21 de noviembre de 2012

"Usted, señorita "




A Usted.
 
Permítame que le escriba, señorita, sin acuse de recibo. Permítame que le diga que es Usted quien enturbia mis sueños, quien matiza mis pensamientos, quien origina mis silencios. Permítame, señorita, que le diga que es en Usted en quien pienso en un grito silencioso y que es Usted lo primero que recuerdo en la mañana y lo último que olvido en la noche. Tiene Usted que saberlo por si fuera motivo de delito por mi parte o si, al contrario, fuera un motivo que Usted deba poner en su curriculum. Disculpe que le escriba esta carta sin acuse de recibo para que tenga Usted constancia de que la admiro desde el mismo instante en que apareció frente a mí; permítame que le señale que jamás olvidaré ese primer instante, la fortuna de que nos conociésemos Usted y yo y lo difícil que es que esta carta le llegue, aunque espero que si la lee no la deje indiferente. Permítame que le diga que la admiro... Permítame que le diga que estoy aquí a su entera disposición para cuando y para lo que Usted quiera.

Usted, señorita.

14 de noviembre de 2012

"La soledad del parado"


De repente me encontré allí, en aquel parque, frente al lago artificial, lanzando como un niño piedrecitas al agua, incluso después de que un guardia me llamase la atención. Allí son muy severos con el medio ambiente y el conservacionismo y todo eso. De repente me vi sólo, por vez primera en diez años, sin ella, sin los niños, sin mis padres, sin algo que hacer en casa al atardecer, sin el ruido de la oficina, sin las conversaciones íntimas entre empleados a la hora de comer, sin tener que coger el bus y esperar bajo la marquesina, sosteniendo una conversación ínsulsa con la típica anciana que se queja de todo, pero que tiene una cara estremecedoramente tierna. De repente me di cuenta que había pasado el tiempo, que aquel no era mi país, que yo únicamente era un extraño en medio de aquel solitario parque, que el paro y la inacción me habían convertido en un joven -aún- que no tenía nada que aportar a nada ni a nadie, ni siquiera a esas dos niñas pequeñas de la fotografía de mi cartera que se decían hijas mías y que tras la separación jamás había visto, y ya iba el calendario para cinco años. De repente me dejó de interesar el sexo, el vino, el fútbol, el periódico de siempre, levantarme tarde el día uno de enero, todo eso que haces con aliento y ánimo cuando estás vivo. De repente las palabras que me habían dicho los demás sonaban huecas, esotéricas, estúpidas, porque no hay ninguna que te devuelva la autoestima cuando estás metiendo en una caja las cuatro cosas que posees -entre ellas tus títulos universitarios devaluados-. De repente la corredora que pasa frente a mí no me inspira ni me dice nada como mujer, cuando muchas tardes mi ruta del footing era seguirlas para deleitarme mirando los leggins ceñidos a su trasero. De repente la vida había cambiado enormemente para mí, sin decirme nada; cada día igual a otro; cada mañana igual de insípida que la tarde. De repente no quise echarle las culpas a nadie porque nunca tendré a los culpables frente a frente para podérselo decir alto y claro a la cara. De repente yo ya no era nadie.

8 de noviembre de 2012

"El recodo del camino"


Es mejor no descubrir a quién va dedicado este relato.
(Algún día espero poder decírtelo)

