3 de noviembre de 2011

"El ángel enamorado"



Algunas veces quisiera conocer a una persona irreal, estar enamorado, por ejemplo, de alguien que no existe, de alguien a quien yo alimento, únicamente, en mi propio imaginario. Una persona que no me ponga en un brete, que no me haga elegir entre dos opciones, entre ella u otra persona otra cosa otra cuestión. Eso. Y no me vale un mito, no me sirve una actriz una pintora una cantante una escritora, no; únicamente me vale un ser inexistente. Dicen, además, que así la querencia el amor la ternura las caricias las acapara uno mismo, no las comparte y… tampoco existirán los celos: es el final de los celos.

Siempre dije que si los ángeles dejan de ser etéreos, seres que únicamente son sustancia de alma, debían ser mujeres, como en la Edad Media representaban en el teatro al Amor, siempre una delicada dama, muy femenina, perfecta: sin mácula alguna. Pero la censura me dice que no: uno llega un día al periódico, por ejemplo, y lo dice, y el redactor jefe o el director o el metomentodo de turno -que espero que no sea la secretaria, aquella muchacha que una noche me dejó tirado en mitad de la Gran Vía- me quita la cuestión. “No, los ángeles son los ángeles, no elucubres…”.

Siempre he esperado que en mi casa caiga una ángel, una de esas que aparecen en una conocida campaña publicitaria. La espero, la sigo esperando: que suene el timbre y se instale a vivir conmigo, sin más, sin avisar, irrumpiendo en desenfreno. Pero no lo tengo muy claro.

Mientras me conformaré con seguir silenciosamente interesado en una mujer morena que habita mis sueños y pasea mis mismas calles.

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