30 de marzo de 2020

Días en cuarentena

Mientras los días transcurren y la parrilla televisiva no mejora, nos damos cuenta que nuestro día a día continúa en torno a rutinas ya monótonas. Salimos poco y los comercios, por cordura final, están bien abastecidos y carecen del gentío de aquellos días... Los mensajes de autoapoyo siguen igual de intensos, pero carentes de tanta rapidez... Las tareas de lengua, de mates, del grado o del máster ocupan parte del tiempo, mientras otros trabajan para nuestra seguridad, en todos los aspectos. Se destapa, en esencia, lo bueno y lo malo de cada uno... Ahora echamos más de menos ese rato adicional de café no satisfecho; esos segundos de más en un abrazo necesario; la necesidad de un beso cuando toca... Esto pasará, sin duda, más pronto que tarde. Nos estamos poniendo todos al día, de muchas cosas pese a los bulos y las mentiras: ¡qué le vamos a hacer! Los buenos, incluso, adelantamos lecturas... y nos seguimos enterando de las cosas de los demás: la reclusión de casi todos; las nuevas fotos de Paola; o las videollamadas de María Jesús; del exceso de teletrabajo de Noelia; de la gimnasia casera de Rebeca, con su perra; del nueve con cinco del examen de Selene; del bizcocho perfecto de Ascen; de los planes de Enrique para cuando esto pase y pueda hacerse quinientos setenta kilómetros de coche; de las mil tareas de Raquel, a cuenta del máster; o de las interminables clases online de Silvia... Un mundo que gira, dentro del salón, pero que asumimos con disciplina, pensando en el día siguiente y las horas que vamos a pasar en la calle, como si no tuviésemos casa. 

 Modelo: @freckledteacher

24 de marzo de 2020

Diario en cuarentena (II)

Mientras la cosa se pone seria, la vida sigue. El silencio se impone en las calles y la gente que hace recados va rauda, sin mirarse, a más de dos o tres metros del otro; quizás un saludo rápido, de circunstancias: probablemente un 'hola' y un 'adiós' como nunca antes. La vida sigue, sí, impasible. Te sientas a escuchar a Alexia (la italiana, no la artificial) y ves el correo electrónico de una antigua alumna, preguntando cómo te va; una amiga te dice que su hermana está recluida; otra, que está haciendo un curso de fotografía online; los estudiantes intercambian correos con trabajos, siempre que el sistema no caiga; y a las ocho la gente sale al balcón a aplaudir bajo los compases del Resistiré, de El Dúo Dinámico. En las redes la gente hace cadenas de fotos atrasadas o de canciones con mensaje positivo; las pelis de la tele son tan malísimas como siempre antes; el tiempo está lluvioso -según el último parte- y Los Alcázares se han inundado por quinta vez en siete meses, lo que nos faltaba para el duro. También hay quien se dedica a actualizar su estado de whatsapp cada cinco minutos, o su foto de perfil: estoy descubriendo gente hermosa a tutiplén, sino que se lo digan a Noelia, a Alba o a Carmen. Lo bueno de quedarse en casa, con el tiempo por delante, es que uno se puede dedicar a los pequeños detalles, a la vida en pequeñas cosas... o en pequeñas dosis. 

 Modelo: @freckledteacher

18 de marzo de 2020

Diario en cuarentena

Tras los aplausos, entras en casa y te toca otro rato de apuntes, esa es la rutina. Más tarde, quizás, una peli y un rato de conversación virtual y, mañana, otro día más. Quizás dentro de un tiempo alguien, que no eres tú, lea este diario, pero mientras tanto te toca anotarlo, con esa sensación de estatismo y extrañeza que sólo una situación anómala produce. Y te enteras de mil detalles: la poeta autónoma que deja de ingresar dinero por un tiempo; tu compañera profesora de clásicas que se inventa refranes; la joven filóloga en parón intelectual, sin concentrarse apenas; otro inquieto enviando tutoriales para mil cosas, desde preparar croquetas caseras crujientes hasta realizar flexiones en el salón sin tirar los adornos del mueble de la tele; también quien te confiesa que su perra está como extrañada de verla todo el día en casa (creo que es prima de Rex o algo así); luego está la joven profesora de inglés que lleva un fotodiario; e igualmente la modelo extremeña cabreada de que la gente no cumpla las observaciones de las autoridades... Cada cual lo lleva como puede, más o menos. Antiguamente, si se producía algo así, después de echar la culpa a quien correspondiese te desvivías por saber dónde se hallaban los tuyos tras los toques de queda... por suerte, ahora todo se lleva mejor con lo electrónico. Cosa aparte es que algunos alumnos (en genérico) te digan que la situación es "rara", "un desastre" o "un agobio", lo cual hace que su juicio crítico sea de una asombrosa madurez. De momento, me quedo con la foto de hoy en el fotodiario... y mañana más.  



Modelo: @freckledteacher

9 de marzo de 2020

Saber mirar

Es difícil saber mirar; mucho más lo es saber posar la mirada... A veces el frío de la calle, o la irracionalidad de los sentidos, nos impiden fijar la vista en lo importante. Como entrar en un café, por ejemplo, en la oscura tardenoche de una gran ciudad -no sé, quizás NY-; sentarnos en la barra del lugar para pedir un vino europeo -español, por qué no- y, después de la mecánica comanda, observar el bullicio de la gente entrando y saliendo después de un día duro en la City, igual tras originar la enésima crisis económica. En definitiva, buscar con la mirada la vida junta en un mismo sitio. Son esos lugares en donde puede que encuentres un rostro amigo, esa compañera del curro ahora frente a ese café aguachirle que no sube la tensión ni quita el sueño. No sé. Se trata de saber mirar, de comprender una mirada. Las miradas hablan miles de veces, pero no siempre sabemos qué nos dicen, por dónde van los tiros: las miradas de amor son de un modo; las de odio de otro; las de reprobación tienen otro estilo, como las cómicas; posiblemente las miradas de ternura sean las más hermosas y, en otro lado, las de pena deben ser tristísimas. Hay una que he visto algunas veces: la mirada de timidez, últimamente menos de moda. Comprender las miradas es saber mirar, porque si no comprendemos cuando nos miran, menos cuando nos dan explicaciones. Pago el vino, me pongo el abrigo y salgo al frío marzo neoyorquino, con la incógnita de si quien me veía ha sabido entender mi forma de mirar. 
 
 
©Photo: Carmen Sánchez Lices / Model: Paola García