De repente, es como si un ángel caído se hubiese agarrado a mí, con fuerza, para atenazarme y sostenerme en su propia y particular dictadura. Sin complejos, como si el camino ya no fuera recto, tan sólo oscuro. Como si los ojos, sus ojos, que me miran, con ternura, estuvieran llenos de fuego; como si el pasado ya no fuera pasado y el presente fuera el eje que el ángel caído enhebra en mí. De repente, todo. Un estrecho margen que me permite ver su pensamiento, sus sueños, su todo entrecano y las ilusiones que hemos depositado el uno en el otro. El ángel caído se me viene encima, me abraza y su beso me quema.
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