Nada es sencillo, nada es como se planea. Frente a ti, detrás de sus gafas de sol, puede estar la mirada que buscas, pero quizás (como en otras ocasiones) su camino y el tuyo sean, sencillamente, divergentes: ella al Norte y tú al Sur. La vida tiene esa jodida costumbre, la de ponerte enfrente a una mujer interesante, a una mujer que te atrae, confiésalo. Quizás no sólo sea su mirada, sino sus palabras, su sonrisa, sus gestos o la forma de caminar... o todo a la vez; esa alegría que transmiten los símbolos de las personas jóvenes que, aunque haga calor, quieren comerse el mundo... Estás ahí, enfrente, parado, pensando en quién es ella y qué hace ahí perdiendo el tiempo cuando habla contigo, crees, que igual no lo pierde; sí, ella, la muchacha sin nombre (o igual una inicial con A, con B, con E, con N, con M, con P o con Y, qué sé yo), que puede ser la muchacha que se cruce con otros tipos que cogen la pluma y escriben poesía. Ella, que se ha cruzado contigo, cuando otras decidieron no cruzarse cuando el mundo era en blanco y negro. Pero claro, la vida tiene que tener esas cosas que hacen que te toque las narices ser tú el que contemplas cómo se marcha de espaldas: el miedo a que se largue; el miedo a la certeza de que los kilómetros que os separarán son irrompibles, por mucho que existan las nuevas tecnologías. Ahí estás, planteándote qué decir cuando lo tienes claro: antes de que una posible historia se joda por culpa de la vida, dejas la página en blanco.
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