Esas cosas que pasan algunos días; historias cotidianas, protagonizadas por antihéroes, gente que pierde, gente que si ves por tu calle es normal; personas que no dicen nada y a las que todos vemos. Esa es mi gente: la chica mona que es tan mujer fatal que ningún hombre se le acerca, aquel muchacho anulado por la parienta, ese dependiente a cuyo comercio no entra nadie. No, no son los políticos que se forran hurtando legalmente los dineros de la nación, esa gentuza asquerosa que dilapida los mejores años de los jóvenes sometiéndolos al paro mientras ellos se forran como hacían los oligarcas antaño. Esos…
Hace frío; aire polar que viene de Siberia (en donde antes lo han sufrido Bea y Rosario: bueno casi, en Polonia, of course); el café que María José me pone no me hace entrar en calor. Salgo a la calle y me coloco firmemente mi bufanda azul y los guantes. Voy a dar una vuelta pese al grado bajo cero… El Sol pírrico engaña, pero acompaña.
Entonces las veo: ella es una muchacha realmente hermosa, pese a lo mal que se viste; las cincuenta veces que me crucé antes con ella iba fumando, como ahora: pienso que el aliento le debe cantar... Siempre lleva rostro de circunstancias. Es hermosa, insisto, pero insulsa; no dice nada. El pelo está sucio y lleva el vaquero excesivamente ajustado, en plan choni. La acompaña una niña, su hija, creo; siempre la lleva consigo. La niña bien vestida, con una bufandita rosácea. Caminan a buen paso, no sé dónde irán. Es una historia anónima.
Llego a la oficina del INEM. Tengo que impartir un curso para unos parados, pero en un espacio de cincuenta metros cuadrado se hacinan doscientas personas. El Camarote de los Hermanos Marx. Huele a humanidad; vaya, hay un pestazo a sudor increíble y se me revuelve el café en el estómago. Entro al aula, saludo: allí está ella. La misma, idéntica cara circunstancial.
Cuando pasadas dos horas salgo a la calle y pienso en casi todos los principales políticos… “¡La madre que los parió!”, me digo, sin omitir el insulto de después, ese que pensamos todos cuando los vemos en la tele.
Hace frío; aire polar que viene de Siberia (en donde antes lo han sufrido Bea y Rosario: bueno casi, en Polonia, of course); el café que María José me pone no me hace entrar en calor. Salgo a la calle y me coloco firmemente mi bufanda azul y los guantes. Voy a dar una vuelta pese al grado bajo cero… El Sol pírrico engaña, pero acompaña.
Entonces las veo: ella es una muchacha realmente hermosa, pese a lo mal que se viste; las cincuenta veces que me crucé antes con ella iba fumando, como ahora: pienso que el aliento le debe cantar... Siempre lleva rostro de circunstancias. Es hermosa, insisto, pero insulsa; no dice nada. El pelo está sucio y lleva el vaquero excesivamente ajustado, en plan choni. La acompaña una niña, su hija, creo; siempre la lleva consigo. La niña bien vestida, con una bufandita rosácea. Caminan a buen paso, no sé dónde irán. Es una historia anónima.
Llego a la oficina del INEM. Tengo que impartir un curso para unos parados, pero en un espacio de cincuenta metros cuadrado se hacinan doscientas personas. El Camarote de los Hermanos Marx. Huele a humanidad; vaya, hay un pestazo a sudor increíble y se me revuelve el café en el estómago. Entro al aula, saludo: allí está ella. La misma, idéntica cara circunstancial.
Cuando pasadas dos horas salgo a la calle y pienso en casi todos los principales políticos… “¡La madre que los parió!”, me digo, sin omitir el insulto de después, ese que pensamos todos cuando los vemos en la tele.
1 comentario:
Magnífico...
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