Mientras espero el inicio del ensayo, dentro del camerino y frente a un café, suena el teléfono; alguien me dice que tengo una entrevista con una dama de noventa y pico años que vivió la guerra civil... es un reportaje para el periódico. Entran y salen las actrices (también los actores, claro está, pero ellos no son parte de esta historia) y a mi mente me vienen incluso y de golpe mis mujeres vividas, con más o menos desacierto; empiezo a pensar en aquellas otras mujeres de entonces... Nada más terminar la guerra tuvieron que callar y las que llevaban un muerto pegado al alma no podían hablar, ni de llanto ni de depresión ni de amor siquiera; 'depresión' era, incluso, sinónimo de rechazo y ostracismo... y más para una mujer. La señora de noventa y tantos años se quedó sin el marido a los dieciocho, porque lo fusilaron por rojo. Me dice que aún recuerda, algunas noches, su respiración y su olor, pero que del paso del tiempo quizás se confunde. No tuvieron hijos, pero ella le guardó luto eternamente: "nadie se hubiera casado después con una roja, viuda de rojo y menos conmigo, que ni me daban trabajo en el campo", dice sorbiendo su descafeinado. Voy tomando nota, mientras la alegría de sus ojos va contando el paso del tiempo; yo, además, le pregunto por Suárez: "ojalá hubiera llegado antes el muchacho, que se portó muy bien", me dice, entristecida porque hace poco que murió. Del hambre, de los insultos y de los trabajos que tuvo que hacer para salir adelante habla poco, así que le hago un par de fotos y nos vamos. Pago y cuando salimos la espera una sobrina; es el momento que ella elige para decirme algo: "búscate una chica de esas tan estupendas de hoy y no dejes de quererla como si fuera el último día que vas a compartir con ella...", dice, tras darme un sonoro beso en la mejilla. Me quedo frío y pienso que no quiero que nunca el olor de ninguna mujer sea sólo un recuerdo.
1 comentario:
No querremos que sea solo un recuerdo, pero a veces es lo único o lo mejor que puede ser...
Publicar un comentario