Apreté el paso, pero me detuve ante una pintada que decía: No dediques letras a quien no las lee... Llegaba tarde al desayuno de trabajo y ya fue imposible quitarme esa frase de la cabeza; me senté al final de la sala y, mientras los demás hablaban, recordé cuántas veces había enviado mensajes sin respuesta y esos otros mensajes, a través de lo escrito, que siempre te dejan la incertidumbre de si habrán sido leídos y entendidos... "Despierta, tío, que ha acabado esto", me dice una chica morena que ha estado sentada a mi lado. Empiezo a caminar hasta mi mesa de trabajo, pensando en los silencios del mensaje no respondido; en la ausencia de sentimiento en algo que se ha leído y no se ha comentado; en el trabajo que lleva pensar y terminar un texto que llegue a otro; en convertir las letras en un medio para decir cosas -las que gustan y las que no-; en definitiva, transmitir lo que yo siento. La chica, que es nueva, me escruta y vuelve a hablar: "eso de que a veces escribimos letras a quien no las lee es cierto, aunque peor es que sean leídas cuando ya es tarde", reflexiona mientras me enseña su móvil, sin respuesta a un whatsapp que mandó hace dos horas. Creo entonces en que tiene razón, en que no es lo peor ponerte ahí a escribir lo que quieres que lean, sino escribir a quien usa el silencio como respuesta, situándose en una cómoda situación de indiferencia. Me paro a pensar en qué escribir y es entonces cuando me pregunto para qué dedicar letras a quien no las lee.
1 comentario:
Hola. Me encanta cómo escribes. Un saludo
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