Decía aquella sicóloga -y yo estaba sentado frente a ella- que el otoño a veces atenaza a las personas. Y es cierto que he sentido eso en muchas ocasiones, aunque no es lo mismo un otoño en Boston ni en Madrid que en un pueblo, sobre todo si este está poco habitado. Siempre me decían los maestros que en la vida hay que escoger una opción u otra y, de este modo, construirse a uno mismo: da igual que trabajes en la prensa, que seas un escritor en ciernes, un profesor sumido en el esperpéntico recorte político o un viejo caminante... Eso da igual. Tengo para mí la costumbre de observar bien las cosas que me circundan, como los viejos detectives de las novelas; como se dice, además, que debe hacer todo buen plumilla o como te enseñan en el curso de formación para detective privado. Y eso hago. A veces veo que mi coche se introduce en el carril contrario porque me ensimismo con el paisaje, que siempre dice mucho.
Aquel día llegué el primero -esa es otra máxima que me dijo un día un buen detective: "amigo, llega el primero y vete el último y serás tu el que cuente la mejor versión de la historia"- y vi a la muchacha allí. Jamás, y se lo cuento yo -ustedes me conocen de otras historias-, me ha impactado tanto una mujer...; un impacto súbito en primera línea de flotación -no se pierde el aliento tan fácilmente-; y después la he ido siguiendo... Así, a veces, me siento deprimido por haber llegado demasiado tarde a la vida de algunas personas, a su vida -aunque aquel detective me dijo en otra ocasión: "a lo mejor has llegado demasiado pronto, deja lugar a la duda"- pero jamás me cansaré de estar orgulloso de haberla descubierto; aunque el pago de su precio sea guardar silencio.
Los afectos silenciosos son los más puros, como esos pueblos abandonados del Norte, que guardan la esencia de los siglos. Hay que ser muy valiente para sentir en silencio, hay que ser muy duro para aguantar el otoño sin poder decir, sin manifestar lo más mínimo -y no digo que sea una mujer casada-; hay que construir una gran historia de otoño diciendo que el silencio es el más absoluto de los poderes. Esto lo vi aquella tarde cuando paré el coche al norte de la provincia de Burgos, hace un par de semanas; cuando de nuevo pensé en ella y sentí que la soledad de aquel pueblo abandonado estaba ocupada en su totalidad por ella.

7 de noviembre de 2012

"En el mundo siempre hay dos personas iguales"


Siempre me dijeron de chiquillo que en el mundo había dos personas exactamente iguales y es por ello que cuando he debido o he querido viajar por el mundo me he fijado en los rostros de la gente. Una vez tuve una relación profesional con una chica joven, más que yo al menos; lógicamente su rostro se me quedó grabado, de tal suerte que tiempo después de dejar de verla, una noche de 2012, puse una serie televisiva y ahí estaba la actriz Stana Katic..., de repente, lo vi claro: es cierto que en el mundo hay dos personas iguales.

5 de noviembre de 2012

"El sueño de un beso"


This story is specially dedicated to Sabina, in Prague.

A veces uno, por mucho que se lo proponga, no obtiene aquello que desea. Se puede trabajar duro, se puede intentar obtenerlo por cualquier medio, se puede luchar todo el tiempo, pero... La realidad está reñida con el deseo en un alto porcentaje y de ahí que muchos dejemos el camino abandonado para retornar a otro, no sé si porque no queda otro remedio o porque la vida es una eterna elección entre una y otra opción. Y aquello me pasó por aquel tiempo... Deseé con fuerza un beso suyo; sí, deseaba que el primer beso que diese aquel nuevo año que celebrábamos ese día fuese suyo. Estaba allí, al fondo del recinto; bailando con sus amigas... saludando a todos los amigos que nos habíamos concentrado en el lugar. "Happy new year...", "Feliz año nuevo...", y así en varios idiomas, incluido el francés. Pero no, por alguna extraña razón no se me acercó y cuando yo lo intenté, con la timidez que me abatía por aquella época (¡anda que si me pilla ahora!), fuese y no hubo nada.
Diez años después estaba yo en el VIPS de Fuencarral (Madrid en su esencia) esperando a mi amiga Sabina -una modelo checa, con una sonrisa sincera y unos profundos ojos azules- volví a ver a aquella chica en la mesa de enfrente. No sé si me reconoció al pronto o era ya la repercusión que mis libros empezaban a tener en el Madrid literario; se levantó y quiso saludarme con un beso que yo rechacé; y como en Estados Unidos le tendí la mano. Una conversación nimia, insulsa y de compromiso... Nada. Aquella noche, mientras dormía, me atenazó un sueño dulce... y en un momento oportuno Ella me daba el beso más hermoso que un hombre puede esperar de una mujer.