En la calle la lluvia fina de este lunes te va calando, mientras en tu mp3 suena Russian roulette, una canción que has rescatado hace muy poco del olvido; la calle está desierta, pero por el fondo camina hacia ti una mujer ya en la mediana edad; alguien a quien conoces más o menos. Te saluda; se te muestra amable porque tú siempre lo has sido con ella; se para y le preguntas cómo le va: "bueno...", responde poco segura. Su historia, por desgracia, es la de otras muchas que tuvieron mala suerte: un marido que empezó por ningunearla en publico; en privado palabras mayores ("eres una inútil", "no vales para nada", "si no fuera por mí a ver de qué comías tú...", frases tópicas de ese tipo de canallas). Un día llegó el primer bofetón; unas semanas más tarde, la agarró del cuello... y los hijos pequeños que lo ven todo, con el miedo que produce ver al padre fuera de sí mismo; como no es en el trabajo ni los sábados cuando va a verlos jugar al campo de fútbol. Ella te dice que "se equivocó" en su vida, pero un resorte interno te hace decirle que acertó porque lo dejó a tiempo, porque fue valiente y le dio la patada en el momento justo. Claro está que él no lo asumió fácilmente, que al principio vigilaba sus pasos, pero eso ya pasó. Ahora tiene trabajo y otra vida, pero cree que jamás lo superará: "han sido muchos silencios", te dice justo en el silencio de una calle de pueblo. Como tampoco tuvo muchos apoyos cercanos al principio, te pregunta si después de todo lo que le pasó, la otra parte alguna vez ha hablado contigo y tú respondes la verdad con inmediatez: "no". Se extraña porque él va de simpático ahora y entonces sientes la necesidad de aclararle algo: "Tengo por costumbre tomar partido; tengo la fea costumbre de apoyar la verdad y tengo la fea costumbre de no darle la razón a los delincuentes", le dices mientras le nace una media sonrisa.
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