¿Qué hay de ella en mí? ¿Cuándo fue que la conocí? Cuando viajé a Praga aquella vez, hacia 2002, aún nunca había oído hablar de ella, de Sabi, nunca. Es posible que en el tranvía o en el metro; quizás en un café o en la acera de una de las calles de Malá Straná me cruzase con ella; es posible que mis subconsciente la retuviese -porque ella es hermosa- y hasta hoy no haya caído en la cuenta lo mucho que me inspira. Ese rostro suyo de niña buena -¿lo es o no lo es?- y todas esas cosas que esconde detrás del look. Debe ser un auténtico demonio, en el buen sentido, con aspecto de hermosa mujer. Dijo una vez uno que si el demonio existe debe tener rostro de mujer -y lo dijo vaya usted a saber por qué- y yo creo que en Praga no hay demonios: para eso ya estuvieron bajo la bota nazi y bajo el zapato soviético. Ella, sencillamente ella, tiene esa personalidad que recorre las páginas de algunos de mis cuentos: es cierto que le atribuyo cualidades que aún hoy le desconozco, la moldeo a mi gusto, la hago hermosa y dulce, la construyo a mi saber leal... Creo una Sabi distinta, de otro mundo, el mundo de un cuento. Porque es, sencillamente, una mujer de otro lugar.
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