Si tengo la oportunidad de tomar el café yo solo, la situación me sirve para pergeñar pequeñas historias que apunto en un cuaderno y que más tarde serán parte de un relato. Cuando tengo esa oportunidad suelo escrutar mi entorno (¿quién no lo hace?) para recrearlo más tarde en algún papel en blanco. Entré en la cafetería de aquel lugar; el sitio tenía buena pinta, in como dicen los cursis. Apenas había gente a aquella hora, la primera de la mañana: apenas amanecido, los diarios aún oliendo a tinta y poco tráfico. La ciudad inminente, enorme, insultante. Al fondo había una muchacha guapa, vestida de negro, tomando un café ella sola e intermitentemente mirando su móvil: algo habitual en nuestros días, no en vano dicen que hay una nueva adicción a ellos. No lo sé ni me importa, sinceramente. Esa muchacha ha sido antes, lo prometo, protagonista de mis sueños, entre ellos alguna pesadilla. ¿No les parece alguna vez haber visto a alguien antes, aunque no se sepa bien dónde? Eso me ocurrió aquel día a aquella hora. En el sueño me pedía algo, parecía depender de mí, no lo sé bien. De repente, me miró fijamente de un extremo a otro del bar y supe que esos ojos habían sido fichados por los míos mucho antes. Lo prometo, insisto. Y no estoy loco.
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