Ese ejercicio lo vi claro y lo resolví yendo a un café, no en las aulas de Arte Dramático donde me preparaba para ser director teatral. Entrar y ver a alguien que en un pasado me fue cercana; sentarte con tu periódico y fingir -es eso, por parte de ambos- que no has visto o que eres miope o que no reconoces a esa otra persona que hasta hace tan poco era habitual... Es un resorte psicológico, te dicen, autoprotección. Ante algo que sale mal, olvidar pronto. Para muchos esa persona quizá supone sueños, caricias, besos, aromas; ahora, en la realidad de los posos de café -nunca mejor dicho-, es distancia. Es una tarea teatral: como ir por la calle y evitar un saludo y decir después, si se da el caso, 'no te he visto'. Puro teatro, solo que ya sabemos que la realidad tiene la jodida costumbre de superar a la ficción. A mí me da igual, estoy aquí frente al café y no suelo fingir: ciertos silencios los escribo en una agenda verde, a modo de terapia; otras veces, me quedo fíjamente mirando para que desde enfrente sepan claramente que me he dado cuenta de su presencia, pero que paso de decir algo. Sencillamente, entre la persona que disimula y tú mismo, sólo puedes administrar tus sentimientos y, sinceramente, es demasiado trabajo.
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