13 de marzo de 2021

Pasos en falso

 

Cuando llegué a la estación, el tren partía ya, imparable; allí, en mitad de la noche gélida de una ciudad desconocida, estaba yo. Volví sobre mis pasos hasta el centro de la ciudad y encontré libre la habitación mal ubicada y peor ventilada de un viejo hotel que había vivido mejores momentos hacia la Segunda Guerra Mundial, no creo que después. Abajo, en el Café Royal, hubo tiempo, hasta la mañana siguiente, de dar cuenta de algún buen bourbon. Su música era manifiestamente mejorable y las voces en gritos de la clientela constituían la banda sonora de quienes no dormimos, atenazados por el recuerdo de pasadas meteduras de pata. Dejé sin contestar algunos whatsapp y en otros advertí que el día siguiente sería largo para mí. Seamos sinceros, el mal humor por perder el tren y por algún mal negocio me impedía fijarme en que de noche todos los gatos son pardos. Saqué un par de folios, un bic y me disponía a tomar notas cuando la joven camarera, sin duda temporal a la espera de algo mejor pagado, me rellenó el vaso y me obsequió con una mascarilla con el logo de la casa. Así fue otras dos o tres veces más, pero con café, como para subir la tensión a mil. A las cinco, la muchacha se sentó frente a mí, supongo que hasta las narices de servir a noctámbulos como yo. Me preguntó varias cosas, incluido el 'qué te trae por aquí', así que tampoco era cosa de ser grosero con lo único positivo de la noche. "Me trae un divorcio", respondí. Ella se sorprendió, tal como mostraban sus enormes ojos azules: "Sí, mujer, todos nos divorciamos de alguien o de algo en la vida; todos damos pasos en falso". Sonrió, como diciendo 'tienes razón'. 

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