Cristina Rosenvinge (o Christina Rosenvinge) es, además de una cantante genial, un mito. Es esa chica de mirada cosmopolita, sonrisa de rock y voz de niña buena que nunca ha roto un plato. Cuando hace algunos lustros surgió aquello tan extraño de definir y que se llamó “bakalao” o “ruta del bakalao”, podíamos recurrir los universitarios a alternativas, como los cantautores y voces del o por el estilo. Entonces Christina Rosenvinge empezó con canciones de titulos sugerentes, letras intensamente poéticas o intelectuales y una voz susurro que se contraponía a lo metálico, postizo y estridente de la música disco (la cual tiene su contexto dentro de la música y su historia, pero no es cosa aquí). A mí, sencillamente, me atraía la música de Christina Rosenvinge más que la de Joaquín Sabina, por ejemplo, aunque he de reconocer que las letras y la capacidad poética del de Úbeda.
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