Termino de escribir un whatsapp, me paro en seco, pienso y parece que no fue hace tan poco tiempo, no más de quince años. La otra noche, durante una cena, alguien dijo que aún guardaba las cartas que le envié desde otro país en el que viví; yo, de igual modo, también guardo las suyas. Pero la cosa tiró por lo nostálgico cuando otra chica dijo que también guardaba mis cartas... quizás Elena o Belén o María no recuerden otra cosa que el whatsapp, el e-mail o Facebook; pero hace algo de tiempo -no excesivo ni mucho ni lejano-, si querías estar en contacto con alguien a quien no vieses exactamente todos los días, la única opción era enviarle una carta; alguna vez, incluso, alguien te enviaba su foto dentro. Aquello, tengo para mí, tuvo y tiene en el recuerdo cierta emoción: la de esperar la respuesta -ahora todos o casi todos enviamos el whatsapp y todos o casi todos intuimos si se ha leído o no y si tendrá o no tendrá respuesta-... claro está que guardar tanta carta requiere espacio; muchos whatsapp por bonitos o intensos o interesantes que sean, se pierden; como se pierde la intensidad y el romanticismo de la letra escrita -para eso hacíamos caligrafía-... A veces, en clase, alguien pregunta: "¿Y tú qué hacías para ligar?" La respuesta deja descolocado al personal: "escribir una carta". Y te miran como si tú fueses Charles Dickens y en tu escritorio, en lugar de un ordenador, hubiese un tintero y una pluma de ganso. La vida...
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