Ahora, al mirar por la ventana, no recuerdas cuándo fue, aunque eres capaz de fijar el lugar. Mientras tu tren se dirige al destino que tú has buscado; mientras que estás junto a la ventana observando el paisaje rural que pasa junto a ti, a no sabes cuántos kilómetros por hora, te ha venido a la memoria. Abres tu cuaderno de tapas verdes y miras las cosas que has anotado: dónde y cuándo nació -aunque, esto último, no lo has olvidado-; su color favorito y algunas otros asuntos más que te ha ido diciendo en los breves y poco frecuentes retazos de cosas que te ha dicho en los últimos tiempos. Tú tienes miedo a que algún día la memoria te traicione -auténtico terror- y no recuerdes nada. No sabes si es o no una historia -cualquier persona con la que compartas algún instante es susceptible de ser protagonista de un relato o de entrar en tus memorias, si algún día existiera interés en que vean la luz-, pero no quieres borrar del recuerdo nada, absolutamente nada. Total, unos días te sientes mejor, otros días peor, pero lo importante es esa línea recta suya que un día cortó abruptamente tu trayectoria. Parece que estás recordando sus ojos, tan intensos, tan hermosos la primera vez que los miraste, pero como no sabes dibujarlos, llevas su rostro a tu memoria. Y como el sabio, tienes unas ganas enormes de decirle con urgencia que tiene ojos de mujer fatal.
2 comentarios:
¡Precioso! Sobre todo el final.
M.
Merci Beaucoup!
Espero que leas el otro pronto...
P.
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