Estoy prepararlo para decirlo, sencillamente porque es el momento; el instante de afrontar la realidad, de explicarlo; de analizar cierto egoísmo de la gente... Hay personas que tienen miedo a intervenir en público: yo no. No me molestan los nervios en el estómago ni la mirada penetrante del auditorio; mucho menos si voy a decir la verdad. En este caso debo dejar claro que me molestan sus jueguecitos, la indiferencia y la mentira. Jugar a parecer siempre me ha parecido -valga la redundancia- una estupidez y una máscara de teatro. Las personas podemos aguantar los juegos y las inercias de las personas durante un tiempo, pero no todo el tiempo. Quien quiera estar conmigo, que lo esté; quien quiera que yo esté sólo para los malos momentos o en las soledades de otros, debe entender que no, que eso lo decido yo. Quien tenga amigos de primera y conocidos de segunda, que los tenga; si soy conocido -o somos- de vez en cuando, desaparezco y punto. Mosquea esa gente que se considera sublime y clasifica a los otros, así como estableciendo categorías; porque ese mismo hecho ya implica inseguridad y no somos los demás los que estamos cuando se nos llama después de haber ignorado nuestra llamada, sino cuando queremos estar. ¿Qué derecho hay en criticar a los poderosos -con sus vanalidades, injusticias y gilipolleces- si hay gente que es como ellos? Si tú no tienes ni tiempo ni ganas para mí, ¿de qué te extrañas si me olvido de ti?
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