A veces, las mejores decisiones -o las peores, según el resultado final-, las tomo con música de fondo; y si es con un solo de piano, mejor. ¡Tanto tiempo!; tanto, de espera, que ahora cuando decides dar por perdida la partida -nunca la batalla, eso jamás...-, necesitas de la música porque si no te invade la duda. Cuando ella nació, yo ya quería ser John Kennedy, pero me quedé por el camino: nadando entre la esperanza y la poesía. No está mal para un aprendiz de norteamericano, no queda mal en tu haber pretender ser un todopoderoso político con pase a ciertas camas de Hollywood; ...y quedarte atrapado en unos ojos de mujer. Ojos que, después de un tiempo, sabes y tienes claro que miran hacia otro lado. "¿Y a ti qué?", resuena al fondo -quizás es la voz de tu conciencia-. Pongo una sesión dance de los '90 y eso sí que sube el ego: uno no puede parar por los jueguecitos de nadie, lo mismo da que sea una carta de Hacienda que unos labios que jamás vas a besar. Quizás lo que nadie sabe es que el beso recíproco se lo pierde ella también, sobre todo el día que necesite un tipo que la despierte de verdad, cuando las arrugas dibujen la parte más baja de sus ojos. ¡Ay!, ahí se necesita un poeta... pero tú ya estarás lejos, terriblemente lejos -a veces, como el solo de piano, por suerte-. Sí, esta música me describe una realidad distinta y debo escribirlo, porque hay miles de personas que deben romper lazos, ataduras, toxicidades que no las llevan a puerto bueno. La diferencia es que yo, con música, lo digo; otros no: quizás hasta lo lea quien tiene que leerlo.
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