Desde que soy un adulto responsable, en la medida en que un tipo de letras es responsable, me fijo mucho en las penurias que anuncia el telediario; qué se le va a hacer, alimentan el morbo y luego a mí eso me sirve para escribir, o en el bar para decir "anda si esto sigue siendo la España profunda", mientras la parroquia habitual bosteza ante el partido de fútbol o los toros.
Tenía que participar en aquel programa de debate sobre los efectos de la lectura en el lenguaje de la calle. Vamos, un rollo que no se iba a tragar nadie, pero como siempre anda uno tieso se deja ver y se gana unos eurillos. Dos o tres escritores, algún periodista, el académico que sentencia el último y el presentador, que cuando más lúcido estás manda irse a publicidad y te quedas pasmado viendo un anuncio de detergente o de un coche, de esos que sale una señorita casi sin ropa y que no sabes qué anuncia. Reclamos machistas, of course.
Iba corriendo por el pasillo y vi a la famosa presentadora del telediario, pero no le di importancia: su cara me sonaba ciertamente de verla cada sobremesa en la pequeña pantalla, con esa dicción perfecta que tiene y el remate emotivo del final de la noticia, antes de dar paso a la imagen. Total, que me fui al plató y no le di más importancia que la de haberme encontrado con ella. Y cuando todo aquello hubo concluido, me volví a casa.
Pasé mal la noche. La muchacha me vino varias veces a la cabeza, me quitó literalmente el sueño. Me quedé en blanco. Intenté recordar y la única respuesta fue que únicamente la había visto en la televisión. Hasta que... El subconsciente en duermevela me hizo recordar una joven que vivía en mi edificio, a principios de los años 90; una chica espigada, delgada y con algunos granos de pubertad en la cara... Alguna vez hablaba con ella en la tienda de golosinas, pero un año de aquellos su familia se mudó y no la volví a ver. Ahora era la presentadora del telediario.
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