Antes o después tenía que pasarte. Un día, de pronto, te levantas y todo te es diferente: imagino que debe suceder en el momento de mirarte al espejo. Esas bolsas debajo de los ojos, bajo la vista cansada; el sabor del café ahora eternamente distinto y de igual modo las calles no te parecen las mismas, como la neutralidad de los centenares de caras que te cruzas. El sabor del alcohol nocturno es indefinido, tirando a malo y lo que antes no te gustaba de una mujer ahora te parece eterno. Hay quien lo llama hastío de lo monótono (piensas el nombre de quien lo oíste), pero crees que esto no es más que dar ahora el paso adelante o morir. Coges un bolígrafo y lo que vas a escribir no te vale; de repente te has vuelto más exigente. Antes, incluso, oías el sonido del teléfono móvil de vez en cuando y ahora decides que muchos mensajes son para más tarde. Vuelves a la música de los noventa y quieres engañarte a ti mismo pensando que es la que más te gusta, pero no es así; sencillamente quieres volver a los dieciocho otra vez, con el rodaje que tienes hoy y, en definitiva, eso es tan imposible como que tú consigas el Nobel: estás aquí y ahora y todo empieza a cambiar para ti, de formas, de olores y de sabores... Ni siquiera es la vejez, porque tus manos se conservan firmes... es el momento de renovarse o morir, de decir lo que ayer callabas y de callar lo que ayer decías. Supones, mientras buscas un libro de psicología, que es la madurez, pero el libro dice que estás sereno y en el momento de dar el paso adelante. Nada del miedo al miedo mismo, sencillamente.
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