Es el día escogido para viajar en tren: mientras nos adentramos por La Mancha hacia Ciudad Real, nuestra extemeña favorita hace lo mismo hacia su Extremadura natal. Los trenes van llenos de mochileros, como nosotros, con apuntes y libros en la mano camino de la hora de la verdad. Primero ella se estremece ante la velocidad del AVE: "Paco, qué miedo, a mí me gustan más los trenes de antes" y yo, que recuerdo los años ochenta, tengo por lo de antes aquel rápido que unía Albacete con Madrid en ocho horas infernales. Lo bueno de esto es la conversación y los whatsapp, que es mucha cosa cuando atenazan los nervios, las dudas y las incertidumbres. Volvemos y, mientras duerme ella, intercambio la mirada con la muchacha de mi derecha, que además de muy mona me recuerda a alguien de no sé dónde...; un señor extremeño con destino a Barcelona, a sus noventa años, dice a gritos que va a ver a los hijos y especifica que bien de mañana estaba ya en Castuera (Badajoz) cogiendo un tren; la señora de detrás grita al interventor que, o le han robado la maleta o se la ha dejado en Alcázar de San Juan; total, que el entretenimiento está asegurado. Mi compañera despierta, me roba la revista del periódico y me lee el horóscopo: el de su novio recomienda una analítica; el suyo, que va a tener un finde romántico el día del examen ("¿A que nos sale el tema del romanticismo", le digo yo) y el mío, que me echo novia o, en su defecto, que me dedique a tener bebés ("No estudies más, tú a tener hijos", se ríe la filóloga). La chica del asiento de la derecha ríe también y coge su maleta para ponerse en pie: "Señores viajeros, próxima estación, Albacete-Los Llanos".
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