"O es la chica de otro o te rodeas de gente compleja", me dijo ella, mientras el café humeante bajaba la intensidad de su aroma y sabor... Frente al ordenador nos habíamos propuesto terminar el trabajo que teníamos pendiente esa misma tarde, pero de repente coincidimos en que hay gente que todos los mensajes que transmite -por whatsapp también, claro está- son excelentemente negativos. "Hay gente que la primera palabra que pronuncia al levantarse es yo", le dije, y ella sonreía. Dejamos de lado el trabajo y fue cuando me dispuse a hacer el café, mientras le decía que hay gente que valora en poco que te tomes unos minutos de tu vida -tan importante como las demás- para enviar un mensaje de ánimo, de preocupación; en fin, de cariño... y cuán superficialmente lo valora esa gente, pagada de sí misma. Mi compañera se lamentó del tiempo invertido en ciertas personas y yo le dije que aquello que calma tu conciencia, por estar bien hecho, no debe lamentarse. "Yo ya he empezado a dejar de interesarme por alguna gente", le expliqué, añadiendo que me interesaba, con inmediatez, con la urgencia del cariño, por unas cuantas personas para quienes yo estaba por encima de fuertes y fronteras... Entonces debatimos sobre personas pasadas y llegamos al acuerdo de que el pasado jamás debe ser esencia del presente: 'lo pasado, pasado está', reímos. Me fui al estante del fondo y así un poemario de Luis Alberto Cuenca; ella se extrañó y yo le dije que la respuesta a aquella gente que te ignora, pese a la buena intención con que le llevas tu cariño, está en la poesía: "el premio del engaño es el olvido". Me levanté para echarle una chaqueta por los hombros y entonces rematé la reflexión: "no se puede ser tonto toda la vida".
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