He puesto hoy el punto final a un corto ensayo sobre la poesía de Yolanda Castaño que tenía aplazado desde 2005 y que retomé este verano. Se trata de unos apuntes sobre su poesía que no sé si servirán realmente para alguien más que para otros filólogos (y para otros poetas que lo mirarán con detenimiento para sacarle faltas, como esas dos harpías que por Internet me pusieron a parir diciendo que escribía tonterías al hablar de Ana Gorría, Ana Merino, Vanesa Pérez-Sauquillo, Estíbaliz Espinosa, etc. -de 54 nombres, decían, sólo era buena poeta una-), toda vez que no soy, precisamente, un crítico afamado; pero también podría defenderme incidiendo en que no adolezco de favoritismo alguno hacia la poeta gallega, pues no la conozco personalmente ni mi trato con ella es frecuente; algo que, para este ensayo, genera imparcialidad. Confieso, eso sí, que alguna nota crítica de verdad, en la línea de la pura acepción del término, aparece, lo cual tampoco es preocupante para la poeta: es más importante ser lector suyo y sincero a pertenecer a la casta de aduladores que todo autor literario tiene. No se ha tratado de escribir un elogio, sino un estudio.
He escrito unos apuntes bajo la canícula madrileña del verano y la incertidumbre pertinaz del otoño y me he tenido que pertrechar de los volúmenes en gallego en aras (y creo que se lo debía a la poeta) de una segunda lectura de sus obras más esmerada, más crítica, más madura y más intensa. Cuando me divorcie (literariamente) de Yolanda Castaño le pienso legar un buen legajo de papeles pintarrajeados, anotados y dibujados de sus versos fotocopiados de extranjis.
Traigo todo esto a colación porque mientras escribía el ensayo (que aún no tiene título) he descubierto de nuevo a la poeta, como en el final de los años noventa, mediada mi carrera, más o menos por el tiempo en que Carmen Jodra y yo asistíamos en las aulas de la Autónoma de Madrid a clase de Latín Vulgar (por cierto, aulas que estrenó Luis Alberto de Cuenca con la primera promoción de la citada Universidad). Reconozco que es una mujer muy activa culturalmente, generando una presencia poética en muchos y muy diversos foros y que, además, ha adquirido un compromiso puro con la lengua gallega. Bien, en mitad de ese tiempo mío de estudio le han pasado cosas que han salido en la prensa y de las que espero se haya repuesto. Yolanda Castaño (y esto sí es un elogio) es, en el fondo, tan misteriosa como la protagonista de El halcón maltés de Dashiell Hammet: no la conoces hasta el final.
Tengo mis filias y mis fobias literarias, como buen filólogo y si no fuera así no sería yo mismo. No me separo de la poesía de Karina Sacerdote, de Lauren Mendinueta, de Gracia Iglesias o de Izaskun Gracia, por decir algunas, pero tampoco de la poesía de Yolanda Castaño aunque una vez me enviaran una carta afeándome que trabajara sobre ella porque escribe en gallego, como si mi título universitario y mi doctorado no contemplara Galicia o Hispanoamérica, por decir algo. Tengo mis fobias, denominadas Gabriel García Márquez y Paulo Coelho, aunque es posible que me retracte en unos años, cuando deje de ser canalla y se estabilice mi hipertensión arterial que atiza leer el periódico todas las mañanas.
Bueno, pues ello, que he terminado el ensayo. Quizás lo titule “Apuntes sobre Yolanda Castaño”, como hicieron los alumnos de Ferdinand de Saussure a principios del siglo XX. Ya veremos.
He escrito unos apuntes bajo la canícula madrileña del verano y la incertidumbre pertinaz del otoño y me he tenido que pertrechar de los volúmenes en gallego en aras (y creo que se lo debía a la poeta) de una segunda lectura de sus obras más esmerada, más crítica, más madura y más intensa. Cuando me divorcie (literariamente) de Yolanda Castaño le pienso legar un buen legajo de papeles pintarrajeados, anotados y dibujados de sus versos fotocopiados de extranjis.
Traigo todo esto a colación porque mientras escribía el ensayo (que aún no tiene título) he descubierto de nuevo a la poeta, como en el final de los años noventa, mediada mi carrera, más o menos por el tiempo en que Carmen Jodra y yo asistíamos en las aulas de la Autónoma de Madrid a clase de Latín Vulgar (por cierto, aulas que estrenó Luis Alberto de Cuenca con la primera promoción de la citada Universidad). Reconozco que es una mujer muy activa culturalmente, generando una presencia poética en muchos y muy diversos foros y que, además, ha adquirido un compromiso puro con la lengua gallega. Bien, en mitad de ese tiempo mío de estudio le han pasado cosas que han salido en la prensa y de las que espero se haya repuesto. Yolanda Castaño (y esto sí es un elogio) es, en el fondo, tan misteriosa como la protagonista de El halcón maltés de Dashiell Hammet: no la conoces hasta el final.
Tengo mis filias y mis fobias literarias, como buen filólogo y si no fuera así no sería yo mismo. No me separo de la poesía de Karina Sacerdote, de Lauren Mendinueta, de Gracia Iglesias o de Izaskun Gracia, por decir algunas, pero tampoco de la poesía de Yolanda Castaño aunque una vez me enviaran una carta afeándome que trabajara sobre ella porque escribe en gallego, como si mi título universitario y mi doctorado no contemplara Galicia o Hispanoamérica, por decir algo. Tengo mis fobias, denominadas Gabriel García Márquez y Paulo Coelho, aunque es posible que me retracte en unos años, cuando deje de ser canalla y se estabilice mi hipertensión arterial que atiza leer el periódico todas las mañanas.
Bueno, pues ello, que he terminado el ensayo. Quizás lo titule “Apuntes sobre Yolanda Castaño”, como hicieron los alumnos de Ferdinand de Saussure a principios del siglo XX. Ya veremos.
3 comentarios:
¿Tienes fobia a Garcia Márquez? ¡Es de mis favoritos!
Aunque a mi Yolanda no me cae especialmente bien xD.
Saludos.
Bueno, he leído su obra (la de García Márquez) y creo que también hay otros, por ejemplo Mario Vargas Llosa.
A mí Yolanda Castaño me cae especialmente bien xD
Saludos
A mí me parece que García Márquez escribe la mejor prosa de la lengua española. Es sencillamente insuperable, pero no me gustan todos sus libros. Cien años de soledad, es una obra maestra, también El amor en los tiempos del cólera y Crónica de una muerte anunciada. En cambio, odié Memoria de mis putas tristes, desde el título, que me suena cacofónico hasta el tema y su ejecución. No me gustó nada. Sus memorias, en cambio, que se publicaron por la misma época, me fascinaron. Sinceramente pienso que es un autor que no debes descartar. Vargas Llosa es otro tema. Es un escritor enorme, y por lo tanto no está en competencia con G. M. En ellos la lengua española tiene una herencia invaluable.
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