado las claves del ordenador y, tras un buen rato, el informático dijo que no quedaba nada útil del disco duro: los archivos en papel del "Caso Mathews" tampoco estaban y los diez mil dólares de la caja fuerte habían tomado mejores derroteros. Puse el grito en el cielo; ella, la tipa, Cruella, se había largado con todo lo que necesitábamos los demás. "¿Mejor oferta?, esta tía se ha ido jodiendo al personal", dije en la reunión de urgencia. "No te preocupes -habló Mike, con su sempiterno cigarrillo-, a este tipo de gente siempre le llega su hora: ya le pondrá los puntos sobre las íes alguien más cabrón que ella". Me calé el sombrero, salí dando un portazo y fui a comprar una silla, para esperar en la puerta.