11 de diciembre de 2016

Desafíos

Ayer, un desalmado propinó una patada a una muchacha en el metro de Berlín, sin motivo ni razón; la joven cayó varios peldaños frontalmente y el delincuente aún es buscado por la policía. Viendo eso, que hiere la razón, recuerdo que el continente europeo ha vivido en cien años dos guerras mundiales, la segunda tan atroz que uno de los bandos alentó hasta el exterminio; nuestra Europa ha padecido varias dictaduras -dos de ellas, largas, en los países de la Península Ibérica-; además, el continente de la actual UE ha sufrido varios golpes de Estado, atentados terroristas y recesiones económicas... Tras el Brexit, el auge del populismo -de derechas y de izquiedas- y los discursos extremistas creo llegado el momento de aminorar el discurso económico de las élites que han (mal)gestionado la crisis y se debe afrontar un discurso de covivencia, sin miedo ni esperanza quizás -como decía el viejo presidente italiano Sandro Pertini-, pero humano, para reconfigurar el espacio en que queremos vivir. Europa ha sido modelo de civilización, en cuanto a convivencia, desarrollo humano -aquí se dieron las primeras universidades, por ejemplo- y lucha contra el atraso y la opresión. Ahora, cuando se oyen y son seguidos discursos excluyentes -hasta a hablar con otros se niegan quienes capitalizan esos votos-, debemos defender nuestro espacio, el lugar en donde queremos vivir y recibir a quienes nos visiten. Este es el mismo espacio que con "sangre, sudor y lágrimas" (Winston Churchill) barrió al fascismo... y al comunismo; el mismo espacio que, de la mano de Adolfo Suárez en España y de la Revolución de los Claveles en Portugal, demostró que se puede pasar de la dictadura a la democracia sin derramar sangre. No podemos ni debemos resignarnos a los discursos mercantilistas que no ponen cuerpos ni almas a los habitantes del continente, pero tampoco la solución son los populistas que regalan palabras, escatiman hechos y reducen la realidad al 'conmigo o contra mí'. Bien es cierto que los desafíos son muchos, pero quizás la solución pase, de nuevo, por la libertad que proporciona la Universidad; por el diálogo; por nuevos dirigentes políticos nacidos en los setenta y los ochenta y, para ello, además de votar opciones coherentes, hay que hablar, alto y claro. Yo no pienso tolerar ni creo que debamos tolerar que una chica que va a su casa, o a reunirse con las amigas, o con su novio deba sufrir una agresión tan atroz como la del metro de Berlín y que todo quede en olvido, mientras el telediario nos brinda una guerra de cifras que ya produce hartazgo.

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