
Antiguamente decían los filósofos que “la felicidad nos espera a la vuelta de la esquina, a nos ser que vayamos nosotros a buscarla”. Es obvio que para ello hay que tener una especial predisposición para entender los dictados de la filosofía y su relación directa con la vida cotidiana de los seres humanos. Pero la verdad es que deberíamos preguntarnos qué es la felicidad o si lo que realmente creemos que es felicidad, lo es realmente o simplemente es una ilusión. Muchas veces la gente a la que amamos es sencillamente alguien imposible de amar real y cotidianamente --un amor no materializado--; otras veces la gente a la que más queremos puede que viva a doce mil kilómetros y no sea la que más cerca tenemos y a la que de forma social creemos que es quien más comparte o se asemeja a nosotros; en otra infinidad de ocasiones la gente que más nos llena es o no la más cercana y a veces nos une más (sentimentalmente) a quienes no piensan del todo como nosotros que a quienes comparten mil ideas contigo. (Podría decirse que, resumiendo todo ello, lo que descartamos es lo correcto frente a lo que escogemos o creemos escoger, que sería lo incorrecto) Esa es la reflexión que siempre han tenido los filósofos desde Sócrates hasta nuestros días. Decían hace algunos días en un artículo firmado por un experto (cuyo nombre he olvidado puesto que soy filólogo y no filósofo e hice una lectura rápida) que un porcentaje importante de parejas no se han casado realmente compartiendo todo el sentimiento de felicidad, sino por otra serie de cuestiones que creen ser la felicidad y que, por lo tanto, lo que de forma burda y rosa se denomina ‘media naranja’, es otra persona a la que uno no se ha acercado por diversos factores como la timidez, el miedo, la opinión de los otros y un sinfín de justificaciones (como hay siempre para todo). Por último, existe la reflexión, también filosófica, de que mucha gente piensa que la felicidad es aquello que ha conquistado en cierto tiempo, pero que no ha sido algo elegido (es decir, optar por dos caminos, por dos cosas...) sino sobrevenido. Y, en definitiva, muchas veces el error no es un fracaso vital, obvio, sino que genera una ansiedad frustrativa que nos hace pensar que haber pensado y optado mucho antes es más aconsejable que actuar por meros impulsos. Eso sí, todos tenemos derecho a equivocarnos y rectificar.