Fulgencio me llamó para tomar un café, invitación que acepté de inmediato. Íbamos después por la calle cuando, de nuevo, se nos presentó un cani; a este le dicen el Cachas, porque ha retrepado sus músculos en el gimnasio (anabolizántico, obvio; porque el tipo tiene cara de tonto y pinta de tirillas) y mismamente parece una puerta; veremos a ver, como dice mi compañero, cuando tenga cincuenta años y barriga cervecera. El caso es que el cachas lleva siempre la misma camisetucia de tirantes blanca, que en verano alivia, pongo por caso; la cara, insiste Fulgen "de tonto el culo" y siempre alelado, embebido entre la música techno y los discursos tan inteligentes de novia: las chonis, ya se sabe, hablan de sus ex con rencor, mucho rencor, y de Paquirrín y la Esteban, que como todo el mundo sabe son temas que van a sacar a España de la crisis. El cani, con su coche chillón, estridente, de rey del mambo y su cani con los mismos vaqueros de hace quince días (¡qué olor!), se pasean, de nuevo, por el lugar (X de Tal) en el coche: la gente vislumbra el triunfo 'ejque' porque el coche (sin pagar, con más porquería que el palo de un gallinero, las ventanas bajadas -es incompatible el aire acondicionado con llamar la atención con Kamela y demás empalagosidades de amol- y una matrícula irrisoria, fruto del cachondeíto de algún funcionario de Industria). Están triunfantes... qué más les da a ellos tener aspiraciones: con tener gato, media docena de churumbeles y dinero para los after es suficiente. ¡Viva el chonerío! Y, de nuevo, me imagino a Rajoy cani: "ejque me lo han impuejto", con pendientes en las orejas. ¡Uf!, no puedo, no puedo.
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