¿Quién me iba a decir a mí que acabaría saliendo con una huelguista de izquierdas? Sí, tal como lo cuento; yo, que fui el tipo más pijo de mi Facultad. Esa chica griega de ojazos azules, apretujada a la bandera comunista y atenta al discurso antieuropeo de moda en su país. Fui, hace unos días, enviado por mi periódico, The Macarronic Globe, para cubrir la información electoral del país heleno y, de paso, tomarme unos días de asueto después de mi sonado divorcio (se los puse a mi mujer con la becaria del diario). Estaba yo en una terraza, asqueado de ver pasar a los nazis de ultraderecha griega cuando, de pronto, ella se sentó junto a mí y me pidió apariencia de novio formal (¡a mí!) para evitar la inevitable paliza que le meterían los ultras aquellos en caso de descubrirla. Y yo me ceñí, como buen aficionado al teatro, al guión; bueno, libreto, para ser correcto. El caso es que, hablando hablando, me fui con ella a cenar, a un griego tradicional, obvio, no para ella sino para mi. Luego una copa, tipo botellón (muy comedidos los dos: ella es maestra y debe dar ejemplo; yo un bohemio cada vez más desastrado), luego un paseo: "sube a mi casa a por la última", chupito va, chupito viene...
(fotografía tomada de El País)
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