Tan listo que me creo, pese a ser periodista, y no sé distinguir una chica árabe de una chica musulmana; como, imagino, otro tipo como yo, otro periodista de nacional, que habite en un país árabe no sabrá distinguir entre un católico y un cristiano. Pero bueno, eso no era lo que me preocupaba esta mañana, después del café, acompañado (no el café, sino yo). He comprado la prensa en donde salen todas esas malas noticias que se dicen de aquí y de allí y entonces he cogido el coche para ir a un determinado sitio… (aquí el autor, que soy yo, omite el dato: irrelevante en un relato corto, diría en una clase de Creación Literaria).
Y la he visto. Una muchacha árabe, rubia, realmente hermosa, que tomaba de la cintura a otra chica árabe, morena; la abrazaba cálidamente, le daba un beso en la mejilla y sonreía. Dos de esas mujeres que han venido hasta aquí para buscarse la vida, lejos de su país, a veces en condiciones precarias; dos chicas aún jóvenes, intensas y emotivas: dos muchachas que jamás había visto y que quizás no vuelva a ver, pese a la pequeña atmósfera que habito. Dos, pero mejor una: la sonrisa de esa chica que irradiaba felicidad, lo que la falta aún a tanta gente.
Y la he visto. Una muchacha árabe, rubia, realmente hermosa, que tomaba de la cintura a otra chica árabe, morena; la abrazaba cálidamente, le daba un beso en la mejilla y sonreía. Dos de esas mujeres que han venido hasta aquí para buscarse la vida, lejos de su país, a veces en condiciones precarias; dos chicas aún jóvenes, intensas y emotivas: dos muchachas que jamás había visto y que quizás no vuelva a ver, pese a la pequeña atmósfera que habito. Dos, pero mejor una: la sonrisa de esa chica que irradiaba felicidad, lo que la falta aún a tanta gente.
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