5 de agosto de 2012

"Tacones"


Esta mañana, junto al café de Starbucks, pensaba que aunque uno habite Nueva York y duerma con una mujer joven y despampanante al lado, la ciudad es tan enorme y tan temeraria que hay que madrugar y recorrerla. Me gusta, lo sé, perderme por Brooklyn y mirar fíjamente a la gente; ir detrás de los pasos de los más comedidos y de los más lanzados; acercarme a esos recoletos parques de la City -ciudad de ciudades- en donde patinan los más pequeños mientras las mamás leen una novela sentadas en el césped: por cierto, un césped bien cuidado y sin las inmundicias de perro que uno halla en los parques de Madrid, por ejemplo. Cuando Ella me ha llamado ("Hey, boy", es su saludo matinal) para tomarnos juntos el café y abandonarnos al olvido, yo ya había ojeado el New York Times y había pateado Manhattan como si fuera nuevo o como si fuera tonto. Una de dos. No hay mejor mujer que la que uno no conoce, como ella, a pesar de que ya la voy conociendo, me voy acostumbrando y... Pero lo que más me gusta de ella son sus largas piernas y esos interminables tacones.

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