Es difícil saber mirar; mucho más lo es saber posar la mirada... A veces el frío de la calle, o la irracionalidad de los sentidos, nos impiden fijar la vista en lo importante. Como entrar en un café, por ejemplo, en la oscura tardenoche de una gran ciudad -no sé, quizás NY-; sentarnos en la barra del lugar para pedir un vino europeo -español, por qué no- y, después de la mecánica comanda, observar el bullicio de la gente entrando y saliendo después de un día duro en la City, igual tras originar la enésima crisis económica. En definitiva, buscar con la mirada la vida junta en un mismo sitio. Son esos lugares en donde puede que encuentres un rostro amigo, esa compañera del curro ahora frente a ese café aguachirle que no sube la tensión ni quita el sueño. No sé. Se trata de saber mirar, de comprender una mirada. Las miradas hablan miles de veces, pero no siempre sabemos qué nos dicen, por dónde van los tiros: las miradas de amor son de un modo; las de odio de otro; las de reprobación tienen otro estilo, como las cómicas; posiblemente las miradas de ternura sean las más hermosas y, en otro lado, las de pena deben ser tristísimas. Hay una que he visto algunas veces: la mirada de timidez, últimamente menos de moda. Comprender las miradas es saber mirar, porque si no comprendemos cuando nos miran, menos cuando nos dan explicaciones. Pago el vino, me pongo el abrigo y salgo al frío marzo neoyorquino, con la incógnita de si quien me veía ha sabido entender mi forma de mirar.
©Photo:
Carmen Sánchez Lices / Model: Paola García
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