Todos hemos sido jóvenes, adolescentes crédulos de cualquier cosa; sobre todo en temas de amor, como dijo aquel. Viajando por una remota y olvidada isla griega, hace años, un anciano de esos que toman el sol en la puerta de su propia casa me dijo que con el tiempo ves mejor las cosas y conoces mejor a las personas. Más tarde, cuando hacía prácticas en el Washington Post en Estados Unidos, un viejo reportero, de esos de los tiempos de Nixon, me dijo que el tiempo es implacable cuando habla. Y cuando uno es joven se ríe de esa sabiduría que el tiempo, los años y los palos les dan a otros... Hasta que te pasa a ti. Ella. Sinceramente esperaba más de ella, mucho más en todos los sentidos y en todos los momentos. Sólo habla de ella, de sus cosas, de sus amigos, de sus hobbies, de este o aquel chico con el que va, viene o se acuesta... en ese plan. En el trabajo ella es la mejor y la que más hace; la más guapa, la que mejor culo tiene, la que... Bueno, ustedes ya saben. Y digo esto porque me paso el día rodeado de mujeres en el trabajo, que no es lo malo. Lo dicho, hubo un tiempo en que creí en ella y confié en ella y me sentí identificado con ella, pero el tiempo me ha dicho que no, que uno aprecia lo raro. Así que estaba yo en esto cuando de pronto se vino a mi mesa de la redacción del periódico una periodista veterana, curtida en mil batallas; me pregunta porque me ve extraño y entonces me dice:
"Muchacho, no ves que eres demasiado pollo para tan poco arroz".
1 comentario:
Muy bueno...
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