Como los actores cuando salen a escena; como los alumnos ante un examen oral; como la gente que vuela, en el momento del ascenso... así son los nervios hechos rutina. Y yo, además, siempre que me enfrento a su mirada también me pongo nervioso; no lo puedo evitar: nunca antes me había ocurrido tal cosa con ninguna otra persona, nunca. Vale que uno se pone nervioso por las mismas cosas rutinarias por las que se pone nerviosa el resto de la gente, pero yo le sumo su mirada. Igual he de visitar a un especialista, que me lo explique. Me invade una sensación de incertidumbre que me atenaza, lo prometo: ¿tanto poder puede tener una simple mirada? ¿O es sólo su mirada? Ese soy yo: sé que de una mirada no se muere nadie, pero una mirada dice, eso sí; hay ojos que expresan más que mil palabras, eso también. Y hay miradas, como la que pienso en este instante, que se merecen un poema, que está aún por escribir. Lo prometo: la próxima vez intentaré no ponerme nervioso y, si no lo consigo, escribiré yo el poema.
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