11 de marzo de 2015

"Una chica intolerante a la lactosa"

"Soy intolerante a la lactosa y ahora he de mirarlo todo bien", me dijo el otro día. No puedo imaginar que alguien como ella sea intolerante a la lactosa y, además, creo que la lactosa es muy tonta, pero eso es problema aparte. No es un drama, claro está, pero... si me paro a pensar en ella, si cierro los ojos y pienso, me pregunto: "¿Cómo va a ser intolerante a la lactosa una mujer como ella?" En fin, si alguna vez he de hacerle algún regalo comestible miraré bien el envoltorio... Con esto en el pensamiento -lo de la lactosa, digo, que es como lo de los celíacos o los que no pueden tomar gluten y demás- me vino a la cabeza aquella vez que, en Estados Unidos, me dijeron que una chica hermosa -como ella, por cierto- era judía. Uno llevaba la propaganda judeo-masónica spanish de tantas décadas y del barrio en la cabeza y pensaba que las mujeres judías serían yo-qué-sé (mejor no describo)... y, entonces, ahí estaba la joven -tres años menos que yo, alta, ojos azules- y no me quedó más remedio que asumir que la propaganda había sido muy-muy engañosa. Ahora, pasa lo mismo: tú te piensas que la intolerancia a la lactosa le va más, no sé, a los políticos, a las cotillas de mi pueblo o a la gente que trabaja para los bancos; pero no, le pasa a la gente estupenda como ella, que le habrán hecho mil pruebas de esas de pinchazos y demás... Entonces, como cuando conocí a la chica judía en New Hampshire, me voy a la cocina, tomo el batido de cacao (oferta de 3 por 2, por cierto) y me oigo decir: "la madre que parió a la lactosa". 
 
(Fotografía cedida para este relato por Carla Gómez-Raggio)

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