Me acerco al escritorio y tomo el cuaderno verde, para anotar cosas de la conversación de hace un instante: es el ejercicio de mi memoria -sus pasos, sus ecos, sus palabras... hasta sus sonrisas, esas que no se ven por el móvil-. No estoy seguro de si ahora la letra escrita con un pilot en el cuaderno verde tiene encanto o no lo tiene, pero me da igual; algún día pensaré en ella y sólo ese cuaderno y las palabras que hay en él me devolverán a la realidad. Al fin y al cabo, fueron las letras las que me atrajeron desde el primer día y, junto con ellas, la pasión de escribir tomando de la realidad aquello que me rodea. Como tomar del estante París era una fiesta y que, de pronto, apareciese una anotación que me recordó a alguien, a quien se la envié de inmediato; muy poco después se desató en la Ciudad de la Luz un infierno que ya vivimos en Nueva York y en Madrid. Hay que ver cómo les jode aún a muchos la libertad de expresión, la democracia, los derechos de la mujer, respirar el aire que te toca sin ocupar el del otro... parece como si lo que es normal molestase. Me recuerda al primer día que no cedí en la defensa de mis principios ante aquellos tipos de la Facultad, al día en que les dije que antes de decir tonterías leyesen a Galdós y cómo desde entonces no ceder un paso en mis ideas me ha traído algunos malos ratos ante esa otra gente que siempre cree estar en lo cierto... El caso es que qué pronto se rompe lo cotidiano, con su aroma a café, con la sonrisa que habitualmente te anima, con las palabras que te mueven, con la sensación de que, de repente, alguien puede romper el statu quo... Y siempre, ante todo ello, únicamente queda no ceder, nunca, aquello que no tenga como norma los derechos humanos y la libertad individual. Siempre he dicho que pueden meterse contigo si quieren, pero no con aquello que tú representas y, especialmente, con aquellos a quien tus palabras representan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario