Mientras arreglo una vieja de letra de canción, o la reescribo; mientras dedico a mi musa la inmortalidad de un poema suena de fondo una bella melodía de Amy McDonald, This is the life. Dejo la pluma, cierro el cuaderno, recuerdo aquel tiempo en que soñaba con ser, en que quise ser, en que intenté que todo esto cambiara: los bucles de crisis, discursos que nos rodean. Perdí el tiempo asumiendo discursos cruciales de líderes ya desaparecidos que pensaban en las siguientes generaciones, no en las próximas elecciones. Aquellas épocas en que el futuro era la sonrisa de un niño y el respeto al pasado lo marcaban las arrugas del abuelo sentado en un banco de plaza. Parece lejano cuando los pensadores reivindicaban cosas, con la idependencia de que ningún partido les iba a la medida; aquel momento en que luchar contra la corrupción nos era una tarea común. Cuando la gente bailaba al ritmo de la música, cuando los chicos perseguíamos a las chicas de pelo rizado y las canciones sonaban unas más fuertes que otras... que no hace tanto, joder, que no hace tanto. Cuando una melodía me resuena en el oído y me falta la guitarra; cuando el rostro de la chica que se va a llevar la canción no me deja ni a sol ni a sombra en mi mente, empieza a subirme el cosquilleo de cuando aquello y me digo que sí, que la vida es esto, salvo que nos pongamos a cambiar lo que nos nos gusta: como toda la vida, joder, como toda la vida.
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