18 de mayo de 2025

Dos cuadernos de tapas de hule

Cuando Mike Donovan, mi antiguo casero parlanchín, abrió de nuevo la puerta de mi anterior apartamento de la Calle 42 me vinieron de golpe multitud de recuerdos. En aquel tiempo yo tenía un trabajo del tres al cuarto como ayudante de bibliotecario y, por las noches, ordenaba los estantes de una librería de viejo de Union Square, además de poner cubos para que las goteras de los días de lluvia no hicieran daño a los volúmenes. Aquella vivienda la compartía con una chica canadiense que estudiaba física y que, además, bailaba ballet en no sé bien dónde. Nuestra relación era solo económica, pues yo apenas pasaba tiempo allí, salvo el tiempo justo para dormir, o cocinar los domingos; eso sí, un día al mes recogía su parte y se la daba al casero. Incluso durante un tiempo se vino a vivir con nosotros un tipo de la India que vendía comida rápida por Brooklyn, pero ahora mismo ya ni recuerdo su nombre. En esta ocasión me acerqué al lugar porque había dejado olvidado en un altillo mi bate de béisbol y lo necesitaba para un partido benéfico en Queens. En aquellas dos cajas había de todo, especialmente objetos que le pertenecieron a ella, que sin duda debió residir allí dos o tres años más que yo. Según Mike, la chica dejó pagada su última mensualidad, se fue una mañana de la pandemia y nada más se supo... Cogí también dos cuadernos de tapas de hule que ella había anotado con asuntos suyos, pues mi curiosidad no me permitió quedarme sin saber aquello que había ido escribiendo con letra menuda y firme. También había unas fotos de ella, posiblemente de algún verano ya lejano, ya que no era fácil reconocerla. Al leer aquellos dietarios se me presentó una mujer de ficción -pues ya digo que apenas hablé con ella-, pero muy interesante, de tal modo que me prometí que algún día la buscaría para devolvérselos, no sin antes escribir una novela con su historia.